domingo, 27 de octubre de 2013

La santidad como nota de la Iglesia Católica (V)

PENTECOSTÉS .-Everard Crijnsz. van der Maes.-S. XVI - XVII
    El Año de la Fe termina. El comentario del Credo, símbolo de nuestra Fe, también, aunque puede ser que se alargue algo más que el Año vivido. En las dos entradas anteriores hemos visto dos de las notas características de la Iglesia Católica: la unidad y la catolicidad. En esta entrada veremos otra: la santidad. ¿Qué significado tiene que digamos al rezar el Credo ‘creo que la Iglesia es santa’?
    Realmente existen varias razones, incluso muchas, para demostrarlo, pero todas ellas desembocan en una sola: en su fundador. Muchas veces he escrito por diversos motivos que Jesucristo nació, sufrió, murió y resucitó con la única finalidad de rescatar al género humano del pecado. Pagó por nosotros lo que en el principio se perdió por la desobediencia de nuestros primeros padres. Y como conocía la forma de ser de los humanos (¡nos creó Él, que es la Palabra, el Verbo Divino, el Logos!) no quiso que su sacrificio redentor pudiera perderse en la nada.
   
Todo estaba perfectamente planificado, una programación a largo plazo elaborada desde la Eternidad. 
FUNCIONARIOS DEL SUMO SACERDOTE.- Canon Farrar
Y también su puesta en funcionamiento desde el comienzo de su vida pública: edad adecuada, elección de amigos y sucesores en quienes depositar su confianza, una exposición de objetivos presentada en sus predicaciones, tanto públicas en las calles, el templo, el monte, …como privadas a sus compañeros y amigos. Y lo exponía con una claridad tal, que los doctores de la Ley y los fariseos lo entendieron perfectamente, pero en negativo. Veían que su doctrina era peligrosa para ellos y no evitaban ocasión alguna para intentar contradecirlo y ponerlo en ridículo ante su auditorio. Pero ocurría al revés. Siempre terminaban ellos en ridículo al no tener argumentos válidos para responder a lo que Jesús contestaba a cuanto le preguntaban.
   
El Salvador, Dios y Hombre verdadero, quedaba claro que debía morir como hombre al haber asumido nuestra naturaleza. 
AGONÍA DE JESÚS EN GETSEMANÍ 
Y al final decidieron que tenían que quitárselo de en medio: Caifás, que era el Sumo Sacerdote de aquel año, les dijo: -Vosotros no sabéis nada, ¿no comprendéis que conviene que muera un hombre solo por el pueblo y no que perezca todo el pueblo?’. (Jn. 11, 49-50). 
    A partir de ese instante comenzó la ‘programación’ del Sanedrín para conseguir ese objetivo. Después de la cena de despedida con sus amigos e instituir la Eucaristía, se puso en oración en Getsemaní. Allí su naturaleza humana le hizo ‘sentir pavor y angustia’ (Mc.14, 33) y sudar sangre del miedo, tan humano, que sentía: ‘Preso de la angustia oraba más intensamente, y le entró un sudor que chorreaba hasta el suelo, como si fueras gotas de sangre’ (Lc. 22, 44). Pero la fuerza de su oración, en constante comunicación con el Padre, le permitió reaccionar: ‘Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa de amargura;  pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú’. (Mt. 26, 39).
   

Lo que siguió después lo conocemos. Lo decíamos ya en los comentarios al Credo que hemos ido haciendo. Lo cierto es que quiso que todos cuantos le siguiéramos con el paso de los siglos, estuviéramos unidos a Él en ‘un solo rebaño con un solo pastor’. (Jn. 10, 16). 

EL BUEN PASTOR EN LA ICONOGRAFÍA ORIENTAL
Esa unión se haría en la Iglesia, siendo Jesús el eje alrededor del cual estaríamos todos y Él con todos y cada uno de nosotros con su presencia real en la Eucaristía. Con su entrega en la cruz no solamente la santificó sino que la hizo santificante al hacerla depositaria de los Sacramentos.
    Sí. El fundador de la Iglesia es más que santo: es el Santísimo a quien se le rinde culto de Latría como Dios verdadero, lo mismo que al Espíritu Santo que la asiste e inspira con sus dones y sus frutos. Con un fundador así, la Iglesia es Santa también, pero lo comentaré después porque quiero matizarlo. Un fundador que cuando se le conoce, aunque sea un atisbo de su realidad, se le sigue apasionadamente llegando, en ocasiones, a morir por Él incluso en el siglo XXI, como hemos visto el domingo 13 de octubre del año en curso, en España, donde en la provincia de Tarragona se han beatificado 522 mártires entre sacerdotes, religiosos y religiosas y también laicos, asesinados sencillamente por ser católicos en 1936 en la cruel guerra civil.
BEATIFICACIÓN 522 MÁRTIRES ESPAÑOLES
    'Dichosa la Iglesia nuestra, a la que Dios se digna honrar con semejante esplendor, ilustre en nuestro tiempo por la sangre gloriosa de los mártires. Antes era blanca por las obras de los hermanos; ahora se ha vuelto roja por la sangre de los mártires. Entre sus flores no faltan ni los lirios ni las rosas’. (SAN CIPRIANO. Carta 10, 2-3).
    San Cipriano lo vio así y así lo manifestó. Y de la misma manera que cada uno de nosotros tenemos una vocación en este mundo de cara a la profesión que elijamos, para la cual nos preparamos adecuadamente para su mejor desarrollo y posteriormente perfeccionamos con cursos postgrado, nuestra vocación cristiana recibida en el Bautismo la vamos desarrollando y perfeccionando a través de nuestra vida. Los cursos postgrado en este caso los vamos realizando durante toda nuestra vida de diversas maneras: Ejercicios espirituales, jornadas de convivencias diocesanas con una temática determinada, Cursillos de Cristiandad y un largo etcétera con que el Espíritu nos sugiere para que demos el mejor fruto posible. Todos con un objetivo común: alcanzar el mayor grado de perfeccionamiento espiritual (‘sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto’. Mt. 5, 48)  y la santidad a la que debemos aspirar al pertenecer a la Iglesia que tiene semejante Fundador.
   
Solamente así daremos los frutos de santidad que Dios espera de nosotros y que Jesucristo nos expuso de forma magistral en la parábola de los talentos, escrita posteriormente por Mateo en el capítulo 25, versículos 14 al 30.
CANTAR DE LOS CANTARES.-Julius Schnorr von Carolsfeld.-ROMANTICISMO

    La santidad de la Iglesia la recoge su Catecismo en estos términos: ‘La fe confiesa que la Iglesia no puede dejar de ser santa. En efecto, Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama ‘el solo santo’, amó a su Iglesia como a su esposa. Él se entregó por ella para santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de Dios. La Iglesia es, pues, el Pueblo santo de Dios y sus miembros son llamados ‘santos’. (Catecismo de la Iglesia Católica, 823).
     
Ananías, cuando recibe el encargo de ir a ver a Saulo de Tarso, ya en Damasco, le repuso a Dios: ‘Señor. He oído a muchos de este hombre cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén…’ (Act. 9, 13-14). 
TENTACIÓN DE CRISTO 3.-SANDRO BOTTICELLI.-RENACIMIENTO
El siglo I ya se les llamaba y consideraban así: santos. El mismo Pablo, tiempo después, también se refiere a los cristianos en estos términos: ‘¿Y osa alguno de vosotros que tiene un litigio con otro acudir en juicio ante los injustos y no ante los santos?’ (I Cor. 6, 1). 

    Es ahora, antes de seguir adelante, cuando deseo matizar como he dicho más arriba, que si el fundador de la Iglesia es Santísimo y se le rinde culto de Latría como Dios verdadero, la Iglesia es Santa también’. Eso es cierto, pero eso no significa en absoluto que todos los bautizados seamos santos. De hecho, nuestra naturaleza nos inclina al pecado y el príncipe de las tinieblas ya se encarga de presentarnos las cosas como buenas y aceptables cuando en realidad puedan no serlo. El episodio de Adán y Eva se actualiza cada día en cada momento o circunstancia que él pueda tener para tentarnos. Es algo que no nos debe sorprender, porque con Jesús también lo intentó cuando tuvo su retiro en el desierto antes de empezar su vida pública (Mt. 4, 1-11). Y perdió. Conocía perfectamente quién era y que llevaba todas las de perder, pero lo intentó. ¿Qué tiene de extraño que lo intente con todos nosotros?
    Claro que...Nosotros somos muy débiles. Tenemos muy fácil lo de caer en la tentación y es necesario estar dispuestos y siempre a punto para vencerlas. No en vano así lo recomendó a sus discípulos en Getsemaní momentos antes de ser hecho prisionero cuando vio a sus amigos durmiendo, en vez de orar como Él les había pedido. ‘Vigilad y orad para no caer en la tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es flaca’. (Mt. 26, 41). Si nos abandonamos en manos del maligno no solamente no seremos santos a pesar de estar bautizados, sino que nos estaremos poniendo, aunque no lo queramos admitir, frente a Jesucristo.
   
Si somos capaces de vencer las tentaciones, por supuesto con la ayuda del Altísimo (con oración y Sacramentos, fuentes de santidad, especialmente con  la Reconciliación y la Eucaristía) y con la inestimable ayuda e intercesión de la Virgen (especialmente con el rezo del Santo Rosario, poderosa arma contra Satanás, como le dijo en 1208 a Santo Domingo de Guzmán), que no nos quepa duda que podremos  salir airosos de las pruebas.
LA VIRGEN ENTREGA EL ROSARIO A STO. DOMINGO DE GUZMÁN
 No en vano cuando el Maestro enseñó a rezar a los discípulos el Padre nuestro, indicó que pidiéramos al Padre que ‘no nos dejara caer en tentación’. Además, el mismo Jesús espera que le pidamos ayuda confiadamente como nos indicó: ‘Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer’. (Jn. 15, 5).
    De esa manera contribuiremos a la santidad de la Iglesia, porque eso es tarea de todos los que pertenecemos a ella, tanto laicos como religiosos, religiosas y sacerdotes, cada uno desde su propia vocación y función, con nuestros errores y aciertos, pero centrados en el cumplimiento de la voluntad de la Santísima Trinidad y procurando que se realicen en nosotros sus planes y pensamientos. (‘Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos, dice Yavé. Cuanto son los cielos más altos que la tierra, tanto están mis caminos por encima de los vuestros, y por encima de los vuestros, mis pensamientos’. Is. 55, 8-9).
   
Configurar nuestra existencia conforme a los planes y a la voluntad de Dios,  pienso que no es otra cosa que aspirar a la santidad. Y no me refiero a que nos pongan en una peana en los altares de los templos. No. Simplemente es intentar abrirnos a Dios, darle cabida en nosotros, dejarlo actuar en nosotros y a través de nosotros que actúe sobre los demás. Ser instrumentos del Salvador  que, aunque no esté físicamente entre nosotros, sí que lo está real y verdaderamente en la Eucaristía.
EUCARISTÍA.-LA SANTA MISA
    Podemos decir, como expone San Juan de la Cruz, que la santidad ‘consiste en tener el alma según la voluntad con total transformación en la voluntad de Dios, de manera que no haya en ella cosa contraria a la voluntad de Dios, sino que en todo y por todo su movimiento sea voluntad solamente de Dios’. (Subida al Monte Carmelo I, 11, 2). Quien así obra, contribuye a la santidad de la Iglesia al participar de la vida divina pero no porque haya un empeño de las personas en conseguirlo, sino porque el mismo Espíritu que se manifestó en Pentecostés, actúa en cada uno de nosotros, simples pecadores, y es capaz de transformarnos y que nuestra vida dé un vuelco hacia Él.
    Es la misma Iglesia quien en su Magisterio nos enseña que aunque nuestra naturaleza humana sea pecadora, hemos de trabajarnos la perfección, la conversión personal, en una constante renovación de nuestro espíritu. No es extraño, pues, que en tiempo de Cuaresma se nos recuerde la necesidad de analizarnos cada uno para ver qué cosas necesitamos modificar, enderezar, para acercarnos más a Dios. Para buscar la santidad.
PESCA MILAGROSA.-JAMES TISSOT.-S. XIX
    'La Santa Iglesia es comparada a una red de pescar, porque también está encomendada a pescadores, y por medio de ella, somos sacados de las olas del presente siglo y llevados al reino celestial, para no ser sumergidos en el abismo de la muerte eterna. Congrega toda clase de peces, porque brinda con el perdón de los pecados a los sabios e ignorantes, a los libres y a los esclavos, a los ricos y a los pobres, a los robustos y a los débiles’. (SAN GREGORIO MAGNO. Homilía 1 sobre los Evangelios).
    Es posible que San Gregorio tuviese en cuenta el pasaje de San Juan en el que Jesús, ya resucitado, se aparece a los Apóstoles junto al lago de Tiberíades. No habían cogido nada y así se lo dijeron cuando les preguntó, tras lo cual les recomendó que echaran la red a la parte derecha de la barca ‘y la red se llenó de tal cantidad de peces que no podían moverla’. Entonces reconocieron quién era el que les hablaba. ‘Es el Señor’, dijo San Juan. Cuando saltaron a tierra les pidió que llevasen algunos peces de los pescados. Y aquí viene el fragmento evangélico que siempre me ha llamado la atención. ‘Simón Pedro subió a la barca y sacó a tierra la red llena de peces; en total eran ciento cincuenta tres peces grandes. Y a pesar de ser tantos, LA RED NO SE ROMPIÓ’. (Jn. 21, 1-14)
    Hay mucho para analizar y desglosar en esta perícopa, pero para el tema que nos ocupa siempre he pensado que era una referencia para comprender la acogida a todos en la barca de Pedro que es la Iglesia. La red no se romperá porque Jesús de Nazaret se encargará de que así sea, a pesar de las tormentas por las que tenga que navegar. Lo mismo que calmó la fuerte tempestad que atemorizó a los apóstoles (Mc. 4, 35-41), continúa hoy firme en el timón de su Iglesia a pesar de los fuertes temporales que continuamente la acosan.
LA BARCA DE CRISTO.-ICONO
    Cuando la Iglesia canoniza a determinados cristianos, es porque reconoce en ellos que su fidelidad a Dios la han demostrado poniendo en práctica de forma heroica las virtudes cristianas y por ello los propone como modelos para nosotros. Han demostrado que no es imposible vivir la santidad a pesar de su debilidad humana. El Espíritu Santo los ha ayudado en su esfuerzo y en momentos difíciles de la Historia de la Iglesia, ha suscitado personas que desde su seguimiento a Cristo y su visión del Evangelio han contribuido a mostrar al mundo entero que el fundador de la Iglesia la ha renovado en momentos concretos. Basta con ver la época en la que apareció Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y muchísimos más.
    Y siempre, desde los inicios de la Iglesia, la figura de la Madre de Dios, María de Nazaret, emerge con luz propia como la primera persona que vivió la santidad desde antes de nacer la Iglesia. Y cuando ésta nació, en Pentecostés, allí estaba Ella unida a su Hijo y a los Apóstoles. Es el espejo en el que nos debemos mirar, el modelo de santidad que hemos de seguir, la intercesora perfecta en quien debemos confiar y en cuyos brazos la Iglesia se acoge.
MAESTÁ.-SIMONE MARTINI.-GÓTICO
    Con Ella y con semejante fundador, su Hijo Jesús, ¿cómo no va a ser Santa la Iglesia? Que ellos nos bendigan y envuelvan en su Misericordia.

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