sábado, 12 de junio de 2010

Las Obras de Misericordia (I)

De eso hace ya muchos ¿años luz? Bueno. No tanto. Pero los veo tan lejanos… Era una tarde anodina en el Colegio de los Padres Franciscanos de mi ciudad natal, en la preparación para recibir por primera vez a Jesús Sacramentado. El padre Buenaventura se esforzaba en explicarnos y en que aprendiésemos las Obras de Misericordia. Y nosotros hacíamos lo que podíamos, creo yo, pero la realidad era que nos costaba mucho. Aquello de las Corporales y las Espirituales no lo acabábamos de asimilar del todo…

Ese recuerdo es el que me hizo pensar: ¿y por qué no? Apenas se oye hablar de las Obras de Misericordia y da la impresión de estar pasadas de moda, pero analizando su contenido, aunque sea de forma superficial, podremos ver que encierran una actualidad y vigencia que merecen, al menos, algún comentario aunque sea breve.

El hecho de no tener grandes ni profundos estudios sobre este ni otros temas, como he dicho en ocasiones anteriores, no impide que haya leído, estudiado o meditado desde mi juventud muchos temas de la Iglesia, la Palabra, la Moral, los Sacramentos u otros temas que han contribuido a tener una formación eclesial que, acaso por mi vocación profesional, me ha llevado a transmitir a los demás mediante cursillos de diversa índole, reuniones formativas o lo que en cada momento ha ido surgiendo en la Parroquia a la que hemos pertenecido mi esposa y yo o en los lugares de nuestra Diócesis en los que hemos sido llamados.

El Papa y la Jerarquía no cesan de indicar que los cristianos debemos estar presentes en los medios de comunicación social aprovechando la tecnología existente. Cuando me matriculé en la Universidad en Informática para ponerme al día en esta materia, pude entrever que el mundo de los blogs ofrecía un campo fenomenal para hacer presente a Jesús de Nazaret. Ahí nació, ya hace dos años, este blog a través del cual he ido experimentando que en pleno siglo XXI el Logos no deja indiferente a nadie. Continúa atrayendo a la gente. Sigue siendo el eje motor de la vida de muchos que, en ocasiones, se la ofrecen entera y viven por Él, con Él y en Él.

No sé si me estoy poniendo pesado, pero es que estas reflexiones que me hago son el motivo por el que he decidido escribir algo sobre las Obras de Misericordia que, me da la impresión tienen su origen en la doctrina de Jesucristo, más concretamente cuando habla a sus discípulos del Juicio Final. (Mt. 25, 31-46).

Allí nombra a los que tienen hambre o sed, a los que están desnudos o en la cárcel, a los emigrantes o forasteros,… Sí. Hay un amplio campo para la meditación, la deducción y el comentario. Solamente es menester voluntad y apertura al Espíritu por nuestra parte y Él hará el resto.


El Salvador ya dejó claro en cierta ocasión que no he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a llevarlas hasta las últimas consecuencias’. (Mt. 5, 17). Y en ese sentido viene bien recordar que en el A.T. Isaías, al hablar de la clase de ayuno que quiere Dios, también pone frente a nosotros la misericordia del Creador con nuestros semejantes (Is. 58, 6-7). Y es lo que nos toca en la medida de nuestras posibilidades, no solamente económicas, sino también las que puedan corresponder al empleo de los talentos que el Señor nos ha dado a cada uno.

De cualquier modo, el contenido de las Obras de Misericordias ha estado siempre latente en la existencia de las personas y en la vida de la Iglesia. Y ya entramos en materia.

Soy consciente de que en cada una de ellas hay muchísimo que decir, muchísimo que interpretar, muchísimo que hacer,…pero a fin de cuentas no se trata de dogmatizar y mucho menos de dar lecciones a nadie (no soy quién para ello), pero sí de plantearnos a nivel personal qué podemos hacer desde nosotros mismos para realizar lo que en conciencia creamos que debemos y podemos hacer.

La primera de las Obras Corporales es dar de comer al hambriento. ¡Qué raro es el día que las noticias de la prensa impresa, en la televisada o simplemente en la cotidianidad de cada día no nos tropezamos con esta terrible lacra de hoy.

Lo sencillo es entregar a Cáritas algún donativo para sus comedores o para las atenciones más perentorias que deben atender a diario. Incluso podremos dar de comer nosotros a cualquier necesitado, pero no vayamos a caer en el simplismo de pensar que le damos la limosna para que se compre el alimento o darle el alimento mismo y pensar que ya tenemos tranquila nuestra conciencia. También hemos de cuidar la forma que tengamos de dárselo para que en su necesidad no se sienta humillado con nuestro gesto, porque hay unas formas de dar … y otras formas de dar (con altanería, autosuficiencia, prepotencia,…por ejemplo).

No debemos perder de vista que por muy indigente que sea es un ser humano que tiene una dignidad, y ésta es la propia de un hijo de Dios. Y como tal y como persona, nuestro respeto debe ser absoluto.

Imposible olvidar el día que vino una señora que conocíamos y sabía que estábamos en Caritas parroquial a decirnos que un matrimonio de su escalera estaba pasando necesidad. En un momento recogimos alimentos entre todos los vecinos de nuestra escalera y marchamos a llevárselos. En su nevera solamente había una lata de sardinas en conserva. Pasaban frío también al habérseles terminado el gas butano de todas las bombonas de su casa. Se solucionó momentáneamente ese caso y a continuación se tomó nota para darles semanalmente una bolsa con alimentos hasta que encontrase trabajo alguno de ellos. Fue enorme la satisfacción personal de cuantos contribuimos a solucionar ese caso.

Tal vez no hubiese sido posible si un grupo de señoras, en su reunión formativa semanal en la parroquia en la que se planteaban algunos problemas familiares que se conocían referentes a necesidades alimentarias y de otra índole, no hubiese pedido al párroco la creación de Caritas parroquial. Éste acudió al Obispado y, tras los trámites necesarios, se fundó esta Institución en nuestra Parroquia. En cuanto lo comunicó desde el ambón en el que exponía su homilía dominical y solicitó colaboradores, hubo una respuesta inesperada: al cabo de un mes ya había quinientos socios y unas dos decenas de voluntarios/as para colaborar directamente en la Parroquia o visitando a personas necesitadas.

Personalmente no me cabe la menos duda que la acción del Espíritu fue la que nos movió a tanta gente.

Ahora bien. Tampoco podemos perder de vista el otro tipo de ‘hambre’ que existe. En el primer Cursillo de Cristiandad para jóvenes con edades comprendidas entre los 17 y los 22 años al que asistí como coordinador del mismo, pude constatar el hambre de Dios que había. Y también que los muchachos la tenían sin ser totalmente conscientes de ello. Así lo manifestaban después de cada una de las charlas en los planteamientos escritos que nos pasaban. Eso nos llevó a que después de la cena de cada día hiciésemos un diálogo abierto, fuera de todo convencionalismo o estructuras, en el que exponían sus dudas y manifestaban sus opiniones.

Y sí. Hubo que ‘darles de comer’.Fue una experiencia maravillosamente enriquecedora para ellos y para todo el equipo que impartíamos el Cursillo.

Pienso que es necesario enfrentarnos a nuestros propios problemas con mentalidad abierta y corazón sincero. Creo que Zaqueo, cuando oyó hablar a Jesús durante la cena que compartieron, supo encontrar la respuesta adecuada y dar un vuelco al comportamiento de su vida. Su conversión fue una opción personal y radicalmente efectiva en el ámbito social y como persona. Fue el nacimiento de un hombre nuevo que transformó su corazón de piedra en un corazón de carne, despojándose del ‘hombre viejo’ que llevaba. Parece como su hubiese oído ya a Pablo dirigirse a los cristianos de Colosas: Despojaos del hombre viejo con todas sus obras y vestíos del nuevo, que sin cesar se renueva para lograr el perfecto conocimiento según la imagen de su Creador’. (Col. 3, 9-10). Después vendría la transformación en su entorno devolviendo lo que había defraudado.

Nuestro cristianismo no lo podemos fundamentar solamente en unas prácticas externas si no están basada en el encargo de servirnos unos a otros, ayudándonos mutuamente, como manifestó Jesucristo el Jueves Santo en el lavatorio de los pies a los discípulos. (Jn. 13, 12-17).

Juan insiste en esto: Si alguno tiene bienes en este mundo y viendo a su hermano pasar necesidad le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad’ (IJn. 3, 17-18). Es el enfoque que le da a este tema.

En definitiva, es dar de comer a cuantos tienen, quizá sin saberlo, hambre de Dios. Y en estos tiempos que corren hay así mucha gente. Y, como también dijo Jesús en la multiplicación de los panes y de los peces, ‘Dadles vosotros de comer’ (Mt. 13, 16). Y ese ‘vosotros’, hoy, somos nosotros.

Que Jesucristo, la Palabra hecha Hombre, y su Madre Nuestra Señora de El Viejo, nos bendigan con abundancia.

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