ICONO CONMEMORATIVO DEL PRIMER CONCILIO DE NICEA |
Jesucristo nos mostró al
Padre (Felipe, uno de los doce apóstoles, dirigiéndose a Cristo, le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta»; Jesús le
respondió: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me habéis conocido? El
que me ha visto a mí ha visto al Padre». Jn. 14, 8-9) y dejó muy claro: ‘Pero os digo la verdad: os conviene que yo me vaya. Porque
si no me fuere, el Abogado no vendrá a vosotros; pero si me fuere os lo
enviaré’. (Jn. 16, 7), con lo cual manifiesta la Trinidad de Dios en su
Unicidad.
Luego el
Credo, siendo el resumen de las principales verdades que debemos creer, había
que buscar una forma breve, verdadera, real para que los cristianos la pudieran
manifestar, tanto los catecúmenos que se preparaban para recibir el Bautismo en
la Iglesia
primitiva como la generalidad de los cristianos para manifestar aquello en lo
que creían, guardando fidelidad a las enseñanzas del Redentor.
Eso quiere decir que si
Él es la Palabra,
el Logos, las verdades que contiene están
reveladas por el mismo Dios. Los apóstoles elaboraron la redacción de
esta oración y se escribió bajo la inspiración del Espíritu Santo, de la misma
manera que quienes escribieron los textos del Antiguo Testamento fueron los
instrumentos, ya que el Autor verdadero era y es el mismo Dios.
Así nació el
primer Credo, llamado ‘símbolo de los
Apóstoles’, porque es lógico pensar que fue en su tiempo cuando se elaboró
y ellos, según lo que habían visto y oído a su Maestro, revisarían su redacción
contenido de manera que coincidiese con lo que Jesús les enseñó, si bien al
principio sería más breve.
Así ha
llegado hasta nosotros sin cambiar lo fundamental de su contenido. Otra cosa es
la redacción que se le ha venido dando a lo largo de los siglos transcurridos,
el enriquecimiento que se le ha dado al desarrollar alguna de sus partes.
CONCILIO DE NICEA.-EL HEREJE ARRIO YACE EN UNA FOSA |
Por ejemplo.
En el siglo IV, un presbítero de Alejandría llamado Arrio se enfrentó a su
obispo diciendo que Jesucristo no era Dios mismo porque era una creación de
Dios, lo cual era a todas luces una herejía, conocida como ‘arrianismo’. Hubo
que dar una respuesta y el Magisterio de la Iglesia se manifestó en el Concilio Universal
reunido en la ciudad de Nicea, en el Asia Menor (hoy llamada Iznik, en la
actual Turquía), y en el cual se definió la doctrina de la ‘consustancialidad’ y se condenaba la mencionada herejía.
Joseph Ratzinger, actualmente nuestro Santo Padre Benedicto XVI, escribió al principio de su libro ‘La Eucaristía centro de la vida’: ‘El Credo niceno es, como todos los grandes Símbolos de la fe en la antigua Iglesia, desde sus propios cimientos una confesión del Dios trinitario. Su contenido esencial es una afirmación del Dios vivo como Señor nuestro, del cual procede nuestra vida y hacia el cual ella misma revierte’. (Capítulo primero: ‘Dios está con nosotros y entre nosotros’)
En este Concilio se hizo profesión expresa de fe en la
divinidad del Salvador quedando así redactado: ‘Creo en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios
verdadero de Dios verdadero. Engendrado, no creado: de la misma naturaleza que
el Padre, …’. ¿Les suena de algo esta redacción? Pues así es. En la Misa se reza muchísimas veces
el Credo con esta forma del Concilio de Nicea, adaptada a los giros
lingüísticos de la actualidad.
No es éste el único caso. No olvidemos que la Iglesia ha ido formándose
con el paso de los años y según las circunstancias lo aconsejaban o se creía
conveniente, se daban orientaciones o normas
en las que se hacía presente la
Iglesia, Madre y Maestra, como dijo el recordado Papa Juan
XXIII, y como puede comprobarse en la Historia de la Iglesia.
Primer Concilio de Constantinopla.- Iglesia de Stavropoleos.-Bucarest, Rumania
Unos años después de
Nicea, un tal Macedonio de Constantinopla, negaba que el Espíritu Santo fuese Dios como el Padre y el
Hijo. También hubo que pararle los pies y aclarar las cosas. Esta vez fue la
ciudad de Constantinopla la que acogió el siguiente Concilio Universal. En él
se reafirmó el Credo niceno y se introdujo en esta
oración la consustancialidad del Espíritu Santo con el Padre y con el Hijo, con
estas palabras referidas al Paráclito: ‘Señor y vivificador; que procede del Padre y del Hijo;
que con el Padre y el Hijo juntamente es adorado y conglorificado’.
Llegamos a un momento en el que creo conveniente, si no necesario, ver una cosa fundamental desde mi punto de vista. Verán ustedes.
Supongo que ya se habrán dado cuenta que cada cosa que
escribo tiene una fundamentación bíblica. Y no puede ser menos. Si el
protagonista de ambos blogs es Jesucristo, Hijo Único de Dios, que es la
Palabra, el Logos, hay que fundamentarse en Él.
El
tema que nos ocupa (que tendrá varias entradas, Dios mediante), el CREDO, no
podía ni debía ser menos, claro. Y puse manos a la obra para buscar textos
bíblicos, especialmente en el Nuevo Testamento, que apoyasen cuanto dice su
contenido. También he consultado diversos autores que en algunos casos me han
marcado una pauta o guía a seguir y de los que he aprendido muchas cosas. No en
vano tienen unos conocimientos bastante más profundos que los míos.
Sí. Por muchos años que tengamos, por mucho bagaje
cultural, religioso, espiritual que tengamos, siempre hay que estar abiertos al
aprendizaje de cualquier cosa, especialmente si nos sirve para nuestro progreso
como cristianos.
Además. Si tenemos en cuenta que estamos tratando con temas
referidos a la Santísima Trinidad, los conocimientos son inabarcables, como
inabarcable es Dios. No obstante, Él se deja descubrir por nosotros,
especialmente cuando vamos con un corazón puro, un alma limpia y la
sencillez de la humildad de María, la
Madre.
Es
curioso, pero como decíamos anteriormente, la primera palabra que tiene, CREO,
tiene una relación directísima con la Fe. Nos fiamos de Dios que se
manifiesta a lo largo de la Historia y se hace Historia en cada uno de nosotros
al hacernos sus colaboradores, sus instrumentos, en lo que quiere y cuando
quiere, siempre que somos capaces de abrirnos a cumplir su voluntad poniéndonos
incondicionalmente a su disposición. Sin reservas ni condiciones.
Abraham,
nuestro padre en la fe, así lo hizo. Moisés, adalid de Yavéh para sacar de la
esclavitud a su pueblo de la tiranía del Faraón, también lo hizo así. Jesús de
Nazaret también se puso a disposición del Padre para nuestra Redención y
sacarnos de la esclavitud del pecado.
ALEGORÍA DE LA FE.-TIZIANO.-RENACIMIENTO |
Cuando
empezamos a decir ‘creo’ ponemos nuestra fe en que cuanto dice es doctrina
revelada por Dios y el CREDO, por tanto, es infalible. Aceptamos que todo
cuanto dice es cierto y eso significa que nos ponemos a disposición de Dios al
cual aceptamos en nuestra vida, aunque jamás le hayamos visto con nuestros ojos
carnales. (‘Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y al
Padre no lo conoce nadie más que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar’.-Mt. 11, 27). Aunque con los ojos de fe lo tengamos
presente y lo hagamos el eje y motor de nuestra existencia.
Jesucristo ya
nos plantea este tema a través de San Juan: ‘No os
inquietéis. Confiad en Dios y confiad también en mí’. (Jn. 14, 1).
A estas alturas, en pleno siglo XXI, ya tenemos elementos de juicio más que
suficientes para creer en Jesús de Nazaret, vencedor absoluto de la muerte y
Señor de la Vida.
San Pablo
insiste en este punto en su carta a los cristianos de Roma: ‘En definitiva, ¿qué dice la Escritura? Que la
palabra está cerca de ti; en tu boca y en tu corazón. Pues bien. Esta es la
palabra que nosotros anunciamos. Porque si proclamas con tu boca que Jesús es
el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos,
te salvarás. En efecto. Cuando se cree con el corazón actúa la fuerza salvadora
de Dios, y cuando se proclama con la boca se alcanza la salvación. Pues dice la Escritura: Quienquiera
que ponga en Él su confianza no quedará defraudado’. (Rom. 10, 8-11).
Cada uno
podrá pensar lo que quiera, pero si no nos queremos ‘defraudar’, como dice el
apóstol, hemos de asumir el contenido del Credo de forma plena, vital, absoluta
y hacerlo Vida en nuestra vida.
Esta oración
o manifestación básica de nuestra fe continúa desarrollando las Verdades (así,
con mayúscula), centrándolas en las Personas Trinitarias.
BODAS DEL CORDERO.-APOCALIPSIS |
En primer
lugar manifiesta nuestra creencia en el Padre: CREO EN DIOS PADRE TODOPODEROSO.
Y lo hace de una manera personal: CREO, porque soy yo desde mi interior, desde
mi corazón, desde mi fe, quien confiesa que Dios es realmente mi Padre y que
asumo cuanto digo como cosa propia dentro de mi filiación como cristiano, como
dice Pedro: ‘…que vuestra fe y vuestra esperanza descansan
en Dios’. (1 Pe. 1, 21). Y San Juan también nos dice: ‘Oí luego algo así como la voz de una inmensa muchedumbre,
como la voz de aguas caudalosas, como la voz de truenos fragorosos. Y decían:
¡Aleluya! El Señor Dios nuestro, el todopoderoso, ha comenzado a reinar.
Alegrémonos, regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del
Cordero. Está engalanada la esposa, vestida de lino puro, brillante. El lino
que representa las buenas acciones de los creyentes’ (Ap. 19, 6-8).
No tiene,
pues, ningún sentido que cuando en una ceremonia religiosa el sacerdote
pregunta a la Asamblea ‘Creéis en Dios
Padre Todopoderoso…’, se responda ‘Sí,
creeMOS’., porque yo puedo decir
y manifestar lo que yo creo, pero lo que otros creen, aun sabiendo que todos
somos cristianos, es cosa personal de cada uno. San Juan pone la rúbrica cuando dice: ‘Y la vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti
el único Dios verdadero, y a Jesucristo tu enviado’. (Jn. 17, 3).
Dando un paso más, empezamos a desgranar todo aquello que a lo largo de los siglos ha dado lugar a esta síntesis de nuestras creencias.
Dando un paso más, empezamos a desgranar todo aquello que a lo largo de los siglos ha dado lugar a esta síntesis de nuestras creencias.
Y el primer
lugar es para el Padre. ¿Alguien se habrá parado a pensar en lo que encierran
esas doce primeras palabras? Sí. Una docenita, pero ¡cuánto valor encierra su
contenido! Decimos que creemos en Él y lo demostramos manifestando que es el
Autor de todo, del cielo y de la tierra, como Señor, Padre y Origen de cuanto
abarca el Universo. ‘Al principio creó Dios el cielo y la tierra’.
(Gen. 1, 1). Él, con su sabiduría y Amor, nos ha puesto a
nosotros, el género humano, como destinatarios de su obra creadora, dándonos
con ello la mayor dignidad con que jamás nos hubiésemos atrevido a soñar,
dotándonos de inteligencia, voluntad y libertad. ¿Somos plenamente conscientes
de lo que estamos diciendo?
Decir que ‘creemos en Dios Padre Todopoderoso, creador
del cielo y de la tierra’, equivale a decir que aceptamos, asumimos y
proclamamos su perfección infinita, su justicia infinita, su santidad infinita.
Su eternidad e inmutabilidad infinitas. Es ser conscientes de que aceptamos al
Padre tal como es, con su Omnisciencia, Omnipresencia y Omnipotencia, aunque
nosotros, pobres mortales, no podamos llegar a lo más mínimo de la realidad de
su Ser. Otra cosa es que, como veremos al final, cuando estemos en su Reino por
un acto de su infinita misericordia, podamos contemplarle cara a cara y
adorarle con absoluta perfección, superada ya nuestras barreras humanas de este
mundo en que estamos viviendo.
SANTÍSIMA TRINIDAD.-BECCAFUMI.-MANIERISMO |
Esa es la
razón de tributarle el culto de Latría, debido únicamente a Dios, Uno y Trino,
como iremos viendo.
Desde los
albores del cristianismo, una jovencísima Iglesia ya decía (y nos sigue
diciendo) referido a Dios: ‘Cristo estaba
presente en la mente de Dios antes de que el mundo fuese creado, y se ha
manifestado al final de los tiempos para vuestro bien, para que por medio de él
creáis en el Dios que lo resucitó de entre los muertos y lo colmó de gloria. De
esa forma, vuestra fe y vuestra esperanza descansan en Dios’. (1 Pe. 1, 20-21).
San Juan
también nos muestra la alabanza a Dios en el mundo futuro que todos esperamos,
gozando de la presencia de Dios: ‘Oí algo así como
la voz de una inmensa muchedumbre, como la voz de aguas caudalosas, como la voz
de truenos fragorosos. Y decían: - ¡Aleluya! El Señor Dios nuestro, el
todopoderoso, ha comenzado a reinar. Alegrémonos, regocijémonos y démosle
gloria, porque han llegado las bodas del Cordero’. (Ap. 19, 6-7).
A través de
las visiones que Dios concedió a Juan, hay una invitación a la adoración al
Santo de los Santos dirigida a las personas de todos los tiempos y edades. Así
nos dice de nuevo: ‘Vi también algo semejante a un mar, mezcla de
fuego y de cristal; sobre este mar de cristal estaban, con las cítaras que Dios
les había dado, los vencedores de la bestia, de su estatua y de su nombre
cifrado. Cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del
Cordero, diciendo: -Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios
todopoderoso; justo y fiel tu proceder, rey de las naciones. ¿Cómo no
respetarte, Señor? ¿Cómo no glorificarte? Sólo tú eres santo, y todas las
naciones vendrán a postrarse ante ti, porque se han hecho patentes tus
designios de salvación’. (Ap. 15, 2-4).
Si aquí,
cuando tenemos las ideas claras y nuestro corazón está despierto, somos capaces
de mantener esos momentos de oración contemplativa en los que Él entra en
nosotros, hace morada en nosotros, y llena nuestro ser con su presencia
inundando de felicidad y agradecimiento nuestra adoración, ¿qué será cuando lo
que hacemos aquí sea ante Él mismo y nuestra oración y adoración sean
perfectas? Todo esto es lo que estamos manifestando diciendo que creemos en
Dios Padre Todopoderoso, porque ‘ahora vemos por
medio de un espejo y oscuramente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco
imperfectamente, entonces conoceré como Dios mismo me conoce’. (1 Cor. 13, 12).
‘Y es que lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad se ha hecho
visible desde la creación del mundo a través de las cosas creadas’. (Rom. 1,
20).
Que Dios nuestro Padre y Nuestra Señora la Virgen de Copacabana nos
bendigan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario