lunes, 27 de julio de 2009

¿Dónde está tu hermano? (No matarás)

“Asesina a su pareja en presencia de su hija de cuatro años” – “Se entrega el autor de un triple homicidio” – “Atan, apuñalan y queman a un sacerdote español”.

No me he vuelto loco. Son titulares de la prensa diaria. No es necesario entrar en detalles por respeto a personas y lugares. Es el hecho en sí mismo lo que me preocupa y me escandaliza como persona. Como cristiano, todavía mucho más.

Continúa vigente la pregunta que Dios lanza a Caín después del asesinato de Abel: “¿Dónde está tu hermano?” (Gén. 4, 9). Nos estamos olvidando que hemos sido llamados a vivir por el Creador, que ha querido perpetuar el sexto Día de la Creación dando al hombre y a la mujer el poder de ser concreadores con Él en la prolongación de la especie humana, a través de su unión.

No obstante la sociedad se está apartando cada vez más del respeto a la vida, tanto la propia como la ajena. Pensamos que somos dueños de ella en vez de lo que realmente debemos ser: sus administradores. El dueño, solamente es Dios.

En pleno siglo XXI pensamos que se han conseguido logros sociales espectaculares. Se consideró un gran triunfo la abolición de la pena de muerte en muchos países. Sin embargo, esos mismos países aprueban leyes que favorecen el aborto, que es matar a un inocente y privarle del derecho a la vida (“¿Dónde está tu hijo?”), de que pueda conocer y disfrutar de la ciencia, de la naturaleza, del Arte,…del mismo Dios. ¿Quiénes somos para cometer semejante aberración, semejante crimen? ¿Verdaderamente son logros sociales la justificación y el favorecimiento de la eutanasia y del suicidio? (“¿Dónde está tu hermano?”)

Recordemos estos fragmentos bíblicos. “Antes que te formara en las maternas entrañas, te conocía. Antes que tú salieses del seno materno te consagré y te designé para profeta de pueblos” (Jer. 1, 5) .- “Yavé me llamó desde antes de mi nacimiento, desde el seno de mi madre me llamó por mi nombre”. (Is. 49, 1).

¿Somos conscientes de la llamada que Dios hace A CADA HOMBRE Y CADA MUJER DE TODOS LOS TIEMPOS como ser único e irrepetible, con sus propias características y valores? A todos y cada uno nos ha llamado por nuestro nombre. A todos y cada uno nos conoce. A todos y cada uno nos ha confiado una misión en una parcela de Humanidad para ser sus colaboradores y hacerse presente en el mundo a través de nosotros, mediante los talentos que nos ha dado individualizadamente. De ellos tendremos que presentarle en su día (que a todos nos llegará) los intereses que Él ha obtenido a través de nosotros.

Fijémonos en San Pablo: “Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman, de los que según sus designios son llamados. Porque a los que antes conoció, los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, los justificó; y a los que justificó, también los glorificó. ¿Qué diremos a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? (Rom. 8, 28-31). Sin comentarios. No son necesarios, ¿verdad?

Pero eso sí. Respeta a tope el mayor don que nos pudo dar: la libertad. Depende de lo inteligentes que seamos para usarla y aprovecharla. Convendría, no obstante, meditar la parábola de los talentos (Mt. 25, 14-30) y ponernos en el lugar de cada unos de los siervos en quienes el dueño de la hacienda confía. Ver, con el máximo de objetividad, en cuál de ellos estamos cada uno. Para mí fue un descubrimiento hacer esto. Tuve que modificar algunas cosas ante el magno panorama que se abría ante mi vida. Esta parábola me marcó para siempre.

Cuantas personas son partidarias del aborto, ¿hubiesen deseado que su madre las hubiese matado antes de nacer o las hubiese abandonado, recién nacidas y todavía vivas, a un contenedor de basura como alguien ha hecho, según las noticias aparecidas en los periódicos del día?

Algunas mujeres han sacado a la calle un slogan : Nosotras parimos, nosotras decidimos. ¿Decidimos? ¿El qué? ¿Matar la criatura que vive en su seno? Pienso que sería un error tremendo, porque una vez hecho, no tendría camino de retorno. Ese recuerdo sería un constante compañero de camino toda la vida. Siempre sería preferible dar la criatura a las instituciones del Estado para que pudiera ser adoptado por alguna familia. Miremos lo que dice Jesús: “La mujer que ha dado a luz está gozosa, por la alegría que tiene de haber traído al mundo un hombre” (Jn. 16, 21) ¿Por qué matar esas criaturas?

Cuando encontré en Internet la fotografía de un niño abortado, me horrorizó contemplar su cuerpo por una parte, su cabeza decapitada, sus brazos por otro sitio. Terrible. No pude evitar unas lágrimas. Aun ahora se me eriza el vello cuando la miro. ¿Eso es lo que deben decidir? ¿Eso es el progreso de una sociedad? “No condenes a muerte al inocente y al justo, porque yo no absolveré al culpable” (Ex. 23, 7).

Algo parecido ocurre con la eutanasia. He oído preguntas en el sentido de si es moral o no dar muerte a enfermos incurables aquejados de gravísimos dolores. O acelerar el final de personas, ancianas o no, que ya no son productivas a la sociedad. Miren ustedes. Yo solamente puedo dar mi visión desde mi punto de vista cristiano. NADIE PUEDE QUITAR LA VIDA A NADIE. Solamente Dios tiene ese derecho.

Otra cosa es que ante una enfermedad con sus correspondientes dosis de dolor físico, se empleen fármacos que lo suavicen. Que se usen cuidados paliativos. Pero también existe una posibilidad que conozco y que muchas personas emplean. Desde las propias limitaciones físicas, desde el propio dolor, desde la propia enfermedad, sea cual fuere, podemos proyectar a Dios ofreciéndole los propios sufrimientos, por esta Humanidad tan necesitada de oración y sacrificios.

Transformémonos en corredentores con Jesús. San Pablo nos dice: “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia”. (Col. 1, 24). Pienso que es un misterio enorme al fondo del cual está la Comunión de los Santos, pero fiándonos del Apóstol, podemos ver la importancia que tiene el sufrimiento fecundo de la enfermedad asociándolo a la Pasión de Jesucristo. Después, ya vendrá la participación en la Resurrección.

Siempre hemos de procurar que los planes de Dios sean realidad en nosotros o a través de nosotros. El Espíritu nos ayudará con sus Dones. La ‘paga’ ya nos la dará nuestro Padre común en su momento. El ciento por uno. O tal vez infinitamente más, porque en generosidad nadie lo supera. Y Dios tiene sus propias matemáticas, que en nada se parecen a las nuestras.

Y puestos a seguir hablando del Quinto Mandamiento, hay un aspecto que también deseo tocar, aunque sea de pasada. Se trata de cuando se mata la fama y el honor de una persona mediante mentiras, calumnias o difamaciones. “Es infamia en el hombre la mentira, que se halla siempre en los labios de los insensatos” (Sir. 20, 26). “Hay quien al hablar da tantas estocadas como palabras, pero la lengua del sabio cura las heridas”.(Prov. 12, 18) Y no nos dejemos atrás lo que dice el apóstol Santiago sobre los pecados de la lengua. (Sant. 3, 1-12) ¿Quiénes somos nosotros para hacer eso? Ni aun siendo ciertas las cosas debemos juzgar a nadie. No somos quienes. Podremos valorar, incluso juzgar, hechos reales, pero personas, no. Conozco casos concretos y son verdaderas infamias lo que se ha hecho con algunas personas. De pena.

Un aspecto más: el cuidado de la propia salud y el respeto a la salud ajena. Parece una tontería pero no lo es. Sabemos que existen personas que se drogan con distintos tipos de ellas. Eso es dañar el cuerpo en un plazo más o menos largo. Como el consumo excesivo del alcohol. O del tabaco. “La salud y el bienestar valen más que el oro, y un cuerpo robusto, más que una fortuna. No hay riqueza que valga lo que la salud del cuerpo, y no hay bien como el gozo del corazón.” (Sir. 30, 15-16).

¿Y qué decir de los conductores que al volante de sus automóviles o de sus motocicletas superan con exceso la velocidad permitida poniendo en riesgo su propia existencia, acaso también la de su propia familia, la de los peatones que circulan confiados o la de otras personas que conducen correctamente?

En fin. En este tema, como en todos, existe materia para escribir varios libros. Eso lo dejo, como he dicho en otras ocasiones, para los especialistas. Yo, como cristiano de a pie, solamente he manifestado mi opinión, pero eso sí, procurando fundamentarla en la Sagrada Escritura.

¿Nos quedamos con este Salmo? Cualquiera de las víctimas mencionadas podrían hacerlo suyo, ¿no?

A ti, Señor, me acojo; no quede yo defraudado;
ponme a salvo, por tu fidelidad,
inclina tu oído hacia mí, apresúrate a librarme.
Sé para mí roca de cobijo y fortaleza protectora,
pues Tú eres mi roca y mi fortaleza;
guíame y condúceme, por el honor de tu nombre.
Sácame de la red que me han tendido,
pues Tú eres mi baluarte

Sal. 31 (30), 1-5



Que Dios nos bendiga y la Virgen nos acompañe.

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