Y se aprobó. La Cofradía del Santo Entierro celebraba su Asamblea anual y uno de los cofrades propuso adquirir una imagen de la Virgen para colocarla junto a la Cruz en la que está clavado su Hijo, el Cristo del Silencio, cuya imagen, propiedad de la Cofradía, procesiona el Jueves Santo en la Procesión del Silencio y en la del Viernes Santo..
San Juan dice en su Evangelio: ‘Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su Madre, María, la mujer de Cleofás, y María Magdalena’. (Jn.19,25). El verbo «estar», significa ‘estar de pie’, ‘estar erguido’, y el evangelista es posible que nos quiera presentar la dignidad de María, dentro de esos momentos difíciles, y su fortaleza, a pesar de su mortal dolor.
Posteriormente dice también: ‘Viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» (Jn, 19, 26-27). Estas palabras revelan los sentimientos de Cristo en su agonía ante su Madre a quien ve cercana y lejana a la vez. Y la entrega a su discípulo amado.
La maternidad universal de María, la «Mujer» de las bodas de Caná y del Calvario, recuerda a Eva, «madre de todos los vivientes» (Gn 3,20). Sin embargo, mientras ésta había contribuido al ingreso del pecado en el mundo, la nueva Eva, María, coopera en el acontecimiento salvífico de la Redención. Así, en la Virgen, la figura de la «mujer» queda rehabilitada y la maternidad asume la tarea de difundir entre los hombres la vida nueva en Cristo. (Catequesis de Juan Pablo II (23-IV-97)
Y esa fue la razón de ser de la propuesta. Al Paso le faltaba María, Madre de Jesús. Así se expuso esta idea, basada en el Evangelio y así lo aprobaron los Cofrades por abrumadora mayoría absoluta.
¿Por qué pongo esto? Me ha venido bien porque estos días de Cuaresma estoy profundizando sobre el papel de María en la Redención. Dios quería hacerse visible a la Humanidad y quería tener un rostro humano, para lo cual debía ser hombre sin dejar, obviamente, de ser Dios.
El punto de partida son los Planes de Dios. Si Él tenía previsto en ellos ese rescate de la Humanidad debía existir una mujer que llevase en su seno esa Criatura y la alumbrase. Y cuando consideró que era llegado el momento, envió a Gabriel como mensajero ‘a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen de nombre María’. (Lc. 1, 26-27).
Oído el anuncio de ser madre del Mesías, aceptó desde su fiat esa misión trascendental para ella y para todos nosotros con absoluta disponibilidad. A partir de ese instante, comenzaba su participación en la Redención del género humano. La misericordia de Dios que estaba esperando desde los tiempos del paraíso con Adán y Eva se hace concreción con la encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Desde este momento y en especial desde la Cruz, nosotros estaremos unidos a la divinidad y, además, como hijos adoptivos.
María es la criatura privilegiada que pone fin al Antiguo Testamento a la vez que abre las puertas del Nuevo Testamento, de la Nueva Alianza de Dios con la Humanidad. Y Dios incluye a María desde esa elección, para colaborar con sus Planes redentores junto a su Hijo y desde su Hijo. Ella es la persona que supo acoger en sí misma y con más perfección en la Historia de la Humanidad, esos Planes divinos. Más aún. Creo que podemos decir sin ningún temor al error, que solamente María, criatura como cualquiera de nosotros, es Madre de Dios y Madre del Redentor.
Y esa participación en los Planes divinos es una constante en su vida, ya que se hace presente en distintos momentos: la revelación del anciano Simeón en el templo de Jerusalén, la pérdida de Jesús a los doce años en ese mismo templo, a lo largo de la vida pública de su Hijo, culminando todo ello en los momentos angustiosos, dramáticos y cruciales del Calvario y la Cruz.
Fijémonos en esos instantes de la Cruz. Uno de los dolores más grandes que existen es el de unos padres que vean morir un hijo. Yo he sido testigo de esto en un matrimonio amigo que despidió por la mañana a su hijo cuando se fue al trabajo y unas horas después estaba muerto. Pero cuando la madre es viuda, parece, según dicen, que el dolor se multiplica en mucho. Ya no hay apoyos. Ya no hay caricias filiales. Solamente dolor, soledad, recuerdos,…
María era viuda cuando muere Jesús. Todo cuanto tenía pendía de aquel madero. ¿Qué sentiría María en esos instantes? ¿Cómo sería realmente su dolor? Pienso que por mucho que pensemos y meditemos este Misterio jamás podremos asomarnos a esa ventana de desesperación humana.
No sabemos, ni sabremos nunca, de dónde sacaría la Madre la fortaleza para resistir en esos momentos. La única explicación está en el Altísimo que no la abandonaría. El cariño de una madre dicen que es el más fuerte de la Creación y ahí se hizo presente en el ejemplo que la Virgen y Madre nos transmitió.
San Pablo nos dice: ‘Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia’ (Col. 1, 24). Y esto, ¿no se le puede aplicar a María que lo estuvo padeciendo de forma totalmente excepcional? ¿No es suficiente todo esto para ver muy claro que es nuestra Corredentora?
A María, nuestra Madre por expreso deseo de Jesús desde la Cruz, la miramos como el modelo perfecto a imitar en todos nuestros aconteceres y, mirándola a ella, alcanzar esa santidad que Dios desea de cada uno de nosotros. Desde nuestras propias cruces, las que cada día abrazamos cuando la aurora extiende su manto. Cada uno conoce la/s suya/s, pero no tengamos miedo. Ella siempre estará, como en Jerusalén, al pie de nuestra cruz.
Que Dios y Nuestra Señora de Coromoto nos bendigan.
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