Hablar coloquialmente con un amigo, sin temor a que se malinterprete cuanto podamos decirle, es lo mínimo a lo que podemos aspirar en un diálogo abierto, franco, sincero, con alguien.
Este es el ambiente en el que nos desenvolvemos cuando dialogamos con un Jesús de Nazaret siempre receptivo, siempre atento, siempre acogedor a cuanto le podamos contar, confiar, pedir, a través de ese diálogo mutuo entre Él y nosotros, que tiene un nombre concreto: oración.
Una oración surgida desde lo más íntimo de nuestro ser, que solamente conocemos nosotros mismos porque es nuestra propia intimidad y Jesús, que como Dios, conoce los recovecos más impenetrables de nuestra alma. Y desde esa intimidad surge la espontaneidad de la comunicación abierta, sincera y confiada hacia quien sabemos que nos ama. ‘Desde lo hondo te invoco,¡oh Yavé! Escucha, Yavé, mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mis súplicas’. (Sal. 130 (129), 1-2).
Y sabemos que esa oración nuestra va impulsada por el Espíritu Santo que nos sugiere esa comunicación porque es Él quien tiene la iniciativa. Nosotros, por sí mismos, con nuestra finitud y limitación, no podríamos llegar a ninguna parte en la relación con nuestro Creador..
Es, como dice Santa Teresa de Jesús, ‘La oración no es otra cosa sino tratar de amistad con quien sabemos que nos ama’. Desde ese prisma Jesús nos transmite sus deseos, sus proyectos, sus inquietudes y nos invita a colaborar con Él en esa tarea de hacer realidad el Reino ya en este mundo.
Y así como es necesario llenar con gasolina el depósito del coche cuando emprendemos un viaje, también lo es llenar nuestro interior de Gracia a través de la oración y de los Sacramentos en ese largo viaje de colaboraciones continuas con nuestro Padre Dios.
Es anotarnos en el rol de trabajadores de la mies como sacerdotes, religiosos o laicos, empleando un vocabulario agrario, del campo. Es navegar mar adentro y echar las redes en Su nombre para recoger peces con destino a la Barca del Pescador, en términos marinos.
En esa labor nos vamos a cruzar con personas, situaciones o problemas ante los cuales vamos a sentirnos impotentes, desconcertados, sin saber qué hacer o cómo hacerlo. Incluso conocer nuestra incapacidad física o del tipo que fuere que nos empuja a pedirle al Señor de la mies por esa persona, por esa situación, por aquel problema que sentimos en nuestro interior y al que no podemos llegar.
Y ahí surge la oración de petición poniendo en manos de Jesús, las mismas que bendijeron el pan y el vino el primer Jueves Santo de la Historia, esa situación, esa persona, ese problema que queremos ayudar en su solución. Nace así la intercesión confiada desde nuestro interior y poniéndolo en el Altar de la Eucaristía que aglutina la oración de la Comunión de los Santos.
Son muchas las veces que he podido oír a determinadas personas que nos dicen ‘Reza por mí. Lo necesito’. Otras piden ‘Necesito oraciones por un problema concreto. Reza, por favor’. Algún apuro existe en esa persona (enfermedad, intervención quirúrgica, situación límite,…) y nuestra solidaridad se manifiesta en la petición intercesora ante el Señor. De esta manera ellos se sienten acompañados en sus problemas y éstos parecen menores. En estos casos no nos hemos esperado a nada. Mi esposa y yo hemos transmitido estas peticiones a nuestras amistades y familia para que recen a su vez y nosotros, a nivel personal y en nuestro grupo formativo y de oración, lo hemos encomendado a Dios, ya que en definitiva es Él quien tiene, dentro de sus planes y sus caminos, la decisión final. Es el ‘hágase tu voluntad’ lo que nos hace confiar.
Pero ¡atención! Eso no es ninguna novedad ni nada extraordinario por nuestra parte. El mismo Jesucristo, sabiendo lo que iba a sucederle, rogó a su Padre (también nuestro) por todos y cada uno de nosotros con nombres y apellidos: ‘Padre santo, guarda en tu nombre a estos que me has dado para que sean uno como nosotros’. (Jn. 17, 11). Y añade más adelante: ‘No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal. Santifícalos en la verdad, pues tu palabra es verdad’. (Jn. 17, 15-19).
Incluso desde la Cruz, el ‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’ (Lc. 23, 34) me da la impresión que es una oración de intercesión por aquellos hombres sin escrúpulos que, sin saberlo, eran instrumentos para que se llevase a cabo la Redención de la Humanidad.
Teniendo en cuenta estas actitudes de Jesús que se traducen en enseñanza para nosotros, es normal que le imitemos orando unos por los otros, ayudándonos mutuamente a cubrir el camino que seguimos en la vida actual preparándonos para ese futuro, más o menos lejano (o cercano) de la Vida auténtica a la que Dios nos llama y en la que desea vernos, ya que para eso vino al mundo muriendo y resucitando por nosotros: ‘Cristo murió por todos para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que murió y resucitó’ (II Cor. 5, 14-15). ‘Que para mí la vida es Cristo, y la muerte, ganancia’. (Fil. 1, 21).
Entonces, si tenemos en cuenta todo esto, ¿qué sentido tiene orar por los difuntos? ¡Hombre! A poco que nos paremos a pensar veremos que nos movemos en unos parámetros que no son los habituales nuestros. Dónde estén y cómo estén se nos escapa a nuestros esquemas humanos porque nos estamos metiendo en terrenos de Eternidad. Y lo que podamos conocer sobre ella es desde las enseñanzas de la Iglesia basadas en el contenido de la Palabra.
En ella podemos ver lo que refiere, por ejemplo, de Judas Macabeo después de una batalla: ‘Volvieron a la oración, rogando que el pecado cometido les fuese totalmente perdonado…’ ; ‘Judas mandó hacer una colecta en las filas, recogiendo hasta dos mil dracmas, que envió a Jerusalén para ofrecer sacrificios por el pecado ; obra digna y noble, inspirada en la esperanza en la resurrección’ ; ‘Obra santa y piadosa es orar por los muertos. Por eso hizo que fuesen expiados los muertos: para que fuesen absueltos de sus pecados’. (II Mac. 12, 32-46). Si leen la cita completa verán esos fragmentos en su contexto.
Ya en el Antiguo Testamento vemos: a) Aun queriendo vivir para Dios tenemos fallos que empañan, en mayor o menos grado, ese grado de pureza perfecta que necesitamos para vivir plenamente en la Casa del Padre. b) Judas hace una colecta para ofrecer sacrificios en el Templo por los pecados de los soldados muertos, INSPIRADA EN LA ESPERANZA DE LA RESURRECCIÓN. c) La cúspide de todo esto está en el versículo 46: ‘Obra santa y piadosa es orar por los muertos’, como he puesto anteriormente.
Nuestro campo de batalla es la vida misma. En ella las tentaciones del Maligno nos pueden llevar a lugares o caminos indeseados que nos manchan y, por eso mismo, como no conocemos en qué condiciones han muerto esos parientes, amigos o difuntos cualesquiera, puede hacer que nuestra intercesión por ellos mueva a Dios a piedad con ellos y su misericordia les perdone totalmente la pena que puedan haber merecido. Y si ya están con Dios, esa oración no se pierde. Además, ellos mismos pueden interceder por nosotros.
Pero la oración por excelencia que podemos hacer por los difuntos es la Eucaristía. Es la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, con todo su valor infinito, ofrecido por los difuntos. Eso es total. El ofrecimiento de Dios hecho comida por todos nosotros (‘Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día’. ( Jn 6, 54), se nos da por todas nuestras intenciones. Humanamente es increíble e inaudito, pero eso es lo que nos dice el Maestro y nosotros creemos. Y cuando recibimos la Sagrada Hostia, también recibimos al Padre y al Espíritu porque las Tres Personas son inseparables. Y con Ellos viene también la Virgen y se hace presente la Iglesia Triunfante. ¿Cómo no va a ser efectiva esa oración eucarística por los difuntos?
‘No queremos, hermanos, que ignoréis lo tocante a la suerte de los muertos, para que no os aflijáis como los demás que carecen de esperanza. Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios por Jesús tomará consigo a los que se durmieron con Él’. (I Tes. 4, 13-18). No tiene desperdicio. San Pablo vemos que tiene muy claras estas ideas y las transmite a los cristianos de Tesalónica para fortalecer su esperanza…y la nuestra.
Mas nuestra esperanza aún se ve más robustecida, más fortalecida, al tener a María como Madre , intercesora ante la Trinidad por todos nosotros, vivos y difuntos, y Medianera de todas las Gracias alcanzadas de Dios. No en vano la hemos aceptado como Madre desde el regalo de Jesús en la Cruz y la hemos elegido, por decisión libre y propia como defensora y valedora nuestra ante nuestras limitaciones y caídas. Sabemos que nos responde. Sabemos que no nos abandona. Sabemos que nos quiere y también desea vernos con Ella gozando de las Moradas que su Hijo nos prepara.
Sí, amigos. Estoy convencido de que todos nosotros creemos todo esto por la Fe. Y eso nos llevará a proclamar con toda la fuerza de nuestro corazón, de nuestra mente, de nuestro ser, lo que decimos en el Credo: CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS. Y también por la fe proclamaremos con la misma fuerza, CREO EN LA VIDA ATERNA.
LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS.-VÍCTOR MOTTEZ
Que la Santísima Trinidad y Nuestra Señora de Walsingham nos colmen de bendiciones y nos lleven a la Vida Eterna.
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Ciertamente he tardado un poco en escribir la continuación de la
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