miércoles, 17 de septiembre de 2008

LA RESURRECCIÓN DEL LOGOS Y LA VIRGEN

A veces estás tan convencido de que sabes tantas cosas sobre algún tema concreto que cuando alguien hace una simple exposición de cualquier cosa sobre el mismo y demuestra cuanto dice, que no cuadra necesariamente con el esquema mental que uno tiene sobre el tema expuesto, o se va todo al traste o se tiene la humildad necesaria para reconocer que el SABER no tiene límites y está siempre en continuo desarrollo y que nosotros estamos en continuo aprendizaje de todo cuanto nos rodea.

Algo de eso me ocurrió a mí en alguna ocasión. En una charla que oí este verano se hablaba del Evangelio y de algunas de sus escenas. Se nos decía que para contemplar mejor cualquier escena del mismo en nuestras meditaciones, debíamos intentar entrar en el pasaje que estuviésemos meditando. Por ejemplo en el Sermón del Monte, debíamos vernos allí mismo como una de las personas que están esperando oír a Jesucristo, (cómo nos sentiríamos allí en ese momento, cómo reaccionaríamos, cómo pensaríamos, etc), como uno de los discípulos del Maestro (nuestra reacción al ver tanta gente, la espera de instrucciones, el momento de repetir a los que allí estaban cuanto decía Jesús, etc.) o incluso metiéndonos en la piel del mismo Cristo (cómo observaría a las personas que allí había y sus reacciones ante lo que Él iba diciendo, qué sentiría en el momento de ir proclamando su programa de vida, etc.).



Pues bien. Ese día se nos propuso para la meditación algunos pasajes evangélicos entre los cuales estaba el momento en el que Jesús, clavado ya en la Cruz en el Calvario, tiene frente a Él a María, su Madre, y a Juan, el discípulo predilecto. Y en la crudeza del momento aún resonaron las palabras (no sé de qué manera) “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu Madre”. (Jn. 20, 26-27)

Ciertamente que yo sí que me detuve en él y permítanme que les invite a vivir este momento. Imagínense que dan un salto en el tiempo y contemplan la escena, pero no pasivamente. Entren en ella. También están al pie de la Cruz. Tanto, que pueden apoyarse en ella. Junto a Vds. está la Madre de Jesús, viviendo una agonía impotente de ver morir a su Hijo injustamente, tan cerca que la pueden tocar con sus manos. Juan está extrañamente separado en un segundo plano. Toda la escena está cubierta por tinieblas y la oscuridad envuelve toda la tierra. (Lc.23, 44) y (Mt. 27, 45). Vivan ese momento. Ocupen el lugar de Juan. Y oigan nítidamente, claramente, una voz que procedente de lo alto de la Cruz, les dice: ”Juan Luis, Rafael, Ana, Javier, Mari Carmen, Tomás, Pepita, … ahí tienes a tu Madre”.



Tengan la osadía, la valentía, de hacer la prueba. Partan de la lectura de Jn. 20, 23-30 de forma reposada. Hagan de ese modo la meditación de ese instante. Sin prisas. Si después lo desean pueden escribir sus impresiones en los comentarios al final del escrito. Luego, como María, guarden su experiencia en el corazón. Y siéntanse depositarios de ese encargo que el mismo Jesús les hace.



Esto me llevó a una escena posterior. Cristo ya ha muerto. Está enterrado y la losa cubre la entrada del sepulcro. Pasan unos días y, a pesar de la guardia que custodia el sepulcro (Mt. 27, 62-66), trasciende la noticia que el Galileo ha resucitado. La tumba está vacía.

Y yo me pregunto, (aunque esto no está contenido en ningún Evangelio y, por tanto solamente es un pensamiento personal), ¿a quién se aparecería en primer lugar? Ya que el pensamiento es libre, ¿sería muy descabellado pensar que sería a su Madre? Ella ya tenía la experiencia de la Anunciación, pero ESE momento, precisamente ESE,¿cómo sería?



Pienso en las probables lágrimas de alegría de esa Mujer que tanto había sufrido.

Pienso en el abrazo a su Hijo llenándolo de besos emocionados, cargados de infinita alegría y con todo su amor de Madre volcado en SU Jesús, en nada comparable al que le dio cuando lo descendieron muerto de la Cruz, donde se mezclaba el aparente fracaso de su Hijo y una enorme espada de dolor, la profetizada por Simeón en el Templo de Jerusalén, treinta y tres años atrás.

Pienso en la ternura del Hijo acariciando a su madre y en las palabras de sereno consuelo que le diría, habiendo triunfado sobre la muerte.

Pienso en el premio a una mujer y Madre, por su fe y su temple de acero de esperar contra toda esperanza.

Pienso en el camino que nuestra Madre nos está marcando con su actitud.

Pienso en el apoyo que recibimos de la Madre y del Hijo cuando intentamos cumplir en nosotros los planes de Dios.


Pienso en todo eso y en mucho más. ¿Y ustedes?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sr. Maset: Se queda corto. Ha sido una invitación que me he atrevido a hacer. Ha sido una aventura apasionante y muy enriquecedora. Gracias por su sugerencia. Seguiré de cerca su blog.

magdalena dijo...

Sr. Maset: Impresiona en algunas ocasiones ponerse en el lugar de...de forma inconsciente he tenido la ocasión y al darme cuenta de ello con posterioridad se me han despejado muchos interrogantes que tenía en mi vida. Nuevamente gracias.