domingo, 25 de octubre de 2009

Acompañamiento en el Nuevo Testamento

El acompañamiento que Dios hace al ser humano es una constante en su actuación providente a lo largo de todo el proceso de formación de un pueblo que diese cobijo y acogida a su Verbo cuando llegase el momento que nosotros conocemos como ‘la plenitud de los tiempos’. Ese fue el pueblo israelita, que en el devenir de su Historia, con sus infidelidades y sus vueltas a Dios, fue acompañado por Yavéh a través Patriarcas, Jueces, Reyes o Profetas que fueron manteniendo firme la esperanza en un Salvador.

Pero este acompañamiento no podía quedarse estancado ahí, porque ‘la plenitud de los tiempos’ tenía que llegar y llegó en su momento oportuno a través de un ‘SÏ’ fundamental, libre, resolutivo que marcó el cambio de rumbo de la Humanidad desde una jovencísima muchacha que moraba en un lugar llamado Nazaret. ¡Ah! Y su nombre era María. Y estaba desposada con un varón que respondía al nombre de José.

Desde ese momento, conocido en adelante como el Nuevo Testamento, Dios sigue teniendo la iniciativa y desea seguir acompañando a la Humanidad de una forma diferente. Tomó la decisión de ser Él mismo, en persona (y nunca mejor dicho), quien iniciaría ese acompañamiento a todos, pero de forma especial a través de unas personas claves. Vamos a detenernos en el primero de ellos:

JOSÉ .- Cuando al principio del Evangelio de Mateo encontramos el pasaje que nos cuenta cómo María concibió a su Hijo por la acción del Espíritu Santo, ‘José su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto’. (Mt. 1, 19) Humanamente era normal que pensase así, pero su talla moral la demostró con la decisión que tomó. No quería hacer daño a María. Y Dios decide enviarle un mensajero Suyo que le aclarase la situación.

Mientras José dormía el ángel mensajero de Dios le dice : “José, hijo de David, no temas recibir contigo a María, tu mujer, porque su concepción es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús”. (Mt. 1, 19). Sus dudas respecto al embarazo de María quedaban claras. Y el acompañamiento divino se hace patente nuevamente.

Los Magos de Oriente.- Cuando se presentan en Jerusalén guiados por la estrella y preguntan dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer, Herodes se preocupa por si le arrebata su poder. Eso de ‘Rey de los judíos’ ¿de qué otra manera iba entenderlo si no era desde el poder terreno? Y surge el miedo a perder su hegemonía. Les dice que cuando lo encuentren vuelvan a comunicárselo para ir él a adorarle. La mentira hace acto de presencia porque lo que realmente quiere es eliminarlo.

Nuevamente el acompañamiento divino hace acto de presencia. ‘Y advertidos en sueños de que no volvieran donde estaba Herodes, regresaron a su país por otro camino’. (Mt. 2, 12). Se dejaron guiar y marcharon siguiendo el mensaje recibido.

Pero eso había que completarlo con una nueva acción acompañante. El ángel del Señor se aparece en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al Niño y a su Madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes busca al Niño para matarle”. (Mt. 2, 13). Éste fue un éxodo de Jesús que tuvo que huir de su país para instalarse en uno extranjero, huyendo del poder político. Verdaderamente fueron unos exiliados.

Muerto Herodes José recibe un nuevo aviso para que regresara desde Egipto con Jesús y su Madre a la tierra de Israel, diciéndole: “Levántate, toma al Niño y a su Madre y vuelve a la tierra de Israel porque han muerto los que atentaban contra la vida del Niño”. (Mt. 2, 20). Nuevamente se pusieron en camino para establecerse en Nazaret.

Pasan los años y continuando en esta línea acompañante de Dios, aparece un nuevo personaje en esta etapa de la Historia. Se trata de Juan, hijo de Isabel, la prima de María, y de Zacarías. Era, por tanto primo de Jesús.

EL PRECURSOR.- Antes de iniciar Jesús su vida pública, aparece su Precursor predicando en el desierto de Judea, preparando los caminos del Salvador.

Acompañaba y guiaba a las gentes diciéndoles: ‘Arrepentíos, porque está llegando el Reino de los Cielos’. (Mt. 3, 2). Las gentes reconocían sus pecados y Juan los bautizaba en el río Jordán.

Al igual que los profetas anteriores guiaba y acompañaba al pueblo, exigía frutos de conversión y les decía que ‘todo árbol que no dé fruto será cortado y echado al fuego’. (Lc. 3, 9). Añadía: ‘El que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de quitarle las sandalias’. (Lc. 3, 16).

El punto álgido de su predicación pienso que pudo ser la ‘presentación’ al pueblo del que sería su gran acompañante: ‘Vio a Jesús que se acercaba a él y dijo: Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo’. (Jn. 1, 29), y el bautizo en el Jordán, después del cual, cuando Jesús sale del agua, los cielos se abren y se ve el Espíritu de Dios descender sobre Él en forma de paloma y oírse una voz de los cielos diciendo: “Este es mi Hijo amado en el que me complazco”. (Mt.3, 16-17). Es el mismo Espíritu que se manifestó en su concepción y en su nacimiento y que lo acompañará durante toda su vida. La Santísima Trinidad aparece de forma inequívoca.


Una constante en el desarrollo de los Evangelios es presentarnos a Jesús en continuo contacto con su Padre a través de la oración para dejarse acompañar por Él en el silencio y la solitariedad.

El evangelista Marcos dice: “Muy de madrugada, antes del amanecer, se levantó, salió, se fue a un lugar solitario y allí oraba”. (Mc. 1, 35). Solía hacerlo antes de comenzar su jornada de predicación. La ponía previamente en manos de su Padre y luego se dedicaba a acompañar a las personas que le seguían (por ejemplo, en la multiplicación de los panes y de los peces. Otra ocasión sería en el monte de las Bienaventuranzas cuando expuso su programa de vida, (Mt. 5, 1-12) o a cuantos iban a Él en determinados momentos (Zaqueo, Nicodemo, Marta y María, la Samaritana, María Magdalena,...).

Y siempre que debe tomar una decisión, se prepara previamente con la oración. Cuando ha de elegir a doce apóstoles de entre todos los discípulos, dice el Evangelio que se retiró al monte y pasó la noche orando (Lc. 6, 12-16), es decir, siendo acompañado a su vez por el Padre y el Espíritu Santo para que le guiaran en su actuación.

Jesús es la presencia cercana de Dios en medio de los suyos manifestada en sus encuentros con la gente a quienes mostraba la misericordia del Padre. Esta es la parte esencial del acompañamiento permanente a un pueblo y a unas gentes abatidas por el sufrimiento y el pecado.

Los encuentros frecuentes con los pecadores y los marginados no eran para condenarlos, sino para decirles que Dios no los olvida, los tiene presentes y que existe un camino de vuelta porque eran sus preferidos. Dijo: ‘No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores’. (Mt. 9, 13). Va anunciándoles ya el mensaje que ha venido a traer a la tierra.

Para Jesús, acompañar en la fe significa “compartir su existencia” y esto se manifiesta en algunos pasajes en los que se puede ver la existencia de un diálogo, de una escucha, de una acogida, de una presencia misericordiosa de Dios, de un contacto con la verdad, de un nuevo horizonte de Dios.

Podemos comprobarlo en los encuentros especiales que Jesús tiene con algunas personas para hacerles ver el camino de la salvación que ya está comenzando en su predicación. Uno de ellos es el encuentro con el publicano Leví, que luego se convertiría en Apóstol y evangelista, quien cuenta el momento de su encuentro con Jesús, de su conversión, y lo celebró con una cena especial con sus amigos publicanos y el Señor. En él celebró su radical cambio de vida. Podríamos decir que en esa fiesta murió Leví y nació Mateo.

Las comidas de Jesús con los pecadores eran criticadas por sus adversarios. Sin embargo para Jesús eran momentos para acercarse a ellos y mostrarles el amor incondicional de Dios.

Hay otro personaje singular que tuvo la iniciativa de querer hablar con Jesús a solas. Y el diálogo se produjo durante la noche. El evangelista Juan nos narra el encuentro que tuvo Jesús con Nicodemo. Y Jesús se dejó encontrar.

NICODEMO .- (Jn. 3, 1-21). Hombre principal entre los judíos, miembro del grupo de los fariseos, se siente seriamente interesado por Jesús. Se acerca a hablarle de noche porque no quiere que sea conocida su simpatía por Él. Reconoce que es enviado de Dios, porque los signos que hacía no podían hacerse si Dios no estaba con Él.

Durante la conversación, Jesús enfrenta a Nicodemo con su verdad para hacer que surja la fe, sin imponerle nada ni darle soluciones ni recetas. Quiere que Nicodemo vaya descubriendo las cosas. Le invita a renacer por la acción de Dios a través de su apertura personal y le dice que nadie puede entrar en el Reino de Dios si no nace del agua y del Espíritu.

Le abre otro horizonte: la gratuidad de la presencia y acción de Dios en su vida si él quiere, si se pone en las manos de Dios. Le invita a la libertad y a la flexibilidad dejándose llevar, como el viento, que sopla donde quiere, pero no se sabe de dónde viene ni a dónde va. Jesús tuvo con Nicodemo una buena sesión de acompañamiento espiritual. Y Nicodemo se mantuvo fiel y acompañó a Jesús en las horas difíciles de su Pasión y Muerte.

Otro personaje muy conocido en Evangelio con quien Jesús se hizo el encontradizo, es

LA SAMARITANA .- (Jn. 4, 4-42) También aquí es Jesús quien toma la iniciativa a través de algo tan simple como pedirle que le diera de beber. Con su peculiar lenguaje, Jesús la invita a no quedarse en lo superficial. Enfrenta a la mujer con su realidad. Pero no la condena.

Le da un pequeño signo para ayudarla: “El agua que Yo le daré será en él un manantial que salte hasta la vida eterna”. (Jn. 4, 14). La invita a dar una respuesta personal a Dios. Es otra sesión de acompañamiento espiritual que tiene Jesús con esta mujer.

ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL A SUS SEGUIDORES

Si buscamos en el Evangelio de Juan, en el pasaje que narra la Última Cena de despedida de Jesús con los suyos, encontraremos lo siguiente: ‘Jesús se levantó de la mesa, se quitó el manto, se lo ciñó a la cintura, echó agua en una palangana y les lavó los pies’. (Jn. 13, 1-15). Hizo lo mismo que hacían los esclavos y servidores. Y después de este gesto, se puso el manto, se sentó a la mesa y les dijo a los suyos: ‘Si Yo que soy el Maestro y el Señor os he lavado los pies, vosotros debéis hacer lo mismo unos con otros’.

Y lo más importante del acompañamiento que les hizo a los Apóstoles, ya avanzada la cena es en dos momentos cruciales: uno, cuando ‘tomo pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y comed; esto es mi cuerpo’. (Mt. 26, 26-29). El otro cuando les dijo: ‘Un nuevo mandamiento os doy: Amaos los unos a los otros. Como yo os he amado. En eso reconocerán que sois mis discípulos’. (Jn. 13, 34-35).

Esto es parte del testamento espiritual de Jesús que sabe próximo su fin. Podríamos decir que son sus últimas voluntades.

Y no puedo dejar de mencionar el acompañamiento que hizo después de su Resurrección a dos discípulos con un estado de ánimo decaído.

LOS DISCÍPULOS DE EMAÚS .- (Lc. 24,13)

Jesús sale al encuentro de esas personas que se dirigen a Emaús. Creen que el proyecto de Jesús ha fracasado, cuando lo que realmente ha fracasado es su proyecto de discípulos por su miopía (si no ceguera) en su fe. El Resucitado camina junto a ellos haciéndose el encontradizo, como quien no sabe nada. HABLA con ellos y les PREGUNTA. ESCUCHA cuanto le dicen. PERMANECE con ellos pero no lo reconocen. Y esto es lo que asombra a Jesús.

Al atardecer se queda a compartir la cena con ellos. Les explica las escrituras pero es AL PARTIR EL PAN, justo en ese momento, cuando se dan cuenta de quién es, realmente, su acompañante. Es necesaria la Fracción del Pan para que se curen de su miopía o ceguera espiritual, porque antes, aunque les hablara Jesús en persona, seguían sin ver.

La Eucaristía es el culmen, la cima, del acompañamiento de Jesucristo a cada uno de nosotros para que le reconozcamos como el Kyrios, como el Señor de la Historia y de nuestra propia historia.

MARÍA, MADRE DE DIOS,

También Ella fue acompañada y acompañante espiritual. Acompañada por el Padre toda su vida para llevar a buen término su colaboración en la Redención, lo cual no significa que no tuviera dificultades y momentos durísimos, como cuando acompaña a su Hijo en la Pasión y al pie de la Cruz. Acompañante cuando corrió a la montaña sin tener en cuenta que está en los primeros meses de su embarazo y que puede correr riesgo el mismo Hijo de Dios. Siente la inquietud de acompañar y ayudar a su prima Isabel que ha concebido un hijo en su ancianidad. La acompañó y la sirvió hasta que nació Juan el Bautista.

María también acompaña a su Hijo en su misión y por eso adelanta de alguna manera los signos del reino: “Mira. No tiene vino”. Con su fe, con su intuición femenina, con su esperanza. Ella mira a los servidores y les dice: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2, 1-11) y Jesús se rinde. No tiene más remedio. No puede desairar, no puede fallar a su Madre. Ese consejo que María da a los servidores, podemos decir que también nos lo está dando hoy a nosotros.

Y María también acompañó a la Iglesia naciente. Estaba junto a todos los apóstoles y otras mujeres que perseveraban unánimes en la oración. (Act. 1, 12-14). Los apóstoles siguieron acompañando al pueblo y a muchos pueblos de distintos países con su predicación y con sus cartas, llamadas ‘epístolas’. Solamente San Pablo escribió 13 a distintas comunidades.

En su Carta a los Romanos (12, 2), dice así: ‘No os acomodéis a los criterios de este mundo, al contrario, transformaos, renovad vuestro interior, para que podáis descubrir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada’. (No podemos aceptar el aborto, la eutanasia, las supersticiones, etc. Estos podrán ser los criterios del mundo, pero en ningún caso, los de Dios).

En la I carta a los Corintios, en el capítulo 13, escribe sobre el amor cristiano: ‘Aunque hablara las lenguas de los ángeles, si no tengo amor, soy como campana que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de hablar en nombre de Dios y conociera todos los misterios y toda la ciencia; u aunque mi fe fuese tan grande como para trasladar montañas, si no tengo amor nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes a los pobres, si no tengo amor, de nada me sirve’.

Sigue diciendo San Pablo: ‘El amor es paciente y bondadoso; no tiene envidia ni orgullo. No es grosero, ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal. Todo lo disculpa, todo lo aguanta’.

Ya vemos la importancia del acompañamiento espiritual a través de la Biblia. Si analizamos el comportamiento de Dios a lo largo e toda la historia de la humanidad, es Él realmente quien acompaña a las personas de todos los tiempos valiéndose en cada momento de la persona que cree idónea para cada caso, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, sólo que en éste último es Él mismo quien viene a acompañarnos personalmente y se queda con nosotros en la Eucaristía para seguir con nosotros, como veremos la semana próxima, Dios mediante.

El Señor es mi pastor. Nada me falta…
Me conduce junto a aguas tranquilas
y repone mis fuerzas…
Tu amor y tu bondad me acompañan
Todos los días de mi vida…

Salmo 23(22)

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