Un cristiano que quiera vivir la radicalidad del Evangelio, pienso que debe hilar muy fino con el contenido de la doctrina de Jesucristo para luego hacer la traducción correspondiente proyectándola en la vida propia. Y eso no es fácil, porque como humanos que somos tenemos cierta tendencia a echar mano de nuestros convencionalismos particulares o de nuestro egoísmo en determinadas ocasiones. Y sin embargo resulta factible hacerlo, aunque el camino sea más o menos largo.
Pero aun así, lo fundamental es descubrir la necesidad de empezar a recorrerlo y tener la humildad, serenidad, objetividad y fuerza de voluntad suficiente para ver la realidad evangélica en nosotros mismos y procurar que nuestra vida discurra según la voluntad de Dios y sus caminos para seguirlos, con todas las piedras y matojos que pueda haber.
Lo que ocurre es que si ese camino lo recorremos acompañados por alguien, generalmente un sacerdote, que nos pueda marcar las guías por las que deba discurrir nuestro cristianismo, será mejor. Tendríamos que buscarlo, pero seguro que hay uno que nos satisfaga para ese menester y en un plazo más o menos largo seremos capaces de ir descubriendo lo mejor de nosotros mismos porque nuestro acompañante irá haciendo que lo veamos con meridiana claridad.
Supongo que esto no sonará a novedad para ninguno de ustedes, porque realmente el acompañamiento es tan antiguo como la Creación. Y no estoy diciendo ninguna tontería.
El acompañamiento espiritual se inició en los albores de la Humanidad.
En el libro del Génesis se nos dice que Dios bajaba al atardecer a estar con el hombre: ‘Oyeron después los pasos del Señor Dios que se paseaba por el huerto al fresco de la tarde. Y ellos se escondieron de su vista entre los árboles del huerto’. (Gen. 3,8). O sea, que Dios mismo acompaña, pasea, habla con el hombre y la mujer. ¿Cómo sabían, cómo conocían Adán y Eva que aquellos pasos que escuchaban después de su caída, eran los de Dios? Sencillamente, porque estaban acostumbrado a oírlos y les eran familiares. Yahvé paseaba cada atardecer con ellos, les acompañaba, dialogaban, eran amigos porque eran la obra mimada de su creación, los había modelado el mismo Dios y les había insuflado su Espíritu. Los había hecho a su imagen y semejanza. Los había creado para proyectarse en ellos con el mismo amor infinito que había volcado en la Creación.
Lo fundamental de este pasaje pienso que es la comunicación entre el Creador y su criatura, dentro de la sencillez con que el autor material del Génesis nos lo relata. Había una relación mutua. Una confianza mutua. Dios, aun dejándolos a su albedrío, les aconsejaba y guiaba respetando la libertad con la que les había dotado.
Fijémonos que cuando tiene que crearlos lo hace de una forma distinta al resto de la Creación. Según el Génesis 2, 7, ‘Yahvé Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un hálito de vida y el hombre se convirtió en un ser viviente’, distinto y superior al resto de todo lo creado, precisamente por ese hálito de vida que le hacía semejante a Dios y a través del cual Dios le da una parte Sí mismo. Así pues, llevamos dentro de nosotros un pedacito (perdónenme la expresión) del alma de Dios.
Por eso cuando Dios expulsa del Paraíso a Adán y a Eva no quiere dejarlos abandonados a su suerte e inmediatamente les hace una promesa de salvación: ‘Pondré enemistad entre ti (la serpiente) y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza, pero tú sólo herirás su talón’. (Gen. 3, 15). Y Dios continuó acompañando al ser humano.
El Dios del que habla el Libro del Génesis, está muy cerca del hombre y le sigue ayudando; lo trata familiarmente, lo acompaña permanentemente. Emigra con su criatura en la aventura de la vida por donde va y siempre se hace presente tanto al alba como en el ocaso.
Siempre misericordioso no olvida que el ser humano, aunque haya sido hecho a su imagen, es limitado, es débil y lo necesita. Pero el Señor Dios, cumple siempre su Palabra la cual se concreta en las alianzas que el Génesis nos recuerda: una, con Noé y la Humanidad; otra con el patriarca Abraham y sus descendientes. La tercera, con Moisés y el pueblo israelita, que también tiene su importancia.
A lo largo del Antiguo Testamento Dios sigue acompañando al ser humano. Veamos algunos casos de acompañamiento divino en esa época.
NOÉ .- Llega un momento en que Dios decide enviar el diluvio sobre la tierra conocida. Sus habitantes se han corrompido y sabe que Noé le permanece fiel, según dice el Génesis 6, 9, “Era justo y honrado entre sus contemporáneos. Un hombre fiel a Dios”.
Le habla y le dice ‘hazte un arca para entrar con tu familia y un par de animales de cada especie, porque todo cuanto hay sobre la tierra, morirá. Contigo, en cambio, estableceré mi alianza. (Gen. 6, 17-18).
Al finalizar el diluvio se acordó Dios de Noé y de todos los que estaban en el arca… Hizo pasar un viento sobre la tierra y bajó el nivel de las aguas. Cuando la tierra estuvo seca Dios le dijo que saliera del arca junto con todos los que estaban dentro. Noé levantó un altar y ofreció un sacrificio en acción de gracias a Yavéh Dios. (Gen. 8). Era la respuesta lógica desde su agradecimiento.
De nuevo habló Dios y estableció una alianza con Noé y sus descendientes y con todos los seres vivos que les habían acompañado. (Gén. 9, 9-10). Y siguió acompañándolo a lo largo de su vida y continuó su amistad y fidelidad mutua. Ni Dios abandonó a Noé, ni Noé se olvidó de Dios.
ABRAHAM .- Pasados unos años es Abraham, nuestro padre en la fe, el que es acompañado por Dios, también por su fidelidad. En Gen, 12 dice: “Yahvé dijo a Abraham: Sal de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre y vete a la tierra que Yo te indicaré. Yo haré de ti un gran pueblo, te bendeciré y engrandeceré tu nombre. Por ti serán bendecidas todas las naciones de la tierra.” Abraham tuvo que abandonar todo lo suyo, salir de su seguridad y aceptar la propuesta de Dios. Es el don de la fe quien le mueve a tomar la decisión de la obediencia.
Es mucho lo que le pide Dios a Abraham. Es la sublime y exigente llamada de Dios. Tiene que dejar su tierra, su patria, y salir hacia un país desconocido con la única garantía de la promesa de Dios. Una posteridad y en ella y por ella, una bendición para toda la Humanidad. El Don de la fe se activa en Abraham y su respuesta a Dios es un acto de fe absoluta, de obediencia y de confianza plena en Dios. Así comienza la Historia del Pueblo elegido.
Se pusieron, pues, en camino hacia la tierra de Canaán. Cuando llegó, levantó un altar a Yahvé en acción de gracias. Abraham siempre anduvo en la presencia de Dios. Su fe en Él le comprometió y transformó hasta el extremo de que el propio Hacedor quiere acompañarle y asistirle siempre. Podemos verlo en estos pasajes:
“No temas, Abraham, Yo soy tu escudo. Tu recompensa será muy grande”. (Gen. 15, 1) ; “Levanta tus ojos al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas. Así será tu descendencia.” (Gen. 15, 5) ; “Yavéh le anunció: tu mujer, Sara, tendrá un hijo al que llamarás Isaac. Yo estableceré con él una alianza perpetua, para ser su Dios y el de su descendencia.” (Gen. 17, 19).
Pero ese Dios acompañante le pide una nueva prueba pasados unos años. Para probar su fe le pide que sacrifique a su hijo y se lo ofrezca en un altar. Esto supone para Abraham un choque interior tremendo, porque supone que el hijo de la promesa tiene que morir. Y esto se agudiza aún más cuando Isaac le pregunta: ‘Padre. Llevamos la leña para el sacrificio, pero ¿y la víctima?’ (Gen. 22, 7-8). Esto aún heriría más a Abraham, pero aún tiene serenidad para responderle: ‘Dios proveerá’. Y esa es una respuesta dicha desde la fe.
¿Dónde está la promesa de descendencia que le hizo Dios? Y a costa de no sabemos qué, la decisión de Abraham es firme: tiene total confianza en Dios. Marcha hacia el monte Moria y levanta el altar. Su fidelidad sigue en pie. No vacila. Y Dios le premia. En el último momento de la prueba Dios le manda un ángel que le detiene el brazo.
Abraham ha superado las pruebas y Dios sigue acompañándole porque se lo ha merecido. ¿Se imaginan el respiro que daría cuando su brazo quedó en el aire y oyó el mensaje del mismo que le había pedido semejante sacrificio? Quedaba claro que su fe en Dios era absoluta. Inconmovible. Y Dios lo valoró y premió.
Nosotros, igual. Podemos superar nuestras propias pruebas, si nos dejamos acompañar por Dios, por su Palabra, por la oración profunda, por los Sacramentos y, además, por un acompañante espiritual. Recordando la actitud de Abraham y procediendo como él en cualquier momento o problema que la vida nos presenta cada día. Entonces podremos decir como Abraham: ‘Dios proveerá’.
MOISÉS .- Fue salvado de las aguas cuando era un bebé de tres meses. Su salvación presagiaba su misión. Él es salvado para salvar a sus hermanos de raza de la esclavitud egipcia. Ese es el Plan de Dios con este personaje. Era el instrumento del que se valdría para liberar al pueblo que había elegido y echar un cimiento de los más importantes a la Historia de la Salvación. Porque Dios, habiendo escuchado los lamentos de su pueblo, recordó la promesa que había hecho a Abraham, a Isaac y Jacob.
Y aprovechó un día en que Moisés, pastoreando el rebaño de Jetró, su suegro, llegó al Horeb el monte de Dios, donde tuvo la gran experiencia de contemplar una zarza que ardía sin consumirse. Escuchó la voz de Dios que lo llamaba y pronto se dio cuenta que era el Dios de sus padres que le pedía algo aparentemente imposible.
Pienso que al principio pudo sentir algo muy parecido al miedo y también pudo haber excusas de muchas clases para evitar esta misión, pero no logró escaparse. Y menos cuando oyó la promesa de Dios: ‘Yo estaré contigo’ (Ex. 3, 12). ‘Yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que has de decir’ (Ex. 4, 12). ¿No piensan ustedes que esto es un acompañamiento en su totalidad? De todos modos, los capítulos 3 y 4 del Éxodo nos relatan con detalle todo este pasaje.
A partir de ahí el acompañamiento divino se manifiesta en montones de ocasiones: la columna de fuego, la nube, el paso del Mar Rojo, el agua de la roca en el Horeb, en la entrega del Decálogo,…
Moisés fue un gran guía y un excelente acompañante espiritual para el pueblo israelita. Y mantenía su fe inconmovible porque hablaba a diario con Dios como lo haría con un amigo. Y Yavéh fue acompañante y amigo para Moisés. Sin embargo el pueblo pronto empezó con sus infidelidades a través de los agitadores de turno Datán, su hermano Abirón, Coré… (Núm. 16) (Becerro de oro, idolatría,…) Lo mismo que ocurre hoy entre nosotros. Siempre hay alguien que se empeña en hacernos creer cosas raras de Dios o de la Iglesia y también encuentran quien les sigue. Y sin embargo Él permanece fiel con la Humanidad y constantemente nos recuerda que su voz, su Palabra, ya vino aquí para acampar entre nosotros y acompañarnos a cada uno. Pero de eso hablaré más adelante.
Hoy también hay gente que, desde su ignorancia y sin darse cuenta, da valor a determinados objetos y confía en ellos para que les dé suerte (una pata de conejo, una brujita, un lazo rojo, etc), lo mismo que las supersticiones (el nº 13, pasar por debajo de una escalera, etc.) y eso es una falta de confianza en Dios. Son los nuevos “becerros de oro” de hoy. Si tenemos las ideas claras, no debemos dejarnos llevar por estas creencias porque van contra el primer Mandamiento de la Ley de Dios.
Y así podríamos ver distintos casos del acompañamiento de Yavéh a diferentes personas del A.T.: a David, a Tobías (con el ángel que le acompañó en su viaje), a los Profetas,… Pero con éstos permítanme, por favor, que me detenga en dos de ellos a los que admiro (lo cual no significa en absoluto que menosprecie al resto, ya que cada uno es importante en su faceta como portavoz de Dios) y que de alguna manera me han marcado personalmente a través de sus escritos, porque me han hecho ver cosas para mi vida, auténticos regalos de Dios, que jamás hubiese podido imaginar. Son Isaías y Jeremías.
ISAÍAS: Todos conocemos que bajo los escritos de este Profeta hay tres Isaías.
El primero en el s. VIII a. de C. (Capít. 1 al 39). Nos cuenta su vocación: la llamada de Dios. Dice así: ‘Entonces oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?’ Respondí: ‘Aquí estoy yo. Envíame’. (Is. 6, 8). Y a través de este primer Isaías Dios acompaña a su pueblo.
El segundo en la época del exilio. (Cap. 40 al 55). (S. VII a. de C.- Años 546 a 539 a. de C.) Éste es el auténtico guía y acompañante, el de los momentos difíciles. Y en el cap. 40, 3, dice a su pueblo: ‘Una voz grita: Preparad en el desierto un camino al Señor, allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios’. Y esto pienso que también sirve hoy para nosotros. Debemos preparar, sin pausa alguna, los caminos del Señor en nuestro interior, pero además, también en nuestros ambientes. Ahora fijémonos en estos mensajes de Dios, absolutamente vigentes hoy: ’Tú eres mi siervo. Yo te he elegido, no te he rechazado. No temas porque Yo estoy contigo, no te asustes, pues Yo soy tu Dios. Yo te doy fuerza, soy tu auxilio y te sostengo con mi diestra victoriosa”. (Is. 41, 9-10). ; ‘No temas, pues Yo te he redimido, te he llamado por tu nombre, mío eres’. (Is. 43, 1) ; ‘Porque Yo soy el Señor, tu Dios, tu Salvador. Porque mucho vales a mis ojos, eres precioso y yo te amo y entrego por ti reinos y pueblos a cambio de tu vida. Nada temas que yo estoy contigo . (Is. 43, 3-5). Todo lo va proclamando a lo largo de los siete años que duró su misión. ¿Entienden lo que me ha hecho ver este Profeta? ¿Y a ustedes? Porque son mensajes que hoy nos está diciendo a cada uno de nosotros, porque la Palabra de Dios es siempre viva y actual. Uno más: ‘Vosotros sois mis testigos y mis siervos a quienes Yo he elegido para que me conocierais y creyerais y comprendierais que Yo soy Dios’. (Is. 43, 10). Es un auténtico acompañamiento a su pueblo en el exilio. Y también para nosotros, ¿verdad?
El tercero es posterior al exilio, cuando el pueblo regresa y e encuentra una tierra pobre y ruinas por doquier. Todo está por hacer. (Cap. 56 al 66). Dios también se hace presente en su pueblo a través del Profeta manifestando, por ejemplo, el tipo de ayuno que prefiere: ‘Que compartas tu pan con el hambriento, que albergues a los pobres sin techo,… Entonces clamarás y te responderá el Señor, pedirás auxilio y te dirá “Aquí estoy”… El Señor te guiará siempre, te saciará en el desierto y te fortalecerá’. (Is. 58, 6-12). Y presenta una esperanza en el libertador de Israel: ‘¿Quién ese que viene de Edom, de Bosrá,, con vestidos de púrpura?...Soy yo, que proclamo la liberación y tengo poder para salvar. (Is. 63, 1-4). Si nos damos cuenta, es el mismo personaje del Apocalipsis 19, 11-13.
Y también tenemos a JEREMÍAS. Otro instrumento de Dios para hacerse presente en su pueblo y, por tanto lo acompaña siempre, le habla, le da ánimo en su misión: ‘Tú, pues, cíñete la cintura, levántate y diles todo lo que yo te mande. No tiembles ante ellos. He aquí que Yo te constituyo en este día como ciudad fortificada, como columna de hierro, como muro de bronce frente a todo el país. Van a luchar contra ti, pero no podrán vencerte, porque Yo estoy contigo para librarte’. (Jer.1, 17-19). Son palabras de ánimo para el profeta y para su pueblo.
Más adelante le hace ver (y a nosotros también) que la confianza en Dios no queda sin recompensa: ‘Bendito el hombre que confía en Yavéh. Es como el árbol plantado junto al agua, que alarga hacia la corriente sus raíces; nada teme cuando llega el calor ; su follaje se mantiene verde ; en año de sequía no se inquieta, ni deja de producir sus frutos’. (Jer. 17, 7).
Y otro fragmento que me encanta porque me siento reflejado en él, como tal vez les suceda también a ustedes o a cualquiera de nuestros ancestros, es el del alfarero. Nos hace ver, como le hizo ver a Jeremías y a Israel, que estamos en sus manos: ‘Como está la arcilla en manos del alfarero, así estáis vosotros en mis manos, pueblo de Israel’ (Jer. 18, 1-6). Pues…así es nuestro Padre. Todo Providencia y amor.
Ya ven que es el mismo Dios quien nos marca la pauta en el acompañamiento. Y Jesucristo hizo lo propio cuando vivió entre nosotros, como veremos más adelante.
Ahora les dejo con sus reflexiones y mi oración. Que Él nos bendiga a todos y su Madre nos acompañe.
Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro,
pues tú, Señor, me das más alegría
que si tuviera trigo y mosto en abundancia.
Me acuesto en paz y en seguida me duermo,
porque sólo tú, Señor, me haces descansar confiado.
(Salmo 4 7-9)
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Ciertamente he tardado un poco en escribir la continuación de la
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Hace 5 años
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