‘Habéis pasado a ser soldados de Cristo, porque al recibir la Confirmación habéis besado la bandera de Cristo Resucitado. A partir de ahora debéis darlo a conocer con el ejemplo de vuestra propia vida’.
Estas palabras nos fueron dirigidas a todos los que recibimos la Confirmación aquel día inolvidable. Ya les digo que no son exactamente las mismas, pero a pesar de los años transcurridos recuerdo lo más importante, lo que más me impactó: su sentido y su contenido.
Con mis doce años me entusiasmé con ellas, aunque a medida que pasaron los años e iba profundizando en mi religiosidad, se iban quedando pequeñas, desfasadas, porque iba intuyendo en este Sacramento una profundidad mayor en su significado sacramental.
Pienso que no se puede (o no se debe) mirar este Sacramento (ni ninguno) solamente considerado por sí mismo, aisladamente, porque pienso que los Sacramentos, como signos de la presencia verdadera y actuación real del mismo Jesucristo a través de los mismos, debe verse en su conjunto.
Yo no sé si alguno de ustedes se ha planteado lo que supone este Sacramento. Su sentido profundo. Probablemente, sí. Su significado va enfocado a nuestra vida cristiana y desde ella, a nuestra vida social, profesional, familiar y a cuantos aspectos queramos, referidos a nuestras respectivas personas como caminantes en este mundo pasajero intentando seguir los caminos y rutas de Dios.
Cuando he leído en la prensa o visto por TV casos de noticias de misioneros/as perseguidos y muertos, pienso: ¿Por qué? ¿Para qué? Y esas personas, ¿cómo habrán afrontado esos momentos cruciales, duros y trágicos?
Desde mi punto de vista, y estoy convencido de ello, es el príncipe de las tinieblas que continúa luchando contra el Reino de Cristo. Se vale de algunas personas que están más de su parte (tal vez algunos inadvertidamente) que de la de Dios al olvidarse y prescindir de Él y lanzan infames campañas contra la Iglesia. Son los nuevos Nerones. Van a desprestigiar e intentar destruir la Iglesia, pero ‘Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella’. (Mt. 16, 16-18). ¿Les suena esto? Es una promesa firme de Jesús, tanto como esta otra: ‘ Yo estaré con vosotros hasta la consumación del mundo’. (Mt.28, 20). Y eso es Palabra de Dios.
En cuanto a la fortaleza de estos mártires de hoy así como la de los antaño, no la tienen solamente por ser religiosos/as o sacerdotes, ya que también hombres y mujeres laicos han ofrecido sus vidas en los nuevos coliseos de los siglos XX y XXI, solamente por hecho de manifestar su Fe en Dios y ser católicos. La fuerza de estos gigantes del cristianismo viene del Espíritu Santo que un día fue a ellos de una forma plena a través del Sacramento de la Confirmación.
Pedro y los Apóstoles fueron capaces de abandonar el cenáculo que acogía sus miedos y cobardías el día de Pentecostés al recibir la fuerza del mismo Espíritu que resucitó a Jesús de Nazaret, tal como nos lo relata el libro de los Hechos de los Apóstoles en su segundo capítulo, y que todos conocemos, según creo.
Y eso nos ocurre a cada uno al recibir este Sacramento. El Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad se hace presente en nuestro interior, habita en él, mora en él, nos colma con sus Dones y sus Frutos en ese nuevo Pentecostés personal para cada uno de nosotros. A partir de ahí somos algo nuevo para la Iglesia. Se está completando la lluvia de Gracias recibidas en el Bautismo. Es un nuevo caminar acompañados, igual que antes, por Dios, pero de una manera más consciente por nuestra parte.
Ese es el sentido que tiene la expresión de tener más madurez en nuestro cristianismo. Estamos fortalecidos en la Fe, la Esperanza y el Amor para ser testigos fieles de Jesucristo y continuadores de su obra como laicos o religiosos, pero cada uno con los carismas que el Espíritu le conceda y desde el lugar en el que esté, porque este Sacramento nos hace vivir y participar más plenamente del Sacerdocio, del Profetismo y de la Realeza de Cristo.
Como sacerdotes estamos viviendo desde la Eucaristía nuestra vida ofreciendo al Padre nuestro quehacer diario con todas nuestras alegrías, tristezas, dificultades, momentos de ocio, entretenimiento y sana alegría así como nuestros problemas de salud participando a través de nuestros dolores de la Pasión de Cristo, como dice San Pablo: ‘Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia’. ( Col. 1, 24). Es nuestro pequeño altar de la vida.
Como profetas sentimos la necesidad de proclamar la Palabra anunciando el Evangelio. ¿Recuerdan aquello de ‘Evangelizar no es gloria para mí, sino necesidad. ¡Ay de mí si no evangelizara!’ (I Cor. 9, 16)? Como profetas también denunciamos situaciones o injusticias que puedan morder la dignidad de personas en situaciones de pobreza u otras que menoscaben su dignidad de personas e hijos de Dios.
Como reyes, hemos de reinar, básicamente, sobre nuestro propio reino siendo señores de nosotros mismos, sabiendo controlar nuestros actos alejando de nosotros cuanto nos pueda alejar de la amistad con Jesucristo. ¿No ha habido ocasiones en las que hemos hablado más de la cuenta? ¿No hay personas que soltando la lengua mienten, calumnian o humillan a sus semejantes, por ejemplo? Veamos qué nos dice, en este sentido, el apóstol Santiago: ‘Si alguno no peca de palabra, es varón perfecto, capaz de gobernar con el freno todo su cuerpo’ (Sant. 2, 5) y esto otro ‘Así también la lengua, con ser un miembro pequeño, se atreve a grandes cosas. Ved que un poco de fuego basta para quemar un gran bosque. También la lengua es un fuego, un mundo de iniquidad. Colocada entre nuestros miembros, la lengua contamina todo el cuerpo, e inflamada por el infierno, inflama a su vez toda nuestra vida’. (Sant. 2, 5-6). Sabe poner un ejemplo muy claro para hacernos comprender la importancia de dominar nuestro ‘yo’ y saber convertirnos en servidores de Dios y de los demás.
Todo esto es una consecuencia de la acción del Espíritu en la Confirmación, aunque no debemos perder de vista que Dios cuenta con nuestra libertad para aceptarlo o rechazarlo. Fíjense lo que dice San Pedro en su primera carta: ‘Estad alerta y velad, que vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quién devorar, al cual resistiréis firmes en la fe considerando que los mismos padecimientos soportan vuestros hermanos dispersos por el mundo. Y el Dios de toda gracia, que os llamó en Cristo a su gloria eterna, después de un breve padecer os perfeccionará y afirmará, os fortalecerá y consolidará’. (I Pe. 8-10). ¿Es cierto o no lo es?
Las tinieblas siempre están al acecho para ver cómo nos pueden perjudicar presentando cosas y situaciones con la falacia de hacernos ver como buenos y convenientes hechos intrínsecamente malos y contrarios a la voluntad de Dios. Pero para eso tenemos un Padre que está dispuesto a dar la cara por cada uno de nosotros cuando acudimos a Él con absoluta confianza en su poder para vencer al maligno en cualquier situación y ayudarnos con sus Gracias actuales.
En la Sagrada Escritura no figura el momento exacto en que se instituyó la Confirmación, pero en los escritos de algunos profetas se puede ver una amplia difusión del Espíritu de Dios en los tiempos mesiánicos. Por ejemplo, dice Isaías: ‘Yavé será siempre tu pastor, y en el desierto hartará tu alma y dará vigor a tus huesos. Serás como huerto regado, como fuente de aguas vivas que no se agotan jamás’. (Is. 58, 11). Y Joel dice: ‘Después de esto derramaré mi espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, y vuestros ancianos tendrán sueños y vuestros mozos verán visiones’. (Jl. 2, 28). El insistente anuncio de Jesucristo de una nueva venida del Espíritu Santo para que completara su obra y la misma actuación de los Apóstoles, manifiestan la institución de un sacramento distinto al Bautismo.
Si echamos un vistazo al Nuevo Testamento veremos que en este sentido nos relata cómo los apóstoles, cumpliendo la voluntad de Jesús, imponían las manos, comunicando el Don del Espíritu Santo completando así la gracia del Bautismo. ‘Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran al Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían al Espíritu Santo’. (Hech. 8, 15-17; 19, 5-6).
El mismo Jesús, en la Última Cena dijo: 'Os conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros, pero si me voy, os lo enviaré’ (Jn. 16, 7). Y después de la Resurrección también les dijo: 'Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra’. (Act. 1, 8). Y cuando Pablo llega a Éfeso pregunta si han recibido el Espíritu Santo. Ni siquiera habían oído hablar de Él. El apóstol los bautiza, les impone las manos y reciben el Espíritu Santo. (Act. 19, 1-7).
Después de lo expuesto, tanto ahora como en ocasiones anteriores, me queda la inquietud de saber que hay mucho más para tratar en este tema, pero es que realmente existen libros, algunos muy buenos, donde se puede profundizar. Para mí lo que me queda claro es que Dios se manifiesta a través de los Sacramentos, se hace presente en cada uno de ellos y esto nos obliga a plantearnos que desde nuestras propias limitaciones humanas tenemos el recurso de acudir a Él en cualquier momento sabiendo que lo vamos a encontrar. No desesperemos jamás de su misericordia ni de su acogida, pero ¡cuidado! Tampoco pensemos que vamos a alcanzar el Reino sin ningún esfuerzo por nuestra parte.
Seremos testigos de Dios en tanto nos abramos a Él y lo manifestemos a través de la fuerza del Espíritu recibida en la Confirmación. Pero el pecado, como alejamiento de Dios, nos enturbia la capacidad de apertura a la Eternidad y nos aleja de ella. Y contra eso, como ya se ha visto, está la Reconciliación con el Padre a través del abrazo misericordioso de su perdón.
Seamos receptivos. Los Dones y los Frutos del Espíritu de Dios que se nos dan en el Sacramento de la Confirmación están a nuestra disposición precisamente por el cariño que Dios siente hacia cada uno de nosotros. ¿Los vamos a dejar escapar?
Les dejo con un par de citas que nos dicen algo más. Que Dios y Nuestra Señora de Luján nos bendigan.
‘Los laicos tienen el derecho y el deber de ser apóstoles en virtud de su misma unión con Cristo Cabeza. Insertos en el cuerpo místico de Cristo por el Bautismo y robustecidos mediante la Confirmación por la fuerza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Señor.’ (CONC. VATICANO II.-Decreto Apostolicam Actuositatem, 3)
‘Por el Sacramento de la Confirmación se da al hombre potestad espiritual para ciertas acciones sagradas distintas de las que ya recibió potestad en el Bautismo. Porque en el Bautismo recibe la potestad para realizar aquellas cosas que pertenecen a la propia salvación en el orden puramente individual; pero en la Confirmación recibe la potestad para realizar las cosas relativas a la lucha espiritual contra los enemigos de la fe. Como aparece claro en el caso de los Apóstoles, quienes, antes de recibir la plenitud del Espíritu Santo, estaban encerrados en cenáculo perseverantes en la oración, y cuando salieron de allí no se avergonzaron de confesar públicamente la fe, incluso contra los enemigos de la misma’. (SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica, 3, q. 72, a..5)
Unos sabios de Oriente lo adoraron (II).- 10-febrero-2019
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Ciertamente he tardado un poco en escribir la continuación de la
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