domingo, 16 de noviembre de 2008

Sacramentos en la vida (III)

Vamos a ir adentrándonos un poco más en el tema. Ya vimos la importancia que tienen para nosotros los símbolos, en tanto que a través de diversos elementos nos recuerdan algo o alguien.

Pues bien. Los Sacramentos son unos símbolos, unos signos, que nos hacen presente a Dios. Pero además nos dan ALGO Y A ALGUIEN, que es lo más importante: Nos dan al mismo Jesús del monte de las Bienaventuranzas y del monte de los Olivos.

Ellos nos comunican su fuerza liberadora. Nos la da en todos los acontecimientos y nos comunican LA GRACIA, que es esa fuerza liberadora de Dios y que trataré más adelante.

Así pues, los Sacramentos son símbolos y recuerdo. Son signos que están en la vida, que nos recuerdan algo y nos comunican muchas cosas. Pero no son solamente un recuerdo de Cristo. Hay más cosas

Los Sacramentos describen el desembarco revelador de Dios en nosotros para evocar en nuestro interior la realidad divina, el comportamiento divino, su promesa de salvación.

Salvación que llegó de la mano de Jesús de Nazaret. Vino de parte de Dios para comunicar la esperanza al corazón deshecho del hombre. Pero como quería ser tan persona como cualquiera de nosotros comprendió que tenía que desaparecer de en medio como cualquier persona humana y quiso morir para darle un sentido a la muerte. Así, nuestra muerte tiene un sentido cristiano liberador y cargado de esperanza en Dios, auténtico Señor de la Vida y de la Muerte. Él nos llamó a la vida. Él nos llamará a la Vida auténtica.

Jesús quería convertir su Religión en algo más humano. Y en un esfuerzo de imaginación por mi parte imagino que pensó: “Ya que el hombre tiene un corazón cargado de símbolos, de recuerdos y vivencias que en cada momento actualiza y le hace progresar, quiero que mi Religión sea diferente y que mi liberación esté en los hombres contenida en unos símbolos. Que ellos mismos construyan su liberación. Y eso será a través de unos símbolos que les sean familiares y cercanos”.

Y fue eligiendo unos elementos de la vida que al verlos pudieran ser símbolos que le recordasen y le hiciesen presente. De ahí que todos los Sacramentos están como signo vital de la presencia de Jesucristo.

Por ejemplo. El signo vital del Bautismo es el agua, que usamos cotidianamente en la comida y como bebida, en el riego de los campos, ... Donde hay sequía, hay desolación, muerte. Y el agua es signo de vida y de limpieza. El agua que se echa al niño que se bautiza lo llena de vida porque está preñada de vida, cuajada de vida. Esa fue la razón de que Jesús deseara que el agua fuese un exponente de su liberación.

Y así todos los Sacramentos. Cristo los instituye a través de unos símbolos tan vitales y cercanos a nosotros como necesarios.

La Reconciliación o Penitencia ¿Conocen algo mejor que la comunicación mediante la palabra? Cuando alguien reconoce que ha hecho algo mal con otra persona, va a verlo para pedirle disculpas y se encuentra con su mano tendida como signo y símbolo de su reconciliación mutua, estamos ante la presencia de la actitud del mismo Dios con cualquiera de nosotros cuando nos damos cuenta que nos hemos alejado más de lo debido y nos reconcilia con Él, con la Historia y con el mundo con el gesto del perdón. Porque el Sacramento se manifiesta esencialmente en términos de ENCUENTRO.

¿Y la Eucaristía? Más aún. ¿Hay algo tan familiar como compartir el pan y el vino alrededor de una mesa?

Todos nosotros, cuando celebramos algún acontecimiento social o familiar (una boda, el santo, una Primera Comunión, las fiestas de nuestra localidad o nos juntamos una tarde lluviosa a pasar un rato agradable) lo solemos hacer alrededor de una mesa compartiendo el alimento, la bebida y la presencia de las personas a las que queremos, estimamos y con quienes nos encontramos a gusto.

Pues bien. En la Misa celebramos un magno acontecimiento: la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo alrededor de una mesa, el altar, y compartiendo un mismo alimento: el pan y el vino que por virtud, obra, regalo y locura de amor de Cristo se convierten en Él mismo que viene a compartir todo lo nuestro. Para juntarse con nosotros en un YO único e irrepetible.



Y hasta brindamos como en los mejores banquetes. El sacerdote alza el Cáliz y la Hostia consagrados y hace el brindis: “Por Cristo, con Él y en Él, a Ti, Dios, Padre omnipotente, todo honor y toda gloria. Por los siglos de los siglos”. Y nosotros ¿qué contestamos? ... Un AMÉN que debiera hacer temblar los cimientos de la parroquia, catedral o el lugar donde estemos viviendo esa Misa, porque al aceptar lo que está diciendo el sacerdote estamos convirtiendo el sentido de esas palabras, de ese AMÉN, en carne de nuestra carne, vida de nuestra vida y aceptamos que Dios es el eje y centro de nuestra vida.

Por eso no puede ser, no debe ser, un AMÉN tibio y apático.

Porque al aceptar a Dios estamos siendo superiores al universo entero. Y no nos damos cuenta de eso, porque mientras este universo está ahí cumpliendo una leyes físicas y manifestando la gloria de su creador de una forma insensible, nosotros estamos manifestando nuestro compromiso con Él participando de su vida y de su gloria, cosa que los astros no pueden hacer.

Y Él se hace nuestro alimento y nuestra fuerza porque nos da la fuerza tremenda de su Resurrección para que continuemos su labor y seamos sus testigos en medio de este mundo desbordado por la incredulidad, el vicio, el hedonismo, la carencia de valores y de desprecio a la vida.

Me parece que esto es para hacernos pensar y revisar nuestras Eucaristías. En ellas y en todos los Sacramentos nos está esperando el mismísimo Jesucristo. Y como en otras ocasiones anteriores, les invito a la reflexión.

1 comentario:

magdalena dijo...

Sr. maset:
Despues de un cierto tiempo sin contactar por causas de fuerza mayor, observo como va avanzando en sus entradas, esta tiene miga y realmente me ha movido a observar a las personas en la Santa Misa, algunas responden automáticamente y como si de máquinas se tratase a las frases del oficiante, vamos para que todos vean que se lo saben muy bien, pero pocos, muy pocos diria yo, meditan siquiera un segundo sobre lo que significa la Eucaristia en si, el milagro que se produce en cada Consagración, en cada Comun-unión, los parabienes que nos otorga cada misa a la que asistimos con devoción y como se alimenta nuestro espíritu cada vez que comulgamos y participamos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que se hizo hombre para elevarnos a la Divinidad sirviendo de puente entre nosostros y el Padre con el sacrificio de Su pasión y muerte.