viernes, 12 de junio de 2009

El Primer Mandamiento

Es posible que sea iterativo, pero aun a riesgo de ello debo advertir que no voy a tratar los temas del Decálogo ni de ningún otro tema como los especialistas respectivos, pues no lo soy, pero sí deseo hacerlo desde un punto de vista personal, dentro de la doctrina oficial de la Iglesia Católica y sin ningún ánimo de polemizar.

Cuantas veces escucho Radio María y a través de sus ondas me llegan las charlas de Obispos y sacerdotes, en muchos casos elevadas, bien argumentadas, fenomenalmente expuestas y con vocabulario adecuado y preciso, los admiro y los escucho, pero yo, al no llegar donde ellos llegan, pienso que eso no significa que no pueda dar mi opinión desde otro aspecto y con formas diferentes. En cualquier caso, soy yo con mis circunstancias quien tiene la osadía de hacer estas exposiciones en el blog, con mi estilo personal y siempre confiando que el Espíritu divino me asista como cristiano de la calle que intenta vivir el cristianismo y exponer sus puntos de vista.

En fin. Que no sé en qué camino me he metido, pero siento que como laico comprometido hasta la médula con mi Dios y Señor, Uno y Trino, también debo dar mi opinión respecto al Decálogo, que, personalmente, siempre he procurado cumplir, y desde mi propia experiencia, que como siempre, comparto con todos ustedes. Por supuesto ha habido (y hay) fallos por mi condición humana y pecadora como le puede pasar a cualquiera, pero siempre me he encontrado con el perdón de Jesucristo en el Sacramento de la Confesión.

“No penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la Ley y los Profetas. No he venido a abolirlas sino a llevarlas hasta las últimas consecuencias. Porque os aseguro que mientras duren el cielo y la tierra la más pequeña letra de la Ley estará vigente hasta que todo se cumpla”.(Mt. 5, 17-18)

Con esta frase de Jesucristo arranca el sentido de mi entrada de hoy. Veamos.

Si miramos el libro del Éxodo podremos leer: “Yo soy el Señor, tu Dios, el que te sacó de Egipto, de aquel lugar de esclavitud.” (Ex. 20, 1-6). No pongo toda la cita por no alargarme, pero léanla, por favor. Leído así ese texto, parece que nos ponemos ante un Dios severo que parece decir: ‘¡Eh! Que Yo he hecho esto por vosotros y ahora como pago o contrapartida debéis hacer…’

No. Nada más lejos de la realidad. No olvidemos el contexto de la época en que Dios se dirige a su pueblo, la mentalidad de éste y la de los pueblos limítrofes que tienen sus propios dioses y Dios sabe que su pueblo puede seguirlos y apartarse de Él, como ya lo demostró con la idolatría del becerro de oro.

Es un momento muy difícil para Israel que está pasando de ser un pueblo esclavo, sometido a las leyes y arbitrariedades egipcias, a ser un pueblo libre y cultual que quiere ser agradecido a su Dios por haber escuchado su clamor y haber enviado un libertador como Moisés en el que tiene puesta su confianza como mensajero de Yavéh y líder en el éxodo por el desierto.

No tiene leyes, no sabe regirse todavía por sí mismo, pero sí tiene añoranza, en ocasiones, por la comida de Egipto: ‘¡Cómo nos acordamos de tanto pescado como comíamos en Egipto, de los cohombros, de los melones, de los puerros, de las cebollas, de los ajos! (Núm. 11, 5). Tiene tendencia a mirar hacia atrás en lugar de proyectarse hacia el futuro. (Como puede pasarnos a nosotros en ocasiones).

Realmente necesitaba una normativa y Dios, que siempre está pendiente y conoce lo que nos conviene a cada momento, comunica a Moisés el camino a seguir a través del Decálogo y otras normas. Quien tenga curiosidad y quiera, puede leer el libro del Éxodo del capítulo 20 hasta el final de este libro. Encontrará ‘algunas’ normas.

Hay una expresión que Dios dice a Moisés en el Sinaí cuando éste desea saber qué dirá a los israelitas cuando le pregunten cuál es el nombre del Dios de sus padres. Fíjense la respuesta: “YO SOY EL QUE SOY”. (Ex. 3, 11-15).

Esta respuesta siempre me ha llamado la atención, porque aunque aparenta decirle algo así como ‘¿Y a ti qué te importa mi nombre o quién soy?’, si analizamos el sentido profundo de la expresión lo que está manifestando realmente es que su Omnipotencia está fuera de todos los parámetros humanos de inteligencia y comprensión. Nosotros no podemos estar en ese nivel.


Quiere dejar claro que estaba con Israel como lo está hoy con nosotros, oyendo nuestros clamores diarios como oyó entonces los de su pueblo. Diariamente nos está enviando su Mensajero y Libertador en la Persona de Jesucristo Eucaristía.

Ahí está el nuevo Dios libertador que continúa cuidando su nuevo pueblo sanándolo de sus heridas psíquicas o espirituales conseguidas en las pequeñas batallas de nuestro quehacer diario, educándonos como un padre y una madre hacen con sus hijos toda la vida, santificándonos cuando a pesar de nuestras limitaciones de criaturas hacemos realidad la esperanza y la fe que Dios tiene depositada en cada uno de nosotros, con nuestros nombres y apellidos.

El ‘leitmotif’ es ese: interpretar el ‘amar a Dios sobre todas las cosas’ como una entrega incondicional a Él con una vida llena de dignidad y libertad, de manera que cuando nos vean a nosotros, con nuestra propia forma de ser y de vivir, vean a Dios a través de nosotros. Que seamos un reflejo de Dios.

Tenemos por una parte ese hálito de Dios transmitido en la creación de nuestros primeros padres en el Paraíso y heredado por todo el género humano. Por otra parte también tenemos la Ley Natural, contenida en el Decálogo y en nuestro interior como Ley de Derecho Divino, y corroborada por Jesucristo en la frase del encabezamiento de este escrito. ¿Comprenden ahora por qué les decía que de la cita de San Mateo, 5, del principio arrancaba el sentido de esta entrada?

Y Dios reclama exclusividad para Él no por egoísmo propio, ya que en Dios no cabe ese sentimiento porque al ser una imperfección no puede tener cabida en su Ser que es la perfección suma, sino por nosotros, por nuestro bien, para que nos alejemos de cuantos baales, astartés, kishares o anshares del siglo XXI, ya que, como el pueblo israelita, somos capaces (y lo somos de hecho, como veremos después) de crear nuestro(s) propio(s) ‘becerro(s) de oro’ y caer en una idolatría de estos tiempos que nos toca vivir.

Pienso que cuando hay personas que buscan amuletos con el pretexto de que ‘traen buena suerte’, o atribuyen a ciertas cosas un carácter que realmente no tienen (la mala suerte del número 13 o pasar por debajo de una escalera, etc.), o que piensan que con determinadas prácticas a través de la quiromancia o la cartomancia se puede adivinar el futuro, etc., lo que realmente están buscando es una seguridad, unos apoyos equivocados. Acaso estén buscando a Dios sin saberlo, pero por caminos equivocados.

A Dios se le busca desde la fe, desde una confianza ilimitada en Él, desde un ponernos en sus manos fiándonos de su amor paternal y maternal hacia nosotros. Y esa Trinidad Creadora, Santificadora, se nos dará a tope con fiarnos totalmente en Ella. Dios quiere que demos el salto en de la fe para caer en sus brazos amorosos. “Fijaos cómo crecen los lirios del campo.; no se afanan ni hilan; y sin embargo os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al horno Dios la viste así,¿qué no hará con vosotros, hombres de poca fe?” (Mt. 6, 28-30). Ya sé que ese fragmento evangélico hace referencia al vestido, pero no exclusivamente. También hace referencia al cariño providente de Dios a cada uno de nosotros.

Se trata de evitar que esos falsos ‘dioses’ a los que hoy se rinde culto, porque a quien sea no le interesa que se redescubra al auténtico Dios, el de siempre, el que envió a su propio Hijo a morir por el Género Humano para liberarlo de una esclavitud peor que la de Egipto como es la del pecado, se interpongan entre el Padre y nosotros.

Esos ídolos del deporte, de los macroconciertos, del ocio, del poder, del alcohol, de las drogas y de tantos etcéteras como podríamos encontrar, que sin darnos cuenta nos pueden embrutecer y llevarnos a un alejamiento de nosotros mismos, así como a una carencia de valores y de una personalidad con sólidos criterios propios.

¿Significa eso que es malo ir a conciertos, al fútbol, admirar a figuras del deporte o de la música o divertirse? ¡No, por favor! No es eso. Esas cosas son buenas en principio. Yo mismo soy un gran admirador de Juan Diego Florez y de su magnífica voz de tenor y de sus facultades, así como de otros cantantes, músicos o literatos. Me refiero a que no nos dejemos arrastrar por esas cosas ni por ninguna otra con rumbo a la nada, dejando de ser nosotros mismos y perdiendo el norte de nuestra vida y de nuestro Dios auténtico.

Todos esos ídolos de hoy tienen tendencia a capturarnos con mucha sutileza. Cuando vamos a darnos cuenta nos vemos ‘cogidos’ por ellos hasta el extremo de justificarlos y ver como algo totalmente ‘normal’ todo lo que hacemos, aun a costa de humillar o pisotear a nuestros semejantes. Y, francamente, esto es muy triste.

El “no tendrás otros dioses” es una fuerte y sonora llamada de atención del Padre común de todos a que nos centremos en Él, camino de nuestra instalación permanente en una libertad que nos viene directa y gratuitamente de nuestro Creador.

Permítanme una confidencia personal que comparto con ustedes. Nunca me cansaré de dar gracias a Dios por “SER QUIEN ES” y por “SER COMO ES”. Así. Tal cual. De ese modo me pongo en sus manos con absoluta confianza en que va a entender mis limitaciones en todos los sentidos. Yo estaré dándole culto de Latría desde esas limitaciones, pero nada más. Lo acepto como es y no me preocupo de nada más, porque Él también me acepta a mí como soy con mis ansias de perfección y de eternidad. El resto lo pone Él. (Que no es poco, ¿verdad?).

Acabo ya, pero como la vez anterior, les dejo con otro Salmo. Esta vez es el 103 (102), versículos 13 al 18:


Como un padre siente ternura por sus hijos,
así siente el Señor ternura por sus fieles;
Él sabe de qué estamos hechos,
se acuerda de que somos polvo.

Los días del hombre son como la hierba:
florecen como la flor del campo,
pero cuando la roza el viento deja de existir,
nadie la vuelve a ver en su sitio.
Pero el amor del Señor a sus fieles dura eternamente,
y su salvación alcanza a hijos y nietos,
a todos los que guardan su alianza
y se acuerdan de cumplir sus mandamientos.

Bueno, pues... ahí está. Les deseo lo mejor. Hasta siempre.

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