domingo, 24 de octubre de 2010

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos.



¡Vamos! ¡Qué barbaridad! ¡En este mundo ya no hay justicia ni nada que se le parezca!


Sinceramente. ¿Cuántas veces hemos dicho o pensado alguna frase parecida a las anteriores, al conocer cualquier hecho que nos ha parecido manifiestamente injusto en cualquier campo o aspecto de nuestra sociedad? O en cualquier círculo cercano a nosotros…

Ustedes, no lo sé. Pero puedo asegurarles que a mí sí que se me ha ‘escapado’ alguna vez algo de lo dicho en el encabezamiento y, además, acompañado de fuerte indignación más la correspondiente impotencia.

Cuando en España se aprobó la ley que favorece el aborto, fue uno de esos momentos. Muchísima gente nos movimos para ver si se podía evitar, pero ¡qué va! Desgraciadamente siguió adelante.


Y quien habla de este caso, se puede hablar de otros muchos de esa magnitud y también menores. Es cuando nuestra propia impotencia nos conduce a la oración, a hablar con Dios con indignación incluida ante los hechos presenciados, presentarle nuestras dudas, nuestro deseo, casi incontrolado, de preguntarle ‘por qué’, nuestras impotencias y, desde ellas, el deseo de emular a los Hijos del Trueno: ‘Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?’ (Lc. 9,54). (Afortunadamente también tenemos la respuesta de Jesús: ‘Volviéndose, los reprendió’).

Dios sabe lo que hace. Y lo que permite. Y también sabe por qué. Y es que ‘Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, dice Yavé’ (Is. 55, 8-9). Y hemos de confiar en Él. En definitiva, todo nace, de una forma más o menos consciente, de ese deseo íntimo y visceral que todos tenemos del brillo de la justicia con todo su esplendor. Entonces nos ponemos a caminar por el sendero de esta Bienaventuranza: ‘Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados’.

Y de la misma manera que Jesús se valía de las parábolas para que sus oyentes comprendieran mejor el mensaje que quería transmitir (y aun así todavía tenía que explicarla después a los apóstoles), también aquí usa una metáfora para hacerse comprender del contenido de esta Bienaventuranza.

Es evidente que no se refiere aquí al ‘hambre y sed’ de alimento y bebida físicos. No tiene sentido. Pero sí se acoge al ‘deseo’ de comer, de alimentarnos, que todos tenemos para subsistir físicamente, para que ‘entendamos’ mejor lo que desea decirnos a las personas de todos los tiempos.

No pocas veces pienso que la Palabra tiene una continuidad y actualidad permanente y hasta me atrevo a pensar que ustedes estarán de acuerdo conmigo. No en vano es Dios su autor real. Y en este sentido parece que la primera explicación (o de las primeras) del fondo de la Bienaventuranza ya lo da el profeta Amós: ‘Vienen días, dice Yavé, en que mandaré yo sobre la tierra hambre y sed, no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra de Yavé’. (Am. 8, 11).

También el salmista nos echa un apunte en este sentido cuando expone su aclamación: ‘Dios, tú eres mi Dios, a ti te busco solícito. Sedienta está mi alma de ti, mi carne te desea, como tierra árida, sedienta, sin agua’. (Sal. 63, 2).

En este sentido de ‘hambre’ espiritual debemos encaminar nuestro sentido vital, además del sentido de la ‘otra’ justicia que también citaré. Ahora estoy poniendo la base sobre la que debe sustentarse para nosotros, cristianos, la justicia social, la justicia material.

Los cristianos debemos ir a tope en todo y sin reservas. Jesús no las tuvo. Se dio todo. Y esa es la razón de que no debamos tener un cristianismo mediocre, de ‘cumplo’ y ‘miento’. La mediocridad es el camino fácil de los cristianos tibios. A ese tipo de seguidores de Cristo, Él les habla muy claro: ‘Porque eres tibio y no eres caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca’. (Ap. 3, 15-16).

ÚLTIMA CENA.-GIOTTO

El cristiano comprometido con el Evangelio, con Cristo en definitiva, siempre debe encontrar un ‘más allá’, una posibilidad de perfeccionarse, de ‘rizar el rizo’. Por eso el Maestro perfeccionó la Ley antigua con las Bienaventuranzas y, especialmente, con el Mandamiento nuevo: ‘Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado. En eso conocerán todos que sois mis discípulos’. (Jn. 13, 34-35).


Amando y sirviendo a los demás estamos practicando esta Bienaventuranza y nuestra justicia sed acerca a nuestros semejantes mucho más que la de los escribas y fariseos. Si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos’ (Mt. 5, 20).

No. No seamos mediocres. Lancémonos al infinito. Seguro que nos encontraremos con Quien puede lanzarnos siempre más arriba, sin límites de clase alguna. Él mirará más el amor que nos mueve a darnos que los dones que tengamos que siempre nos pueden limitar. Dejémosle actuar a través de nosotros.


Y no temamos. No estamos solos. ‘Yo soy el pan de vida; el que viene a mí, y el que cree en mí, jamás tendrá sed’. (Jn. 6, 35). Y más adelante sigue diciendo: ‘Si alguno tiene sed, venga a mí y beba’. (Jn, 7, 37).

Me parece que ninguno de nosotros somos bichos raros que pululamos vagamente por el éter. Al contrario. Los pies solemos tenerlos firmes en el suelo viendo la realidad que nos rodea y procurando practicar una justicia nacida de la voluntad del Redentor, como colaboradores, amigos y discípulos suyos. Y aun con riesgo de que me digan ustedes que soy pesado, lo vuelvo a decir de nuevo: A Él lo tenemos a nuestro alcance a través de la oración y los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía.

Con el primero con quien debemos ser justos es con Jesucristo, sabiendo responderle con nuestras actitudes en la vida. Démosle, como decimos en las Eucaristías, ‘gloria a Dios en el cielo’ transmitiendo paz y alegría a nuestro alrededor, aunque interiormente la carcoma de de nuestros problemas, de las enfermedades o de las dificultades que tengamos nos estén royendo. Luego pongámoslo en sus manos para que Él, santificándolo todo, nos devuelva el ciento por uno. (Y generalmente, muchísimo más).

Siendo así los cristianos, con una altura de miras muy por encima de la mediocridad de la que debemos huir, será más fácil practicar la justicia. Como siempre, la Palabra nos marcará pautas a través de sus escritos, por parte de los Profetas o de quien fuere. Así, Ezequiel nos dice: ‘El que no oprima a nadie y devuelva al deudor su deuda, y no robe y dé pan al hambriento y vestido al desnudo; no dé a logro ni reciba a usura, retraiga su mano del mal y haga juicio de verdad entre hombre y hombre…ese es justo, dice Yavé’. (Ez. 18, 7-9). No me negarán que no tiene desperdicio.

‘Bueno, (podría pensar alguien), pero pertenece al Antiguo Testamento. Ahora estamos en el Nuevo Testamento’. Bien, pues…apunten: ‘Mirad. El jornal de los obreros que segaron vuestros campos y ha sido retenido por vosotros está clamando y los gritos de los segadores están llegando a oídos del Señor todopoderoso’. (Sant. 5, 4). ¿Qué tal? Ahora hay que leer entre líneas, porque podemos no tener campo o asalariados, pero tenemos vecinos, amigos, compañeros, familia,…a los que no podemos ‘defraudar’ en nuestro trato ni en nuestras convicciones.

Siempre debemos tener a nuestro Salvador en el punto de mira de nuestras acciones. Y si no atendemos a nuestros prójimos en la medida de nuestras posibilidades (no solamente en las económicas, que en ocasiones son las menos importantes) no seremos ‘justos’, porque la ‘justicia’ para el cristiano es esa fraternidad con los semejantes que tiene su origen en Dios, que es Padre de todos.

Me viene a la memoria este fragmento de San Lucas: ‘Dijo también esta parábola a algunos que confiaban mucho en sí mismos teniéndose por justos y despreciaban a los demás’. (Lc.18, 9-14). Y a continuación puso a su consideración las actitudes del fariseo y el publicano, haciendo su oración en el templo.

Me pregunto si esos ‘algunos’ que se crían ‘justos’ necesitaban a Dios para algo, porque parece ser, por lo que dice el fariseo en su oración, que se consideraba ‘perfecto’ con todo lo que hacía. ¿Pretendía ponerse una ‘medalla’ ante Yavé? Me temo que estaba total y absolutamente equivocado con su autosuficiencia y su falsa seguridad en sus actos, ya que parece que está rozando la soberbia. La ‘justicia’ no va por ahí. Es Jesús quien justifica al publicano por su humildad, reconociéndose nada ni nadie. Solamente se encomienda a Dios.

JAMES TISSOT.-SIGLO XIX

Pienso que si llevamos a efecto esta Bienaventuranza, lo mismo que las otras siete, de la misma forma que con el Evangelio, exactamente lo mismo que conformar a Dios en nuestro interior, iremos camino de la santidad. Claro está que no me refiero a que nos pongan en un altar. Es cierto que ahí hay santos, pero lo son por haber vivido y practicado el Evangelio, acaso en grado heroico, en su existencia. Me refiero a esos otros ‘santos’: los que día a día llevan a Dios en su corazón, en su vida, en su familia, en su profesión, llevando también la Gracia divina como equipaje en este viaje que todos estamos haciendo en el planeta que nos ha tocado vivir y transformar.

Acaso mueran en el anonimato, pero Jesús los conoce y los recibe como nos cuenta Mateo: ‘Venid benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo’. (Mt. 25, 34).


Que Dios, Uno y Trino y Nuestra Señora la Virgen de la Consolación de Táriba nos bendigan a nosotros y a nuestras familias.

1 comentario:

Jos dijo...

Muy acertado el artículo. Jesucristo ha anunciado ya el castigo y su Venida. Mensaje directo, a través de vidente en éxtasis: https://www.youtube.com/watch?v=4NSWmWcW85w