domingo, 1 de noviembre de 2009

Acompañamiento espiritual en el siglo XXI

Hemos estado presenciando cómo Dios acompaña desde los primeros instantes creadores a la Humanidad, a través de unos personajes concretos de los que se ha valido para que sus planes se fueran desarrollando así como el trayecto que ha seguido hasta llegar el momento de venir Él mismo a compartir nuestra naturaleza.

Pero para empezar planteo un interrogante: ¿Qué es el acompañamiento espiritual? A pesar de haber leído lo escrito en las dos entradas anteriores, nos puede quedar la duda de que no siendo personajes más o menos importantes si lo del acompañamiento también es para nosotros. Desde mi propia experiencia mi respuesta no puede ser otra: Para Dios somos todos tan importantes como lo fue Abraham o cualquier otro personaje. Para Él somos únicos e irrepetibles y nos quiere desde nuestra individualidad. Y espera lo mejor de cada uno de nosotros en nuestra búsqueda de la perfección.

Me parece conveniente que se conozca al máximo este tema por el bien personal que nos puede aportar. Veamos.

La Iglesia ha recibido de Cristo el encargo de conducir o acompañar a cada uno de sus fieles a las cotas máximas que pueda ser capaz en su religiosidad. Dice la Biblia: ‘Más valen dos que uno solo, porque logran mejor fruto de su trabajo. Si uno cae, el otro lo levanta’, pero ¡ay del solo, que si cae no tiene quien lo levante! (Eclesiastés, 4, 9-10).

Entonces voy a intentar profundizar y desmenuzar el acompañamiento que Dios tiene con cada uno de nosotros utilizando los medios que Él nos da: la oración, los Sacramentos y un guía o caminante que actúe en nosotros, que nos engendre el consuelo de la esperanza, un compañero de camino que nos abra los ojos, que se ponga dentro de nuestras sandalias para recorrer el camino, a veces duro y con problemas, y que tal vez camine junto a nosotros a pie descalzo por las arenas del desierto de la vida cuando lo atravesemos día a día.

El acompañante va conociendo nuestros esfuerzos y debilidades y a su vez también conoce los suyos propios para realizar su propio camino con otro acompañante más veterano y curtido que él mismo que le ayude a su vez a peregrinar a la Casa del Padre en la que todos deseamos morar.

El acompañante nos ayuda a recomponer el vaso roto de nuestra existencia y formar un vaso nuevo, indicándonos pautas que nos hagan reflexionar en nuestros aciertos y errores, potenciando los primeros y enmendando los segundos. Y para ello es necesario un contacto permanente con la Palabra.

Cuando leemos la Biblia no podemos hacerlo como una novela ni como un libro de Historia, (aunque contenga Libros históricos), sino como lo que es: el libro de la palabra de Dios. El Libro de la Historia de la Salvación. Nos debemos plantear cuando leemos un pasaje de la misma: “¿Qué me quieres decir, Señor, a través de este pasaje?” Y debemos dedicarle un tiempo para encontrar esta respuesta.

No olvidemos que nos conoce a cada uno desde la primera llamada que nos hace a la vida. De adultos le vamos descubriendo y notando su proximidad sugerente en nosotros. Dejémoslo entrar. No dudemos que en ese diálogo sin palabras seremos capaces de oír su voz trayendo la paz a nuestras conciencias y el brillo a nuestros ojos. La fuerza interior que notaremos nos hará capaces de superar los muros más sólidos de nuestras dificultades.

Pero no siempre es fácil descubrir cómo deben ser nuestras actitudes, lo que Dios nos pide en cada momento, lo que espera de nosotros en cada circunstancia, porque podríamos estar acostumbrados a ir a la oración solamente para pedirle muchas cosas y la oración es mucho más.

La oración ha de ser reflexionada, meditada, sin prisas, en silencio, para acogerla en nuestro interior y llevarla a la vida, porque Él cuenta con nosotros para que le ayudemos a construir su Reino, a extender el Evangelio. Y si en la oración notamos sequedad, no nos importe. Debemos seguir con la seguridad de que Jesucristo conoce nuestros problemas, nuestro estado de ánimo y está ahí junto a nosotros acariciando nuestras almas inquietas, acaso angustiadas. Siempre permanece atento a nuestra llamada.

El acompañamiento espiritual se realiza cuando alguien inicia el camino de una vida cristiana consciente y profunda, cuando pasa a tener una experiencia espiritual personal, una experiencia de Dios más honda. A veces Dios pasa fuerte por nuestra vida y hay que aprovechar ese momento porque tal vez no vuelva a suceder.

Es una gracia actual que nos da Dios para determinados momentos de nuestra vida. La orientación espiritual se imprime en el corazón cuando brota del tú a tú, cuando hay diálogo cara a cara. Como Moisés con Yavéh Dios. Ellos hablaban cara a cara y Moisés se transfiguraba. Era otro.

Este acompañamiento se inserta en el misterio de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Es un proceso que nos lleva a Dios, reforzando al mismo tiempo los vínculos humanos. En él, la amistad se intensifica y se cualifica sobrenaturalmente.

Conversar espiritualmente es hacerle un hueco a Jesús que viene porque, como dice el Evangelio, ‘Cuando dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt. 18, 20). Y esto nos puede recordar los encuentros evangélicos de Cristo junto al pozo de Jacob con la samaritana, con los discípulos de Emaús y con otros personajes como hemos visto anteriormente.

Cristo continúa hoy su conversación de conversión con todo aquel que lo desea, de modo que Él, el Cristo resucitado, recorra con cada uno el camino de la vida y le transforme poco a poco. Pero es necesario no permanecer con la miopía de los discípulos de Emaús y desde nuestra fe y apertura a Jesucristo vivo y resucitado, lanzarnos, como ellos hicieron, a comunicar la gozosa realidad de la Resurrección en el aquí y el ahora.

Así, Cristo entra en nuestra vida y en nuestra historia, siendo Él el protagonista de toda ella, el dueño de nuestro corazón, el Señor de nuestras miradas, el Señor de nuestras palabras, el Señor de nuestras sonrisas. El Señor de nuestra alegría.

En el acompañamiento espiritual existe una relación entre acompañante y acompañado en la que el acompañante ayuda a reconocer, acoger y responder a la acción de Dios que pasa como Salvador y Señor por nuestra vida. Veamos los tres aspectos del acompañamiento:

1º) RECONOCER. Cuando pensé en escribir sobre este tema, tenía mis dudas. Lo consulté con mi acompañante espiritual y me hizo ver que eso podría ser cosa de Dios que estaba pidiéndome que diera y compartiera algo de lo mucho que yo he recibido a lo largo de mi vida. Sí. Pensé que me lo pedía a través del consejo de ese sacerdote que era instrumento en las manos de Dios para pedir mi colaboración. Por si fuera poco, me tropecé con el profeta Jonás que, a través de la lectura de ese corto Libro bíblico, me hizo acoger la llamada. Y en ello estoy, como pueden ver.

2º) ACOGER. Es decir, llevar a mi corazón aquella petición cuando hacía oración y pensar en Jesús que era quien realmente me lo estaba pidiendo. Y recordé aquello de que Dios siempre da el ciento por uno de lo que le damos nosotros, así como aquello de ‘La mies es mucha y los obreros son pocos. (Mt. 9, 37), y ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!’(I Cor. 9,16). Me rodeaba una nube de incertidumbre y recordé al profeta Jeremías en el capítulo 1, 5-9. Lo medité mucho para luego responder.

3º) RESPONDER. Dar mi SÍ a la llamada como lo dio María en la Anunciación, porque cuando Dios, pasa fuerte por nuestra vida hay que aprovechar estos momentos. Porque cuando pasa, nos interpela: ‘¿Dónde está tu hermano?’ ‘¿Qué has hecho de tu hermano?’(Gen. 4, 8-10) y recordé al profeta Jeremías que le dijo al Señor en una ocasión: ‘Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir, has sido más fuerte que yo. Me has podido.’ (Jer. 20, 7).

Embarcarme en este crucero de la salvación me llevó a revisar mi vida, a replantearme muchas cosas, muchas actitudes, porque cuando se habla de Dios hay que vivir lo que dices. No se puede hablar de memoria como cuando se da una clase de Historia o de Matemáticas. Se trata de ser su boca para hablar y su corazón para amar.

Se habla desde la vida. Desde el Corazón. Desde una fe profunda. Desde un compromiso con Dios y con la Iglesia. Aunque tengamos, como humanos, muchos fallos y pecados que salvar. Por eso y para eso nos confesamos y celebramos la reconciliación con Cristo resucitado. A partir de ese momento comencé a tener de nuevo mis entrevistas de acompañamiento espiritual.

El objetivo del acompañamiento es que los bautizados nos formemos para vivir según el hombre nuevo en justicia y santidad de verdad, ya que todos los cristianos estamos llamados a la santidad por aquello que dijo Jesús: ‘Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’. (Mt. 5, 48).

Poco a poco llegaremos a la madurez cristiana, proceso que exige orientación, cultivo personal, esfuerzo y aprendizaje de los modos con los que el Espíritu Santo actúa en el secreto de nuestros corazones.

Nos hace plantear que debemos dejar a Dios tomar la iniciativa en nuestra vida y buscar respuesta interrogantes: ¿Qué quieres, Señor, de mí? ¿Qué quieres decirme a través de este renglón torcido que pones ante mis ojos? ¿Cómo actuarías tú en este momento? En definitiva, dejarse convertir por el Evangelio.

Y así podemos decir como San Pablo: ‘Vivo yo, pero no soy yo. Es Cristo quien vive en mí’ (Gál. 2, 20). Y a esto llegaremos cuando renunciemos a nuestro ‘ego’, a nuestros caprichos y caminemos según el Evangelio. Según las Bienaventuranzas. Y si caemos o notamos que nuestra fidelidad a Él se resquebraja…pues a emprender el camino de vuelta y reconciliarnos con ese Padre que tenemos que nos ama hasta la locura de la Cruz.

Gracias al acompañamiento podemos sacar a la luz, sin miedo y con franqueza los pequeños problemas, los sentimientos, las alegrías, los logros, los batacazos (que los tendremos), como el vaso roto del alfarero.

Personalmente me he sentido así en ocasiones. Mi acompañante espiritual me aconsejó, hace ya más de 20 años, que leyese Jeremías 18, 1-6. A partir de ese momento lo he meditado muchas veces. En Mt. 11, 28-30, también dice Jesús: ‘Venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré’.

El acompañante ofrece las pistas para ir a Jesús, sirve de guía hacia la plenitud humana que trató de mostrarnos Jesús. Él ilumina los signos. Se pone al servicio del que se confía a Él para luego dejarle ir hacia lo que crea mejor. Nos muestra el camino para aprender a reconocer a Dios.

Toda nuestra humanidad recibe la melodía de Dios acompañada de nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Nosotros, a veces, podríamos no entender los signos de la llamada de Dios y necesitaríamos acudir a alguien que nos ayude a reconocer lo que nos pasa y nos ponga tras la pista de Dios.

El acompañamiento nos da elementos para descubrir lo que Dios nos va dando o nos va pidiendo de forma personalizada, detectando lo que nos lleva al amor de Dios y a la humanidad. También nos ayuda a detectar lo que nos separa de Él y de los proyectos que tiene para nosotros.

Cada vez que tengamos una entrevista de acompañamiento espiritual, percibiremos la escucha misericordiosa de alguien hacia nosotros, el encuentro amable y sincero, la capacidad de encontrar los valores que tengamos y eso nos ayudará a mejorar nuestras actitudes con los demás. Detectaremos nuestros fallos. Notaremos que algo de Jesús flota en el ambiente y sentiremos más su presencia en nuestra vida y en nuestra persona. Descubriremos lo que tengamos que mejorar y marcharemos con serena paz y plácida alegría.

El conocimiento de nuestro ‘YO’ total y profundo, lo realizaremos poco a poco, paso a paso, a través de un camino por el que iremos avanzando y que quizá nunca terminemos de recorrer.

Con el acompañamiento vamos haciendo camino hacia Jesús que es quien realmente acoge lo que somos y nos restituye la esperanza.

Quien desempeña la tarea de acompañante lo hace desde la absoluta modestia de sentir que se le permite la entrada en la vida del acompañado y lo hace desde la humildad de saber que se le invita a participar en el camino del Espíritu que recorre la persona acompañada. Sólo el Espíritu Santo crea el camino a recorrer para cada persona y marca el ritmo de su crecimiento. Desde el principio hasta el fin del camino espiritual, la presencia y la acción del Espíritu es fundamental porque nos va renovando y fortaleciendo.

El acompañante vive la experiencia de Dios en su vida de oración, en su vivencia sacerdotal, religiosa, familiar y social. Además, está en contacto con la realidad de la pobreza y del sufrimiento. Es decir: tiene capacidad de percibir desde dentro la acción del Espíritu. Cuando El acompañamiento se realiza por sacerdotes suele ir acompañado o unido a la celebración del Sacramento de la Reconciliación o Penitencia.

En todo acompañamiento se trata de ayudar a las personas a crecer en la libertad de los hijos de Dios como fruto del Espíritu, ya que éste es como el viento o la brisa: sopla donde quiere, como quiere y cuando quiere.



Tras varios años, muchos años, de ser acompañado en mi vida por sacerdotes amigos, he encontrado que esta experiencia es una de las que más me han ayudado a crecer y madurar en mi vida cristiana, familiar, profesional, social,…

El acompañamiento espiritual nos ayudará a encontrar solución y paz en nuestros problemas, a aceptarlos y ponerlos en las manos de Dios. En la lucha por superar nuestros defectos, a superar crisis, a saber escoger y decidir lo que debemos hacer en cada momento y en cada situación, a tener alegría y paz, serenidad y confianza. A reírnos con frecuencia, porque el Espíritu Santo nos da el don de la alegría. A ser fuerte ante la adversidad, a estar disponibles para el Señor y para la Iglesia. A descubrir a Dios en la gente que sabe manifestarlo a través de sus hechos. (‘Por sus frutos los conoceréis’. Mt, 7, 16)

Y no olvidemos este detalle tan importante: El verdadero Maestro interior es Jesucristo, porque el que siembra es nada, como también el que riega. Todo viene de Dios que es la fuente del crecimiento. Y es Él quien produce los frutos. Nosotros solamente somos sus instrumentos.

A nosotros, hoy, también nos acompaña el Papa con sus Encíclicas. Además, en los viajes que realiza por distintos países acompaña a las gentes que acuden y a los que desde los medios de comunicación nos enteramos de sus mensajes.

Nuestro Obispo nos guía y acompaña a través de sus Cartas pastorales. Y también nos guían y acompañan los sacerdotes a través de las homilías; a pequeños grupos, a través de la Catequesis; retiros espirituales, donde los haya; a nivel personal, etc.


Se trata de dejar que Dios se configure en nosotros. Que se pueda decir al ver nuestra forma cristiana de concebir la vida como se decía de los primeros cristianos: ‘MIRAD CÓMO SE AMAN’. La recompensa la tendremos cuando podamos fundirnos con Cristo en un intenso abrazo el día que finalice nuestro peregrinar por la tierra y alcancemos la Gloria de la Vida Eterna.

Les dejo con este pensamiento del Libro del Eclesiástico. Vale la pena y, además, me da la impresión que viene como anillo al dedo.

“Trata a un varón piadoso, de quien conoces que sigue los caminos del Señor, cuyo corazón es semejante al tuyo y te compadecerá si te ve caído. Y permanece firme en lo que resuelvas, porque ninguno será para ti más fiel que él. El alma de este hombre piadoso ve mejor las cosas que siete centinelas en lo alto de una atalaya. Y en todas ellas ora por ti al Altísimo, para que te dirija por la senda de la verdad”. Ecl. 37, 15-19.

Que Dos nos bendiga a todos.

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