domingo, 14 de marzo de 2010

Operarios de la mies

‘La mies es mucha, pero los obreros, pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies’ (Mt. 9, 37-38). Es una cita superconocida, pero es la que mejor hay para tratar el tema del sacerdocio. De ahí el título que figura en el encabezamiento.

He dejado adrede este Sacramento como el penúltimo de los siete porque nos estamos acercando a la Semana Santa y la institución del Orden Sacerdotal tiene una relación directísima con la misma, concretamente con el Jueves Santo, ya que ese día, en la Cena de despedida a sus amigos, Jesús echó el resto: Instituyó este Sacramento y el de la Locura de Amor de Dios: la Eucaristía. De éste, hablaremos más adelante.

El sentimiento de religiosidad de la persona humana ha estado presente desde los albores de la Humanidad. Incluso si lo miramos desde el punto de vista histórico, veremos que las distintas civilizaciones que han surgido en la Historia Universal han tenido una relación con sus dioses y han existido unos sacerdotes que se han encargado de encauzar la relaciones humanas con la divinidad: Asiria, Egipto, Grecia, Roma e incluso otras civilizaciones: los Incas, los Mayas, los Aztecas, los Olmecas, los Toltecas, los Anasazi, el conjunto de indios que poblaban América del Norte, así como otros Pueblos (Iberos, Galos, Germanos,…), todos admitían la existencia de un dios o de varios, según entendiesen la divinidad desde el monoteísmo o el politeísmo, y estaban convencidos que había que ofrecerle sacrificios a través de los sacerdotes,porque las personas, desde siempre, tenemos un sentido religioso.

Así nos encontramos, centrándonos ya en el tema, que en la Historia de Israel, Abraham, el primer Patriarca, ofrece sacrificios a Dios y Éste llega a pedirle que le ofrezca al hijo de la promesa. No estaban los sacerdotes todavía, pero con el paso de los siglos aparecerían.

En tiempos de Jesucristo ya había un Cuerpo de sacerdotes atendiendo el Templo de Jerusalén y el mismo Jesús tuvo, en un determinado momento, que clarificar la función de éste, pues aunque generalmente se tuviese claro lo que significaba el Templo, se iba distorsionando su sentido: ‘Entró Jesús en el templo de Dios y arrojó de allí a cuantos vendían y compraban en él, y derribó las mesas de los cambistas y los asientos de los vendedores de palomas, diciéndoles: Escrito está: “Mi casa será llamada casa de oración”, pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones’. (Mt. 21, 12-13).

Esta preámbulo acaso haya resultado algo extenso, pero he querido analizar que el sacerdocio instituido por Jesucristo no es una cosa rara o extraña. Pero quiso que el Sacerdocio de la Nueva Alianza tuviese una especial trascendencia: (‘Él nos capacitó como ministros de la Nueva Alianza, no de letra, sino de espíritu, que la letra mata, pero el espíritu da vida)’. (II Cor. 3, 6), dando poder a los Apóstoles de atar y desatar: ‘En verdad os digo, cuanto atareis en la tierra será atado en el cielo, y cuanto desatareis en la tierra será desatado en el cielo’. (Mt. 18, 18), y de consagrar el pan y el vino para que sean el Cuerpo y la Sangre del mismísimo Jesucristo: ‘Tomando el pan, dio gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: Este es mi Cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en memoria mía’. (Lc. 22, 19) y (I Cor. 11, 25 y ss.). Este gesto del Salvador se ha venido repitiendo hasta hoy a través de los sacerdotes de la Iglesia.



A la vista de todo lo expuesto, ¿tiene sentido en pleno siglo XXI que haya seminarios que formen sacerdotes y que éstos estén presentes en nuestra sociedad haciendo realidad los deseos de Jesucristo y sirviendo al pueblo como mediadores entre el Creador y nosotros? Personalmente, y a pesar de las corrientes modernistas de secularización social, de los intentos de ridiculizar la Iglesia e incluso de perseguirla, no tengo ninguna duda de su necesidad. Más aún. Pienso que son absolutamente necesarios para hacer presente a Dios entre nosotros a través de los distintos Sacramentos así como de la predicación de la Palabra y canalizando nuestra relación con el Absoluto.

Sin los sacerdotes la Iglesia no podría cumplir el mandato de Jesús: ‘Id, pues, y haced discípulos a todas los pueblos y bautizadlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’. (Mt. 28,19). Ellos son los que tienen el deber de asumir el servicio a los demás como objetivo de su ministerio representando a Cristo que es Cabeza de su Cuerpo místico.

Jeremías ya profetizó: ‘Pondré sobre ellas (las ovejas) pastores que las apacentarán; no temerán ni se amedrentarán, ni volverá a faltar ninguna’. (Jer. 23, 4). Ya nos hace ver la necesidad de tener santos y sabios sacerdotes que apacienten el Pueblo de Dios. Jesucristo aparecerá después diciendo: ‘Yo soy el Buen Pastor’. (Jn. 10, 11) y a Pedro le encomienda que apaciente sus corderos y sus ovejas. (Jn. 21, 15-17).

Y el sucesor de Pedro es el Papa. Así como los sucesores de los Apóstoles son los Obispos. Ellos tienen la plenitud del Sacerdocio. Los sacerdotes o presbíteros, cooperan con los Obispos a través de las Parroquias o de las funciones que se les encomiende: estudios superiores, atención a enfermos de hospitales, capellanes de religiosas, etc. Los diáconos también son ministros de la Iglesia y tienen funciones específicas como son el ministerio de la Palabra y el servicio del Altar. Aunque todavía no sean sacerdotes, pueden administrar el Sacramento del Bautismo y presidir el Sacramento del Matrimonio. Y también llevar el Viático a los enfermos.

Ignoro lo que se puede sentir cuando un joven siente las manos de su Obispo sobre su cabeza en el momento de su Ordenación Sacerdotal, por que es el Espíritu de Dios el que está actuando sobre él. Es tener el abrazo de Dios a través del sucesor de Juan, de Santiago, de Mateo y de los demás Apóstoles que recibieron ese encargo de Jesús de forma directa. Solamente sé mi impresión cuando me administró la Unción de los enfermos el Vicario de mi Parroquia en el momento de imponerme las manos. Inenarrable. Pero puedo decirles que me estremecí hasta la médula. ¡Cuánto más en el momento en que se deja de ser laico para ser un representante de Cristo, al que en adelante va a hacer presente en la Consagración de la Misa!

Parece que esté dando una clase de Religión, pero no es así. Simplemente estoy exponiendo una realidad que tenemos ahí y que a todos nos afecta por la necesidad que tenemos de ellos.

Pero viene un nuevo planteamiento. ¿Tenemos claro que en las familias se debe apoyar y encauzar el despertar de la vocación sacerdotal en los hijos? Es cierto que la vocación, la llamada, la hace el mismo Dios, pero los padres deben ser colaboradores con Él para que surjan muchos trabajadores en la mies. Es cierto que los laicos tenemos nuestro papel en la Iglesia, pero el rol del sacerdote es infinitamente mayor, porque ¿quién puede celebrar la Eucaristía en el altar haciendo presente a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre? ¿Conocen algún laico que pueda perdonar los pecados en nombre de Dios?

No hace tanto tiempo, cuando en las familias se vivía el temor de Dios, se educaba en valores, se deseaba que alguno de los hijos fuese sacerdote. Hoy no se le da la importancia que tiene y tanto el hedonismo como el materialismo parece que distraen a todos de la necesidad de fomentar las vocaciones sagradas.

Sí. Creo firmemente, desde mi propia experiencia, que son necesarios los sacerdotes. Más aún: imprescindibles. Si la vida nos la tomamos desde la indiferencia, la diversión o el materialismo, no lo veremos así. Pero si nuestra existencia la enfocamos desde el prisma de Dios, de lo absoluto, del enfoque a la Eternidad, haciendo del Creador el eje y centro de nuestra vida, indiscutiblemente el sacerdote nos ayudará a conseguir ese objetivo último de nuestra existencia. Nosotros seremos quienes tendremos que configurar nuestra existencia dentro de los planes de Dios, pero el sacerdote nos ayudará y orientará en el mejor de los caminos que debamos seguir si se presenta la duda.

No cerremos los caminos de Dios. Fomentemos las vocaciones desde nuestras posibilidades y desde nuestra oración. Y no olvidemos pedir a Dios por todos ellos, pues al ser hombres como nosotros también pueden caer como nosotros. Y levantarse. Y seguir luchando.

Y ya acabo, pero antes les dejo con esta ‘perla’ de Juan Pablo II y…quien tenga oídos para oír…

Los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado.

Los presbíteros son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor, proclaman con autoridad su Palabra; renuevan sus gestos de perdón y de ofrecimiento de la salvación, principalmente con el Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía; ejercen, hasta el don total de sí mismos, el cuidado amoroso del rebaño, al que congregan en la unidad y conducen al Padre por medio de Cristo en el Espíritu. En una palabra, los presbíteros existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor. (JUAN PABLO II. Exhortación Apostólica ‘Pastores dabo vobis’. 25-III-1992, n. 15).




Que la Santísima Trinidad y Nuestra Señora de Guadalupe nos bendigan.

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