JOSÉ HUYE DE LA MUJER DE PUTIFAR.-MURILLO.-BARROCO
En la entrada anterior estuvimos viendo un poco el pecado capital de la lujuria. Ante esta lacra, desgraciadamente de plena actualidad en nuestra sociedad, la Iglesia nos ha propuesto desde siempre la virtud contraria que ayuda a vencerla. Continuamos el tema iniciado en la entrada anterior y terminamos con la virtud de la castidad, que aunque se pretenda obviarla alegando que hoy es imposible vivirla, lo cierto que es que continúa viva y actual. Veamos.
Nada le daría más satisfacción a Satanás que en momento supremo de la muerte poder acusarla de haber caído en la lujuria o en cualquier otro pecado, porque el Apocalipsis ya lo llama ‘el acusador’: ‘Ahora llega la salvación, el poder, el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo, porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que les acusaba delante de nuestro Dios de día y de noche’. (Ap. 12, 10). No obstante lo intentó y lo seguirá intentando. San Pablo también insiste en este punto: ‘Embrazad en todo momento el escudo de la fe, con que podáis apagar los encendidos dardos del Maligno’. (Ef. 6, 16). Veamos los ejemplos de unos santos muy conocidos:

TENTACIÓN DE SANTO TOMÁS DE AQUINO.-DIEGO VELÁZQUEZ.-MANIERISMO
La manera de vencer las tentaciones lujuriosas, como las de cualquier pecado, es pedir ayuda a Dios, refugiarnos en la oración aunque nos parezca árida e insípida, hacer algún sacrificio que nos pueda ayudar a salir de la situación en la que nos podamos encontrar y ofrecerlo todo al Padre Misericordioso que todos tenemos, que nos ama con locura y no duda en ayudarnos prontamente. Pero, como dice el refrán, ‘A Dios rogando y con el mazo, dando’. Es decir, orar y confiar en el Creador, pero poniendo por nuestra parte cuantos medios podamos para autoayudarnos.
En un escrito anónimo del S. XIII se puede leer este mensaje totalmente válido hoy, ocho siglos después: ‘¿Y qué cosa más cercana al hombre que su corazón? Allá, en el interior, es donde me han descubierto todos los que me han encontrado. Porque lo exterior es lo propio de la vista. Mis obras son reales y, sin embargo, son frágiles y pasajeras; mientras que yo, su Creador, habito en lo más profundo de los corazones puros’ (Meditación sobre la Pasión y Resurrección de Cristo).
Uno de esos medios es potenciar la virtud que se opone frontalmente a ese vicio capital de la lujuria: la castidad. La pureza. Ya en el Antiguo Testamento se nos presentan algunos casos de castidad, como es el caso de Tobías y Sara.
SANTA ÁGUEDA.-ZURBARÁN.-BARROCO
Pero ¿en qué consiste esta virtud? En principio me da la impresión de que en los días y tiempos que estamos viviendo goza de mal cartel. No se valora ni tiene prestigio alguno. Que un muchacho o muchacha digan que son vírgenes es hacerse candidatos a burlas y bromas pesadas sin ninguna consideración, como si fueran bichos raros o procedieran de algún planeta a miles de años luz de nuestro sistema solar. Y sin embargo, los hay. Y saben mantener el tipo, por lo que en muchos casos la marginación se ceba en ellos. Realmente es cruel, ¿verdad?

‘Con toda razón se promete a los limpios de corazón la bienaventuranza de la visión divina. Nunca una vida manchada podrá contemplar el esplendor de la luz verdadera, pues aquello mismo que constituirá el gozo de las almas limpias será el castigo de las que estén manchadas’. (SAN LEÓN MAGNO. Sermón sobre las bienaventuranzas.)

LA CASTIDAD.-CAPITEL ROMÁNICO
Miren ustedes. Para mí, como para cualquiera, sería muy fácil decir que ‘Castidad es la virtud que gobierna y modera el deseo del placer sexual según los principios de la fe y la razón’. Pero esta definición, como cualquier otra que pudiéramos encontrar, aun siendo cierto cuanto dice, pienso que hay que bucear en las entrañas de la definición e intentar analizarla y buscar a través de ella nuestro compromiso con Dios. Ver qué nos pide y cómo seguir el camino que nos lleve a la consecución del dominio de la lujuria, del dominio de la sexualidad irracional. Con la práctica de esta virtud, favorecemos nuestro carácter y nuestra voluntad y nos ayudará a ver las cosas que debemos vencer para erradicarlas de nuestra existencia y no ser esclavos de nuestras pasiones.
COMBATE ENTRE EL AMOR Y LA CASTIDAD.-GHERARDO DI GIOVANNI.-RENACIMIENTO
Sé que no es fácil. Pero también sé que no es imposible. El esfuerzo que hay que hacer para conseguir el autodominio personal es permanente y en su consecución hay veces que se progresa más y otra menos, pero si tenemos en cuenta que la castidad forma parte de esa Virtud Cardinal llamada Templanza, llenaremos de racionalidad nuestros actos y poco a poco llegaremos a la meta final.
Yo me atrevería a decir que para los laicos responsables, la sexualidad, la castidad, debe ser vivida desde la perspectiva de la Cruz y de la Redención del Salvador. Los pensamientos que puedan impulsar el apetito sexual fuera de las normas contenidas en la Ley Natural deben ser controlados por cada uno según sus capacidades y con la ayuda de lo Alto. Solos, será casi imposible.

No en vano rezamos en el Credo que ‘creemos en la resurrección de la carne y en la Vida Eterna’. Y por la Misericordia divina, estamos llamados a gozar y participar de la Gloria con nuestro propio cuerpo. ¿Habrá que mantenerlo puro y limpio de las vejaciones a que lo somete la lujuria? Y si estamos proyectados hacia el infinito y la eternidad, la consecución de este objetivo está muy por encima de torpes gozos pasajeros que denigran la persona humana.
La Iglesia permanentemente está llamando la atención en lo referente al sexto y noveno Mandamientos de la Moral cristiana, que a pesar de que existe mucha gente que la pueda considerar represiva y retrógrada, impropia de los tiempos de hoy, lo que realmente hacen esas personas, es que los cristianos caminemos hacia la esclavitud del vicio y del pecado.

No quiero terminar esta entrada sin mencionar esas personas que libre y voluntariamente renuncian a la sexualidad matrimonial y dedican a Dios su virginidad perpetua mediante el celibato de su vida. ‘Hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor al reino de los cielos. El que pueda entender, que entienda’. (Mt. 19, 12) Una vida que junto a su oración, sus sacrificios, su entrega, sus actividades, van conformando las columnas de la Iglesia. A ella ofrecen ‘todo’ en sus conventos o monasterios, en sus misiones por el mundo transmitiendo la Palabra, dedicándose a los demás, al prójimo, por el Amor al Salvador cuya llamada han aceptado, han acogido, han abrazado y han cumplido.

Y lo mismo me ocurrió cuando visitamos mi esposa y yo, junto con unos amigos, el Cottolengo del Padre Alegre. Compartimos con las religiosas y personal de la Comunidad, así como con los enfermos allí acogidos una jornada de su vida. Oramos juntos, ayudamos a dar de comer a los impedidos, ayudamos a fregar y a limpiar,… Esto no se paga jamás con dinero aunque éste sea necesario para llevar adelante a los enfermos. Pero básicamente son las toneladas de dedicación y cariño que les dedican lo que más llama la atención.

EL BESO.-FRANCISCO HAYEZ.-ROMANTICISMO
Ésta nos acerca a Dios. Nos ayuda a mantener la sexualidad en sus justos límites. Nos hace controlar los instintos de nuestro cuerpo, contribuye a llevar a efecto el alejamiento de las relaciones prematrimoniales, no queridas por Dios, y ayuda a prepararnos conveniente y adecuadamente a la recepción del Sacramento del Matrimonio. Desde él podremos vivir santamente la sexualidad y Dios se hará presente de forma especial en ese hombre y en esa mujer, unidos indisolublemente por el matrimonio, camino ¿por qué no? hacia la santidad.
Termino con este pensamiento del Santo Cura de Ars: ‘Debemos profesar una ferviente devoción a la Santísima Virgen, si queremos conservar este hermosa virtud; de lo cual no nos ha de caber duda alguna, si consideramos que ella es la reina, el modelo y la patrona de las vírgenes. San Ambrosio llama a la Santísima Virgen señora de la castidad; San Epifanio la llama princesa de la castidad, y San Gregorio reina de la castidad. (Sermón sobre la pureza).
Realmente vale la pena sacrificarse un poco para ganar eternamente ‘lo que Dios tiene preparado para los que le aman’. (1Cor. 2, 9)
Que el Creador y Nuestra Señora la Inmaculada Concepción nos bendigan.
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