domingo, 2 de agosto de 2009

Sexto y Noveno Mandamientos

Siempre que he leído o estudiado estos mandamientos, iban juntos. Es normal. Los dos tratan de lo mismo: el sexto hace referencia a los actos externos y el noveno a los internos.

Pero no quisiera tratar este tema de una forma convencional en ninguno de los muchos puntos que tratar en este apartado. Para eso está el Catecismo de la Iglesia Católica y montones de tratados, a cual mejor, que ya cumplen sobradamente este cometido. Me gustaría partir de mis convicciones y mis conclusiones fundamentadas en la Moral católica.

Debo partir de un hecho concreto. Cuando Dios crea la primera pareja, los hace varón y mujer. Distintos pero complementarios. Y les dice “Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven por la tierra.” (Gén. 1, 28). Al decirles que se multipliquen, me parece que está indicando a) que el Sexto Día de la Creación lo quiere perpetuar a partir de la pareja humana, hombre y mujer, con los que cuenta desde el principio, b) que la sexualidad entra dentro de los planes de Dios, tal como Él planificó, y por lo tanto es buena en sí misma, pero rectamente encauzada.

Otra cosa es que con el paso de los siglos y como consecuencia de la primera desobediencia humana a Dios, cada uno haya entendido las cosas como le ha convenido y sin tener en cuenta al Creador para nada. Y así le ha ido a la Humanidad.

Hoy nos encontramos inmersos en una sociedad, independientemente del país que sea, en la que la pornografía, la prostitución y, desgraciadamente, un larguísimo etcétera en el que se pueden ver, en algunos casos, la pérdida de la dignidad humana. Y eso no deja de ser muy triste.

¿Saben lo que dice el Libro de los Proverbios refiriéndose a los que van buscando mujeres ‘extrañas’? Fíjense: “Miel destilan los labios de la extraña, su paladar es más suave que el aceite. Pero el desenlace es amargo como ajenjo, hiriente como espada de dos filos. Sus pies se precipitan a la muerte, sus pasos van derechos al abismo. Le tiene sin cuidado el sendero de la vida, no le importa que su camino se extravíe. Así que, escúchame, hijo mío, y sigue los consejos que te doy: aleja de ella tu camino, no te acerques a la puerta de su casa; así no entregarás a otros tu honor, ni tu dignidad a gente despiadada…”. (Prov. 5, 1-14). Parece que tiene razón, ¿no?

Personalmente puedo decir, desde mi perspectiva de hombre felizmente casado hace ya muchos años, que sí. Sí que es posible que un hombre y una mujer vivan su matrimonio cristiano, celebren sus Bodas de Plata en una ceremonia preciosa rodeados de los hijos, de la Comunidad Eclesial y de sacerdotes amigos, en la que renovamos las promesas adquiridas cuando recibimos el Sacramento del Matrimonio. Estamos convencidos que las Gracias propias del Sacramento y la Gracia de Dios, así como la ayuda inestimable de la Madre, nos ayudó y nos sigue ayudando en nuestro caminar, a veces difícil, pero siempre gratificante. Y no crean que mi esposa y yo somos iguales. Dejo constancia que somos diametralmente opuestos (en broma siempre digo, pero es cierto, que ella es de Matemáticas y yo soy de Letras) aunque siempre hemos ido unidos en lo fundamental: la unión con Dios, la proclamación del Kerigma, la oración, el trabajo en la Iglesia local y en la diocesana en muchos aspectos y procurando siempre que la presencia de Jesucristo fuese real y permanente en nuestra vida.

Es preferible alejarse de cantos de sirena que conducen a falsas promesas. Ahí no hay amor. Habrá amoríos u otras cosas, pero amor, del que proviene de Dios, no. La sexualidad, querida por Dios, no se debe exponer a ser vendida como una cosa, como una mercancía. Pienso que estos mandamientos desean protegerla, ponerla en su justo lugar así como proteger al mismo matrimonio de tantos peligros a los que hoy está expuesto. Se deben tener ideas muy claras y tener la fuerza de voluntad suficiente para cumplir los planes de Dios en nosotros y la sexualidad, abierta a la vida y dentro del matrimonio, pienso que es uno de los planes de Dios con los matrimonios.

Si esto se vive así, si se superan las dificultades que van surgiendo en el matrimonio mediante el diálogo, la tolerancia y toda esa serie de valores humanos y cristianos que existen y nos rodean por todas partes, ¿qué sentido puede tener el divorcio? Los hijos pagan las consecuencias y de eso he vivido casos en mi profesión. Es muy triste, se lo aseguro, ver sufrir esos niños.

Este es un tema que mi esposa y yo siempre hemos expuesto en los noventa y ocho Cursillos Prematrimoniales que hemos impartido en nuestra Parroquia y que han oído alrededor de tres mil trescientas treinta y dos parejas de jóvenes ilusionados en recibir el Sacramento del Matrimonio. Con el tiempo, bastantes de ellos nos han dado la razón.

Entiendo que hoy, más que nunca es necesario defender la unidad y la indisolubilidad del matrimonio por encima de todos los respetos humanos. Y nosotros, cristianos, no debemos olvidar las palabras del mismo Jesús: “¿No habéis leído que el creador, desde el principio, los hizo varón y hembra y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos unos solo’? De manera que ya no son dos, sino uno sólo. Por tanto lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. (Mt. 19, 4-6). Lo que ocurre es que tantas veces hemos oído al sacerdote decir estas palabras a los contrayentes cuando reciben el Sacramento matrimonial, que no calamos en la hondura de su significación.

Y eso no significa que cuando un hombre ve una belleza femenina o una mujer un tipazo de hombre, no se les pueda admirar. Si ya metemos fantasías de otro tipo por en medio podríamos caer, además de perder el tiempo, en el campo del noveno mandamiento y, ¿realmente valdría la pena?

Cuando Jesús dice en el Sermón del Monte ‘…todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón’. (Mt. 5, 27-28), pienso que está queriendo proteger a las mujeres de aviesas miradas masculinas. Respetemos la unicidad y singularidad de hombres y mujeres. Vayamos caminando por sendas que nos conduzcan a Dios por caminos de este mundo en el que nos toca vivir, ya que, de momento, no tenemos otro. El Otro Mundo ya se nos dará por añadidura cuando seamos juzgados de Amor por quien es el Amor Total y Absoluto.


Esta vez, dejo para el final (me parece lo más apropiado) un fragmento del Cantar de los Cantares, un Libro poético de los más hermosos de la Biblia.

Coro: ¿Quién es ésa que sube del desierto
reclinada sobre su amado?

El amado. Debajo del manzano te desperté,
allí donde tu madre te dio a luz,
donde te dio a luz la que te engendró.

La amada Grábame como sello en tu corazón,
como sello en tu brazo;
porque el amor es más fuerte que la muerte,
la pasión más implacable que el Abismo.
Sus llamas son flechas de fuego, llamarada divina.
Los océanos no podrían apagar el amor,
ni los ríos anegarlo.
Quien quisiera comprar el amor
con todas las riquezas de su casa
sería despreciable.

(Cant. 8, 5-7)




Que el Amor de los Amores nos inunde de Él mismo y nos bendiga.

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