Allí le conocí. En la Casa de Ejercicios Espirituales ‘Regina Pacis’ se está desarrollando un Cursillo de Cristiandad para jóvenes con edades comprendidas entre los dieciocho y los veintitrés años.
Un joven sacerdote comienza la exposición de la charla de Sacramentos. Al principio hay atención y curiosidad. Unos pocos apenas prestan atención. A los veinte minutos aproximadamente ya no hay nadie que no esté pendiente de sus palabras. A la hora, el silencio, solamente roto por la voz del joven sacerdote se puede cortar con un cuchillo.
El mensaje va calando porque el prisma desde el que presenta los Sacramentos es totalmente nuevo y cercano. Profundo y sencillo. Conmovedor y exigente. El Espíritu va rasgando los corazones de todos para penetrar en la intimidad personal y, suavemente, darse a conocer a algunos para quienes era el Gran Desconocido. Los Sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía han destrozado falsas ideas preconcebidas. Muchos esquemas equivocados se han roto y Jesucristo se ha erigido en el gran Amigo y Hermano de todos. Tres horas de exposición han pasado como un soplo y la charla la hubiésemos estando oyendo y oyendo sin cesar, acaso hasta el amanecer del nuevo día. Nuevo día que llegó para el corazón de muchos de los asistentes.
Al finalizar, una cerrada ovación despidió al joven orador que se dirigía a la Capilla. Algunos asistentes al Cursillo, incluidas personas del Equipo, aún conservábamos en nuestros ojos algunas lágrimas de emoción. Fue una experiencia inolvidable.
Pasaron unos meses. Nuestro Obispo diocesano hizo públicos los nombramientos episcopales. A mi esposa le faltaba tiempo y aire y le sobraba emoción, para comunicarme que aquel joven sacerdote venía a nuestra ciudad como Vicario parroquial.
¿Qué quieren que les diga? Al principio fue un aturdimiento porque me parecía increíble semejante regalo, pero la realidad se impuso. Y una nueva etapa fue surgiendo a través de las diversas actividades parroquiales y diocesanas que fuimos viviendo y compartiendo, unas gozosas y alegres. Otras, tristes y dolorosas. Pero ahí quedaron nuevos Cursillos de Cristiandad, Cursillos Prematrimoniales, convivencias parroquiales en el campo e incluso el grupo de Oración que formamos un grupo de amigos, entre los cuales estaba él juntamente con sus benditos e inolvidables padres.
Después cada uno fuimos siguiendo nuestro camino. Él marchó a nuevos destinos pero la amistad surgida en momentos particularmente difíciles sigue en pie y también el afecto mutuo. Le visitamos alguna vez, especialmente cuando estuvo en el Seminario Mayor con un cargo. Hoy sigue ocupando algún que otro cargo diocesano.
¿Por qué les cuento todo esto? No lo sé, pero acaso haya Alguien que sí lo sepa. Hemos empezado la Cuaresma y, como todo tiempo fuerte y como preparación para vivir en su momento esos gloriosos días en que Jesucristo nos transformó a todos a través de su Pasión, Muerte y Resurrección, se intensifica nuestra oración, nuestras meditaciones suelen ser más profundas y la contemplación de los Misterios de la Redención nos hacen ver con nuevas perspectivas nuestros motivos de agradecimiento hacia Quien supo y quiso darlo todo por todos sin excepción.
Y algo así me ha ocurrido a mí. Cuando cogí un ejemplar de la publicación del Obispado ‘Noticias Diocesanas’, me tropecé con un artículo escrito y publicado por este amigo nuestro. Lo leí. Lo medité. Y me hizo mucho bien. Tanto que pensé en compartirlo con todos ustedes. Puesto al habla con él telefónicamente solicité su autorización y no hubo ningún problema. Pero antes requería una explicación del ‘por qué’ incluía en estas páginas un artículo ajeno.
Ese ha sido el motivo del preámbulo arriba expuesto. Tal vez algo largo, pero les puedo asegurar que aquellos recuerdos han servido para revivir esa vieja y entrañable amistad. Discúlpenme si he sido algo pesado
Ahora les dejo con el artículo que me ha hecho pensar y descubrir nuevos horizontes. Que el Dios Uno y Trino y Nuestra Señora de Chiquinquirá nos bendigan a todos.
“La mesa de Dios está en el portal de Lázaro”
Cuenta Jesús su historia: ‘Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y un pobre llamado Lázaro, que echado junto al portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico…’ (Lc. 16, 19-20). ¡Cuánta actualidad encierran estas palabras de Jesús! Cuentan las crónicas de hoy: eran unas pocas naciones del primer mundo y otras tantas con economías emergentes, bien vestidas y mejor alimentadas, disfrutando de los beneficios de la alta tecnología. En sus mesas no faltaba de nada, todo en abundancia.
Mientras tanto, junto a sus portales, yacen cubiertas de llagas y de todas las desgracias que acarrea la miseria decenas de naciones deseosas de las migajas que caen de la opulenta mesa del primer mundo… Son corruptos, dicen unos. Siempre están en guerra, dicen otros. Algunos hasta los miran con lástima. Los más lastimeros hasta hacen comidas para recaudar migajas. Y los más hipócritas, hablan mientras banquetean y brindan por el mejor y buen orden mundial, después vuelven a hablar y hacen hermosos manifiestos.
¡Curioso! Los de dentro, cada vez más informados con la tecnología globalizadora, no ignoran a los ‘lázaros’ de fuera. Hacen, incluso, prolijos análisis y sabiondas propuestas, que sólo son eso, propuestas. Mientras los ‘lázaros’ de fuera, crecen en número y desgracia.
¡Qué distinto es Dios! Él es rico en misericordia y en gloria. Nosotros, los ‘lázaros’, tendidos a la puerta del Infinito, limosnando una migaja de luz, una migaja de sentido, una migaja de plenitud. Él, rico de verdad; nosotros, pobres solemnes. Sabedor de nuestra miseria no nos da un análisis, ni una propuesta de intenciones, ni una migaja… Jesús no es una migaja. Es Dios encarnado, es Dios hecho ‘lázaro’, es el rico que se hizo pobre para darse por entero. Nos dio su Palabra y su Vida. Clavó sus brazos a nuestra miseria para tirar de ella con todo su poder y lanzarla contra un destino de triunfo. Jesús es Dios hecho pan, hecho mesa, hecho alimento para el ‘lázaro’ al que ama, al que sirve, por el que lucha. Dios no está en la mesa opulenta. Dios está en el portal y sólo cuando el hombre deje sus raquíticas palabras y ofrezca su vida al hermano, al estilo de Dios, sólo entonces, la tierra será una mesa y la Historia, un canto.
(Publicado en “Noticias Diocesanas”, año XIII, nº 288, del 7 al 20 de febrero de 2010)
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