domingo, 21 de junio de 2009

El Nombre de Dios



a) “No te harás escultura ni imagen alguna de nada de lo que hay arriba en el cielo, o aquí abajo en la tierra. No te postrarás ante ellas, ni les darás culto, porque Yo, El Señor tu Dios, soy un Dios celoso que castigo la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y cuarta generación, pero yo soy misericordioso por mil generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos.
b) No tomarás en vano el nombre del Señor, porque el Señor no deja sin castigo al que toma su nombre en vano. (Ex. 20, 4-7)


Ya ven que he optado por tomar el segundo Mandato divino desde esa perspectiva del Libro del Éxodo, porque de este modo abarco estos dos aspectos.

Dios sigue participando hoy, como ha hecho siempre desde que nos creó, en la Historia. Y continúa dándonos pautas de comportamiento a pesar de estar en el siglo XXI, porque aunque haya enviado a su Hijo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, en la persona de Jesús de Nazaret, que nos dio un programa de vida en las Bienaventuranzas y luego lo resumió todo en el Mandamiento del Amor, también nos habló de la vigencia del Decálogo cuando dijo: “No penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la Ley y los Profetas; no he venido a abolirlas, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias. Porque os aseguro que mientras duren el cielo y la tierra la más pequeña letra de la Ley estará vigente hasta que todo se cumpla” (Mt. 5, 17-18).

En Jesucristo la Historia se personifica hasta el extremo de que ésta se organiza en dos grandes etapas: antes de Cristo y después de Cristo.

Entonces voy a tratar brevemente de las imágenes de Dios, la Virgen o los santos, consciente de mis limitaciones y remitiéndome siempre a la Doctrina oficial de la Iglesia Católica.

En diversas ocasiones he oído decir que esta Iglesia ADORA las imágenes de la Virgen o los santos, lo cual NO ES CIERTO. Voy a intentar explicarlo.

La Biblia aclara que no es lo mismo ‘ídolo’ que ‘imagen’ como adorno o símbolo que nos recuerda una determinada persona cuyas virtudes han quedado patentes.

En Ex. 25, 17-22, podemos leer que es Dios mismo quien da instrucciones: “Haz también dos querubines con oro batido y colócalos a los dos extremos de la plancha. Pon un querubín en un extremo y el otro querubín en el otro.” Etc. Los dos querubines del Arca de la Alianza eran adornos, los hicieron hombres y jamás el pueblo israelita los consideró ‘ídolos’. Ni tampoco Moisés que en este sentido era intransigente, como ya sabemos, por el episodio del becerro de oro. A ese sí que lo adoraron.

También tenemos esta otra cita en la que Dios dice a Moisés: “Hazte una serpiente de bronce, ponla en un asta, y todos los que hayan sido mordidos y la miren quedarán curados. Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso en un asta. Cuando alguno era mordido por una serpiente, miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado” (Núm. 21 8-9) . ¿Se dan cuenta? Es el mismo Dios quien encarga a Moisés que haga una serpiente de bronce para que cuantos fueran mordidos por las serpientes venenosas la mirasen y sanasen de las mordeduras. Pero NO la adoraban.

La Iglesia Católica acepta la VENERACIÓN a las imágenes de la Virgen o los santos en tanto que nos CONDUCEN, nos LLEVAN, a verlas como ejemplo a seguir por sus virtudes (algunas en grado heroico) o por vivir el Evangelio en un grado de perfección elevado. Por tanto no tiene ningún sentido decir que la Iglesia ADORE a cualquier santo o a la Virgen, (el Arca de la Nueva Alianza, como dice la letanía del Santo Rosario), a la cual se le da un culto especial llamado de HIPERDULÍA, por ser la Madre de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, pero éste NO ES un culto de Adoración o de Latría, que solamente se le da a Dios.

En cuanto al mismo Dios, ¿cómo vamos a hacer imágenes suyas si es un Espíritu Purísimo? Podremos representar a Jesucristo en diversos momentos de su vida humana (vida pública, Pasión, Muerte o Resurrección) pero a esas imágenes no se las adora porque no están representando a Dios si bien están refiriéndose a Él. Esas imágenes tienen mucho que ver con la historia del Arte universal, en el cual los distintos artistas de diferentes naciones, según el momento histórico que les ha tocado vivir (Románico, Gótico, Renacimiento, Barroco, etc. etc.), han plasmado en la pintura o en la escultura (incluso en arquitectura) su personal visión de la religiosidad de la época, pero en ningún caso se ha hecho como ‘ídolos’ para ser adorados, lo cual hubiese sido una auténtica aberración.

“El nombre de Dios adorado por los ángeles”, pintura del encabezamiento de esta entrada, es un magnífico fresco de la bóveda del Coreto de la Basílica de Nuestra Señora del Pilar (Zaragoza), que Francisco de Goya y Lucientes, pintó en el siglo XIX, desde su particular visión del tema que trato, y a nadie se le ocurre pensar que haya que adorar nada en esa pintura, pero sí nos puede conducir a recordarnos lo que Dios debe representar para nosotros y analizar nuestra relación personal con Él.

Jesucristo, que siempre es veraz y habla muy claro, (es el LOGOS), habla de la glorificación del nombre de Dios. Veámoslo. El Domingo de Ramos ha pasado. Jesús habla de su muerte y dice: “Me encuentro profundamente abatido, pero ¿qué puedo decir? ¿Padre, sálvame de esta hora? ¡Pero si he venido precisamente para aceptarla! Padre, glorifica tu Nombre. Se oyó esta voz venida del cielo: Yo lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. (Jn. 12, 20-32). Si Jesucristo hace esta petición a su Padre será, entre otras cosas según pienso, para enseñarnos que también debemos hacer lo mismo.

A veces me pregunto si cuando ante una situación de mayor o menor gravedad se dicen frases como ‘Dios no debería hacer esto o aquello’, o ‘¿Por qué tiene que permitir Dios esta catástrofe?’ y otras frases semejantes, no se estará fabricando un dios a nuestra medida según nuestros parámetros humanos, con lo cual estaremos fabricando un ‘ídolo’ hecho con manos o pensamientos humanos, porque ¿quiénes somos nosotros para atribuir a Dios cosas que no le son propias? ¿Por qué no dejamos a Dios que sea QUIEN ES Y COMO ES y nosotros nos ocupamos más y mejor de nuestras cosas y de nosotros mismos? Por favor. No reduzcamos a Dios a nuestros pobres límites humanos porque Él es infinitamente superior a nosotros y sus planes y sus pensamientos no son los nuestros.

Después de todo esto que he comentado paso al segundo punto del encabezamiento. ¿Qué es tomar en vano el Nombre de Dios?

Yo recuerdo que siendo un niño entre siete u ocho años por lo visto no hacía las cosas como deseaba mi familia. Esto motivó que una persona ajena a la misma, con la buena intención de apoyar los criterios educativos de mis mayores, dijo esta frase: ‘Piensa que si no obedeces a tus padres Dios te castigará y te irás al infierno’. Yo, con semejante edad, les aseguro que tenía miedo auténtico, casi terror, cuando oía semejantes cosas.

Después, ya adulto, fui descubriendo que Dios no era nada de todo eso. Más bien era todo lo contrario. Y distintos sacerdotes me fueron ayudando a descubrir el Dios-Amor que no desea la muerte del pecador, sino su conversión, y que nos llama a estar con Él, a trabajar con Él, a dialogar confiadamente con Él.

Pero esa frase me lleva a presentarles que eso podría ser una forma de tomar el nombre de Dios vanamente y totalmente fuera de lugar.

Más aún. Les propongo que consideren esta situación: Un grupo de madres jóvenes está esperando que sus hijos respectivos salgan del colegio, El tema de su conversación: dejar de fumar. En el desarrollo de la misma surge esta expresión de labios de una de ellas: ‘Te juro que ya fumo la mitad de cigarrillos que el mes pasado’.

Esta situación expuesta es ficticia, pero sí les puedo asegurar que he sido testigo presencial de varias conversaciones en las que la expresión ‘Te juro que…’ fue empleada en contextos baladíes y carentes de importancia.

El juramento. ¡Qué poco solemos conocer de él! Estamos acostumbrados a que algunos altos cargos de la Nación ‘juran’ su cargo ante un crucifijo y con la mano puesta sobre una Biblia. Pero apenas conocemos el significado del acto de ‘jurar’.

Pues es, ni más ni menos, que PONER A DIOS COMO TESTIGO DE LO QUE AFIRMAMOS. Y eso significa que a Dios debemos dejarlo tranquilo en temas carentes de significado o sin importancia. Su nombre merece bastante más que emplearlo en temas insignificantes.

Recuerdo que cuando era estudiante y salía este tema en clase de Religión, el profesor nos insistía una y otra vez en que nos metiéramos en la cabeza que para ser válido un juramento debía cumplir tres condiciones: a) Que el tema motivo del juramento fuese cierto. b) Que sea justo aquello que juramos y c) Que haya una necesidad absoluta, sin precipitaciones y ponderadamente, de hacer el juramento; de poner a Dios como testigo.

Jesucristo nos da una pauta: “Habéis oído que se dijo a nuestros antepasados ‘No jurarás en falso sino que cumplirás lo que prometiste al Señor con juramento’. Pero yo os digo que no juréis en modo alguno,…Que vuestra palabra sea sí cuando sea sí; y no cuando es no. Lo que pasa de ahí, viene del maligno”. (Mt. 5, 33-37). Es decir: que nuestra palabra (nuestra palabra de honor) debe ser suficiente por sí misma como veraz sin necesidad de invocar a Dios como testigo. Si no somos creíbles para nuestros semejantes, ¿qué clase de personas seremos? ¿O es que no nos fiamos unos de otros? Esto ya sería muy serio. (No he puesto toda la perícopa por razones de espacio, pero sería conveniente leerla.)

Como he dicho en ocasiones anteriores, con el honor de Dios no se debe jugar. Y su nombre debe ser respetado.

Por cierto. Esto nos lleva a otro tema: la blasfemia, desgraciadamente tan usual en nuestros días. Es una pena. Porque querer ofender a Dios, a la Virgen, a los santos o las cosas sagradas es una infamia que no conduce a ninguna parte porque Dios es inmutable. Eso sin contar con que educativamente muestra el mal gusto, la bajeza y la carencia de respeto hacia las personas que la escuchan.

No, amigos. El nombre de Dios es suficientemente grande y digno para que se le nombre con todo el respeto y la consideración que su grandeza y majestad merece.

Y el amor que nos tiene a toda la Humanidad, sean quienes fueren, requiere una correspondencia adecuada, ¿no les parece?

Y les dejo con un nuevo Salmo, el 13 (12). Se le titula “Bendito sea el nombre del Señor”. Me parece suficiente los versículos 1 al 3, pero si lo desean y lo meditan entero, podrán descubrir la riqueza que contiene.



¡Aleluya!
¡Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor!
¡Bendito sea el nombre del Señor
desde ahora y para siempre!
Desde la salida del sol hasta su ocaso
sea alabado el nombre del Señor.

No hay comentarios: