miércoles, 9 de octubre de 2013

Creo en la Santa Iglesia Católica (IV)

SANTA MISA EN CHAD
Prefiero no seguir con las notas de la Iglesia en el mismo orden que las dice el Credo. ¿Por qué? Pues no sabría darles una razón contundente que justificase esta decisión, pero es que decir que creemos en una Iglesia ‘Católica’ me obliga a pensar que no todos conocen el significado que encierra la palabra. Y pienso que es por eso por lo que me inclino por tratar ahora esta nota.
Tiene que ver, y mucho, con esas palabras que encierran el deseo de Jesucristo que transmitió a los Apóstoles, cuando momentos antes de su Ascensión les dijo: ‘Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyese y se bautizase, se salvará, pero el que no creyese, se condenará’, (Mc.16, 16).
Imaginemos por un momento cómo era el mundo conocido y cómo eran las comunicaciones en tiempos de Jesús. ‘Ir por todo el mundo’ suponía partir desde el país de Jesús, donde se había desarrollado toda la gesta salvadora del Redentor, y dirigirse a todos los países conocidos para dar a conocer el Evangelio que Jesús había predicado con palabras y obras. Eso suponía caminar mucho, unirse a caravanas, embarcarse en ocasiones y dirigirse por mar a lejanas tierras asumiendo los peligros que conllevaba aquella actividad.
Pero daba igual. El Maestro les había manifestado la confianza que en ellos tenía depositada y el Espíritu de Dios, recibido en Pentecostés, les daba la fuerza, el conocimiento y el ánimo suficiente para no arredrarse de nada. Y con el recuerdo, todavía fresco, de su amigo Jesús, lanzarse a continuar su obra como si Él estuviese junto a ellos (como realmente lo estaba, aunque no físicamente).
La universalidad del mensaje iba destinado a TODAS Y TODOS los habitantes de este pequeño y pobrecito planeta dentro del universo creado por Dios, pero enorme y grandioso, más que el mismo universo.
 TAIZÉ. JÓVENES DE TODO EL MUNDO, ORANDO
Así es, porque su mismo Creador, tomando forma humana y naciendo de una Virgen, lo había santificado y bendecido con su presencia y su gesta redentora.
Precisamente de ahí arranca el sentido de la catolicidad de la Iglesia. De los apuntes que tengo y de las consultas realizadas, la palabra ‘católica’ significa precisamente ‘universal’, que está referida a las personas del mundo entero sin distinción alguna. El Evangelio de Jesús de Nazaret va destinado, a través de la Iglesia que fundó y con su amigo Pedro como cabeza visible de la misma al frente de ella, a todo el género humano. Después, muchos años más tarde, a principios del siglo II, (aproximadamente por el año 110),  San Ignacio de Antioquía, uno de los Padres de la Iglesia, empezó a emplear la palabra católica unida a la Iglesia, en sus cartas (Carta a los de Esmirna).
 La Iglesia se llama católica o universal porque está esparcida por todo el orbe de la tierra, del uno al otro confín, y porque de un modo universal y sin defecto enseña todas las verdades de fe que los hombres deben conocer, ya se trate de cosas visibles o invisibles, de las celestiales o de las terrenas; también porque induce al verdadero culto a toda clase de hombres, a los gobernantes y a los simples ciudadanos, a los instruidos y a los ignorantes; y, finalmente, porque cura y sana toda clase de pecados sin excepción, tanto los internos como los externos; ella posee todo género de virtudes, cualquiera ue sea su nombre, en hechos y palabras y en cualquier clase de dones espirituales’. (SAN CIRILO DE JERUSALÉN. Catequesis 18, 23-25)
El párrafo de arriba lo escribió ese obispo griego, venerado por la Iglesia Católica y por la Iglesia Ortodoxa, que vivió en el siglo IV. 
SAN CIRILO DE JERUSALÉN
Podemos ver que encierra unos conceptos que son totalmente válidos para el siglo XXI y clarifica el significado de lo que es la Iglesia Católica. Y continúa diciendo: ‘Católica: este es el nombre propio de esta Iglesia santa y madre de todos nosotros…, y es figura y anticipo de la Jerusalén de arriba, que es libre, y es nuestra madre, la cual, antes estéril, es ahora madre de una prole numerosa’.  (SAN CIRILO DE JERUSALÉN. Catequesis 18, 26).
Por su universalidad, por su catolicidad en definitiva, la Iglesia recibe y acoge a todos los hombres y mujeres de cualquier parte de mundo sin distinción alguna raza, sexo o edad. Si nosotros somos cristianos bautizados, allí donde estemos haremos presente a la Iglesia Católica  con nuestras actuaciones y testimonio, no solamente con palabras ni predicaciones. Si nuestra actuación está adecuada a las normas de la Iglesia, que no son otras que las emanada de Jesús y contenidas en el Evangelio, estaremos siendo testigos de ella y de su fundador. Si nos dejamos arrastrar por las fuerzas del mal, será un antitestimonio el que estaremos dando y no seremos precisamente espejos de esa Iglesia que tanto decimos querer ni tampoco de su Maestro y Fundador.
Estaremos plenamente incorporados a la Iglesia Católica si dondequiera que tengamos nuestra residencia, en cualquier parte del mundo, empezando por nuestro hogar formando una iglesia doméstica, pero estando en comunión en la fe, en los Sacramentos, en la doctrina de la Iglesia, con el Obispo Diocesano que tengamos, cuya autoridad le viene de ser sucesor directo de los apóstoles de Jesucristo. El Espíritu está dispuesto para ayudarnos en nuestro camino y peregrinar en la Iglesia, de cuya universalidad somos todos responsables en tanto  la hagamos florecer a través de los talentos recibidos del mismo Dios cuando nos creó a cada uno.
Eso es un regalo que Dios nos ha concedido a todos. Si nos damos cuenta que en nuestra oración y en la recepción de Sacramentos estamos realmente unidos a los cristianos de América, Asia, África, Oceanía o Europa por formar parte todos del Cuerpo Místico de Cristo. San Pablo lo explicó muy bien: ‘Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Porque cuantos en Cristo habéis sido bautizados, os habéis vestido de Cristo. No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o hembra, porque todos sois uno en Cristo Jesús’. (Gál. 3, 26-28). De ese modo estaremos demostrando que el dogma de la Comunión de los Santos es una realidad manifiesta a través de la Iglesia militante, la purgante y la triunfante, solidaria con las personas de todo el orbe, unidos a la autoridad y liderazgo del Papa, Vicario de Cristo en la tierra, legítimo sucesor de Pedro y actualmente custodio de las llaves simbólicas que Jesús le entregó al fundar la Iglesia.
Estamos en el siglo XXI. Más de dos mil años tiene en su haber la Iglesia trabajando en todo el mundo llevando la luz de Cristo a todas las personas, de la condición que fueren, que se abren al mensaje. Igual que cuando era el Maestro quien predicaba. Y así como en ese tiempo querían cogerlo en contradicción consigo mismo y no pudieron, lo mismo intentaron con los discípulos después de la Ascensión de Cristo y se estrellaron contra la inutilidad de sus esfuerzos. Pero hubo quien vio claro que aquello iba en serio e intentó explicarlo. Veamos la situación y la intervención de aquel varón, miembro del Sanedrín.
Los apóstoles predican y cada día aumenta el número de cristianos y no todos vivían en Jerusalén. Sus milagros asombran a todos. Las autoridades los apresan y encierran en la cárcel pública. Por la noche, el ángel del Señor los libera y siguen predicando. El sumo sacerdote convoca el Sanedrín en pleno, van a traer a los discípulos y se encuentran con todas las medidas de seguridad intactas, pero ellos no estaban en la celda sino en templo cumpliendo su deber. Nuevamente los llevan a su presencia pero con cuidado para que el pueblo que veía lo que hacían y decían, no se amotinase. Cuando el sumo sacerdote se dirige a ellos es Pedro quien le contesta en nombre de todos sus compañeros y lo que dijo aún les enfureció más. Entonces (fijémonos bien), ‘levantándose en el consejo un fariseo de nombre Gamaliel, doctor de la Ley, muy estimado por todo el pueblo, mandó sacar a los apóstoles por un momento y dijo:
Varones israelitas, mirad bien lo que vais a hacer con estos hombres. Días pasados se levantó Teudas, diciendo que él era alguien, y se le unieron como unos cuatrocientos hombres.
GAMALIEL HABLA AL SANEDRÍN
 Fue muerto y todos cuantos le seguían se disolvieron, quedando reducidos a nada. Después se levantó Judas el Galileo, ellos días del empadronamiento y arrastró al pueblo en pos de sí, mas pereciendo él también cuantos le seguían se dispersaron. Ahora os digo: Dejad a estos hombres, dejadlos; porque si esto es consejo u obra de hombres, se disolverá; pero si viene de Dios, no podréis disolverlo y quizá algún día os halléis que habéis hecho la guerra a Dios’. (Act. 5, 12-42)
El resultado lo conocemos así como el texto anterior, pero si analizamos los signos de los tiempos y observamos los sucesos en el mundo con respecto a la Iglesia, notaremos que se está dando lo mismo: predicación, acción y testimonio de la Iglesia cumpliendo la voluntad de Jesucristo. Persecución, más o menos solapada y martirio en todas partes del mundo. De una manera u otra, está el Gamaliel de hoy avisando por todas partes que quien persigue a los cristianos se ‘encontrará con que está haciendo la guerra a Dios’. ¿No es suficiente la enseñanza de la Historia? ¿No son suficientes dos mil y pico años de demostración que Jesucristo, Dios y hombre verdadero, está al frente de ella y NADIE podrá hacer nada contra ella?
Hay muchas personas que hablan de lo que  desconocen y actúan contra lo que ignoran. En esa absurda e inútil guerra contra Dios puede sucederles como a Saulo cuando iba a Damasco para apresar cristianos. Tuvo su batalla personal y…la perdió. Además tuvo que oír de su contrincante la razón de su caída, relatada por el mismo Pablo al rey Agripa: ‘Caídos todos a tierra, oí una voz que me decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Duro te es dar coces contra el aguijón. Yo contesté: ¿Quién eres, Señor? El Señor me dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues’. (Act. 26, 8-23).
CONVERSIÓN DE SAN PABLO CAMINO DE DAMASCO
A Pablo no le importaba su persona, sino lo que Jesús le encomendó en persona. Lo pagó con la vida, pero con su testimonio contribuyó a extender el Evangelio por todo el mundo. Él, los Apóstoles y los discípulos de Jesús, los de entonces y los de ahora, desde su propia condición social (hombre o mujer, joven o anciano, sacerdote, religioso/a o laico, casados o solteros…) debemos contribuir a la catolicidad de la Iglesia, a su universalidad. ¡Ojalá pudiéramos ver en nuestros días la realización del deseo de Jesucristo: ‘Tengo otras ovejas que no son de este aprisco, y es preciso que yo las traiga, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor’. (Jn. 10, 16).
MADRE DEL BUEN PASTOR,  INSTITUIDA POR EL PAPA PÍO VI EL 1-08-1795
Que Jesucristo, el Buen Pastor, y la Virgen Pastora, Madre del Buen Pastor nos iluminen y bendigan a todos.


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