domingo, 1 de febrero de 2009

LA ESTRELLA DE BELÉN

¿Pero se habrá equivocado de fecha? Acaso a alguno de ustedes se les haya ocurrido hacerse esta pregunta, pero no. No me equivoqué. Soy de los que piensan que el acontecimiento de la Navidad, por su grandeza, no merece estar relegado a unas fechas concretas del almanaque.

Además, ésta es la segunda cuestión que tenía pendiente cuando comencé a escribir mi entrada ‘Santas y Venerables manos’, ya que por su extensión no parecía aconsejable escribir sobre este tema que, como se ve, es diferente del expuesto en aquel momento.

¿Por qué este título? El mismo día que oí en la Consagración de la Eucaristía a la que asistí aquellas palabras, finalizado el rito Eucarístico oí que varias catequistas estaban preparando la Navidad 2009. Esto me llamó la atención. Por una parte analizaban el desarrollo de la representación teatral hecha por los niños y los pequeños problemas surgidos.


Y he aquí el tema: No habían podido colocar bien la estrella de Belén que guiaba a los Magos. Solución para el 2009: Uno de los niños sería la personificación de la Estrella y guiaría a los Magos al Nacimiento. A partir de esta conversación, totalmente normal para ellas, capté un significado más profundo en su comentario: Un niño personificaría la Estrella, sí. Pero es que como el niño, cualquier persona, cualquier cristiano, ¿no personificamos la Estrella de Belén en el sentido de que, como la auténtica Estrella, debemos ser luz para conducir a nuestros semejantes donde está Dios?

Y para eso no es necesario estar en los días señalados de diciembre. Los 365 días de año (366 en los bisiestos) debemos ser Luz de Dios. Que nuestras lámparas estén siempre encendidas y dispuestas para alumbrar. Nuestra vida debe proclamar esta realidad dondequiera que estemos.

Loa Magos hicieron una larga peregrinación guiados por la luz de la Estrella, acompañados por su fe y con la esperanza puesta en Alguien a quien no conocían pero que intuían desde sus conocimientos como fuera de todo lo cotidiano.

Intentando meterme en la escena del Encuentro, ¿qué pensarían al ver al Niño? ¿Y al hacer sus ofrendas de oro, incienso y mirra? Conocemos su llegada, sabemos de su partida, pero ¿qué llevarían en su interior después en el camino de retorno? Habían conocido al Redentor, sí, pero no creo que fuesen conscientes del significado profundo de lo que habían vivido. Pero es posible que sus vidas y su ciencia no fuesen las mismas que antes.

Dios se acerca a cada uno de nosotros de puntillas, imperceptiblemente, como en un susurro. Nuestro corazón debe descubrirlo, desde nuestra interioridad, en los pequeños detalles que tiene con cada uno de nosotros. Son besos que recibimos de Él.

María, la Madre de Dios, desde su gratitud a Dios, proclamó su Magnificat. Nosotros debemos escribir nuestro propio Magnificat en esas páginas, aún en blanco, del día a día de nuestra vida.

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