domingo, 20 de junio de 2010

Obras de misericordia (II)


Hay un dicho popular que dice ‘Algo tendrá el agua cuando la bendicen’. Y sí. ¡Claro que tiene algo! A poco que nos pongamos a bucear en la Biblia nos encontraremos con muchos pasajes que pueden significar muerte o vida, según el contexto que tengan en cada momento.

A modo de vista rápida tenemos el paso del Mar Rojo por los israelitas (Ex. 14, 15-31). Supuso muerte para los egipcios y vida y libertad para el pueblo israelita. Y más adelante, cuando el agua comenzó a escasear y Moisés acudió de nuevo a Yavé, éste le dijo que acudiese a la roca de Horeb y golpease en ella con su cayado. De allí brotó el agua que calmó la sed del pueblo (Ex. 17, 1-7).

Acaso hoy que los avances tecnológicos nos permiten tener agua en nuestras propias casas, no se llegue a valorar tanto el contenido que encierra ‘dar de beber al sediento’, pero desgraciadamente eso no ocurre en todas partes. Existen lugares en este planeta que su escasez la hace un bien codiciado y necesario. Y si la tienen, acaso está contaminada. Y de ella beben y se asean.

A fuerza de contemplar tantas veces fotografías de lugares en el que sus habitantes, mal nutridos y sin agua, apenas subsisten que casi no les hacemos caso debido quizá a nuestra propia impotencia personal para solucionar ese gravísimo problema que, pese a quien pese, ahí está presente a los ojos del resto de la humanidad.

Creo recordar que en cierta ocasión, hace ya muchos años, Manos Unidas estuvo llevando a cabo un proyecto de construir una obra que llevase agua potable a un poblado. Esa Institución tiene, al menos por lo que yo conozco, el objetivo de ir solucionando problemas de este tipo y de otros muchos. Gracias a la labor callada, incansable y abnegada de sus componentes existen seres humanos que tienen mínimamente cubiertas estas necesidades básicas.

Hubo épocas, especialmente en la Edad Media, en que eran muchos los caminantes que cuando se desplazaban de un lugar a otro tenían que recurrir a ir bebiendo agua en las fuentes de los pueblos o pedirla en las casas solitarias que se encontraban a su paso.

Sí. Tiene su importancia dar de beber al sediento. Cuando Elifaz, uno de los amigos de Job, le visita y habla con él, le dice, entre otras cosas, ‘no diste de beber al sediento’. (Job 22, 7). Y es el mismo Jesucristo quien enseña a los discípulos la importancia que tiene este gesto: ‘Quien dé un vaso de agua a uno de estos pequeños por ser discípulo mío, os aseguro que no se quedará sin recompensa’ (Mt. 10, 42).



Y es también Jesucristo quien da al agua un sentido que trasciende su mismo objetivo físico. Cuando tiene un encuentro en el pozo de Siquem con una samaritana, valiéndose de la sed que tiene le pide agua a esa mujer, cosa que le extraña a ella, ya que los judíos y samaritanos no se llevaban muy bien. El diálogo entre ambos, catequético al cien por cien por parte de Jesús, no admite duda alguna: ‘Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, sin duda que tú misma me pedirías a mí y yo te daría agua viva’. Y sigue más adelante. ‘Todo el que bebe de esta agua volverá a tener sed; en cambio el que beba del agua que yo quiero darle nunca más volverá a tener sed. Porque el agua que yo quiero darle se convertirá en su interior en un manantial del que surge la vida eterna.’ (Jn. 4, 6-14). Jesús desea abordar, precisamente en esa mujer, la sed de amor y cariño que todos anhelamos y que solamente Él es capaz de plenificar.

Todos tenemos ese tipo de sed por mucha agua material que bebamos. ¿Cuántas veces hemos acudido a la Palabra para buscar la serenidad, la paz interior en determinados momentos difíciles por los que hemos atravesado? Y en esa meditación seria, profunda, confiada y de abandono en las manos del Creador de todo y de nosotros mismos, hemos vista colmada y calmada la sed de Dios que teníamos. No hay nada comparable a los momentos íntimos de diálogo con Jesús Sacramentado después de recibirle en la Eucaristía, en las visitas que le hacemos en el Sagrario o en la compañía que le hacemos en una Exposición del Santísimo.


Mi esposa y yo estamos deseando que llegue el último jueves de cada mes para acudir, juntamente con otros miembros del Apostolado de la Oración (APOR), a esa hora de oración comunitaria en un templo con el Santísimo expuesto, seguido de la Misa. Precisamente hace unos días, el domingo día 13 de junio, nos juntamos las tres Diócesis de la Comunidad Valenciana en la localidad de Gata de Gorgos para orar en común ante el Santísimo. Es de suponer la gozada que esto supuso. Nos llenamos de esos ríos de Agua Viva que Jesús explicó a la mujer de Samaria.

Realmente, cuando se habla en público en alguna homilía o charla y nos damos cuenta de la atención que la gente presta y el aprovechamiento que siente para su vida, nos damos cuenta de la sed de Dios que existe hoy en pleno siglo XXI por mucho que determinados Gobiernos pretendan eliminar a este Ser Supremo de la vida de los ciudadanos. Y cada vez se sale más convencido de lo que Jesús prometió: ‘Las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia’ (Mt. 16, 18).

Sí. Yo también pienso que algo tiene el agua cuando el mismo Jesús la elige como símil para explicar lo que es su Gracia e incluso Él mismo, valiéndome del dicho popular con el que encabezo esta entrada. Confiémonos al Amor de su Sagrado Corazón y al de su Madre. Ellos calmarán nuestra sed de Vida Eterna.

Que Jesús de Nazaret y Nuestra Señora la Virgen de Candelaria nos bendigan.

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