Parece evidente que esta Obra de Misericordia está desfasada con los adelantos del siglo XXI que todos llevamos sobre nuestros hombros, pero a poco que nos detengamos a pensar en ello podemos ver que sigue teniendo una rabiosa actualidad, ya que si queremos que, además de los conocimientos clásicos que se imparten en las escuelas y Centros docentes, se promocionen unos valores y una ética mínimamente humanos y, por supuesto, cristianos, convendremos en que queda mucho por hacer. Y ahí todos tenemos algo (o mucho) que decir.
No se trata de ir dando lecciones de Matemáticas, Geografía o de la Lengua que cada uno tengamos. No. Me parece que no va por ahí la cosa, sino por algo mucho más trascendente.
En la vida de cada día siempre nos tropezamos con personas de las que podemos aprender muchas cosas y nosotros, como cristianos debemos ponernos en actitud de imitar a quien es nuestro Maestro indiscutible: Jesús de Nazaret. Él tuvo una existencia plena de enseñanzas que hoy podemos descubrir en el Evangelio. Y desde Él, impregnar nuestras actuaciones de cara a que se vaya descubriendo ese tipo de vida que cambió el curso de la Historia y fundamentó naciones y a sus habitantes con personalidades que, a su vez y mediante la vida que llevaron, transmitieron ese mensaje: Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Rosa de Lima, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y esa inmensa lista de santos que existe en la Historia de la Iglesia y de la que nosotros también formamos parte, si bien de una forma más modesta que esos personajes citados y otros como ellos.
El comienzo, la base, reside en los padres. A ellos corresponde inculcar los valores éticos, morales y religiosos que deben impregnar la vida de sus hijos con el fin de prepararlos para vivir en la sociedad como ciudadanos libres, con criterios propios y conceptos religiosos sólidos, dando una respuesta cristiana desde sus propias convicciones a la sociedad y a la Iglesia a la que pertenecen. Y esa labor dura toda la vida.
No se trata de ir dando lecciones de Matemáticas, Geografía o de la Lengua que cada uno tengamos. No. Me parece que no va por ahí la cosa, sino por algo mucho más trascendente.
En la vida de cada día siempre nos tropezamos con personas de las que podemos aprender muchas cosas y nosotros, como cristianos debemos ponernos en actitud de imitar a quien es nuestro Maestro indiscutible: Jesús de Nazaret. Él tuvo una existencia plena de enseñanzas que hoy podemos descubrir en el Evangelio. Y desde Él, impregnar nuestras actuaciones de cara a que se vaya descubriendo ese tipo de vida que cambió el curso de la Historia y fundamentó naciones y a sus habitantes con personalidades que, a su vez y mediante la vida que llevaron, transmitieron ese mensaje: Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Rosa de Lima, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y esa inmensa lista de santos que existe en la Historia de la Iglesia y de la que nosotros también formamos parte, si bien de una forma más modesta que esos personajes citados y otros como ellos.
El comienzo, la base, reside en los padres. A ellos corresponde inculcar los valores éticos, morales y religiosos que deben impregnar la vida de sus hijos con el fin de prepararlos para vivir en la sociedad como ciudadanos libres, con criterios propios y conceptos religiosos sólidos, dando una respuesta cristiana desde sus propias convicciones a la sociedad y a la Iglesia a la que pertenecen. Y esa labor dura toda la vida.
Una educación integral en cualquier persona debe tener cubiertos tres aspectos básicos: el humano, el intelectual y el religioso. Si falta alguno de esos elementos quedará incompleta. Y para nosotros, cristianos, la fe y el sentido religioso y trascendente de la vida debe estar en continua evolución y perfeccionamiento.
Debemos ponernos en situación de apertura permanente para que incluso nuestro autoaprendizaje esté canalizado por los medios que en cada momento se nos presenten. Después, ya lo iremos transmitiendo. Básicamente desde nuestro propio comportamiento social y religioso, porque a fin de cuentas, enseñar al que no sabe es un servicio a quienes nos rodean y la vida, insisto en que esté fundamentada en nuestro Salvador, debe tener un marco de servicio al prójimo. ‘Quien me ve a mí, ve al Padre’. (Jn 14,9).
‘Gratis lo recibisteis; dadlo gratis’ (Mateo 10, 8). Es lo mínimo que podemos hacer. Y, además, hacerlo con la suficiente humildad de no creernos maestros de nada ni de nadie y teniendo en cuenta que nosotros somos los primeros que podemos aprender de quien menos lo esperemos. Personalmente puedo decirles que de mis alumnos, de mis hijos y de los enfermos que he visitado, he aprendido muchas cosas. Y para eso es necesario que sepamos escuchar. Que abramos nuestros oídos y nuestro ser a todas aquellas cosas que nos permitan ser mejores personas, mejores cristianos, mejores ciudadanos,…
Acaso hoy sea más necesario que desarrollemos esta Obra de Misericordia, porque nos encontramos con un hedonismo social que impulsa a ‘tener’, más que el ‘ser’, se prima el derecho al aborto más que el deber sagrado de la vida asesinando esos niños indefensos en el vientre materno, se presenta el sexo como algo natural desde etapas tempranas en los niños y adolescentes dentro de las aberraciones más inauditas, la droga y el alcohol se presentan con unos parámetros de normalidad en la existencia realmente increíbles,… Y ante eso los cristianos no podemos cruzarnos de brazos. Siempre tendremos algo que decir aunque moleste, porque la omisión por nuestra parte no parece que sea lo más indicado.
Ante el hecho de la malformación de conciencias y de personalidades, como causa de bastantes problemas que tenemos a nuestro alrededor, debemos comportarnos intentando hacer lo que haría Jesús en cada momento y combatirse desde la fe y el compromiso. Y eso también es enseñar al que no sabe. Especialmente desde el ejemplo propio, nacido de una profunda comunicación con Dios a través de la oración. Porque para Él, ‘nada hay imposible’. (Lc.1, 37).
VIRGEN DE OCOTLÁN.-Joseph Mora .-1708-1725‘Gratis lo recibisteis; dadlo gratis’ (Mateo 10, 8). Es lo mínimo que podemos hacer. Y, además, hacerlo con la suficiente humildad de no creernos maestros de nada ni de nadie y teniendo en cuenta que nosotros somos los primeros que podemos aprender de quien menos lo esperemos. Personalmente puedo decirles que de mis alumnos, de mis hijos y de los enfermos que he visitado, he aprendido muchas cosas. Y para eso es necesario que sepamos escuchar. Que abramos nuestros oídos y nuestro ser a todas aquellas cosas que nos permitan ser mejores personas, mejores cristianos, mejores ciudadanos,…
Acaso hoy sea más necesario que desarrollemos esta Obra de Misericordia, porque nos encontramos con un hedonismo social que impulsa a ‘tener’, más que el ‘ser’, se prima el derecho al aborto más que el deber sagrado de la vida asesinando esos niños indefensos en el vientre materno, se presenta el sexo como algo natural desde etapas tempranas en los niños y adolescentes dentro de las aberraciones más inauditas, la droga y el alcohol se presentan con unos parámetros de normalidad en la existencia realmente increíbles,… Y ante eso los cristianos no podemos cruzarnos de brazos. Siempre tendremos algo que decir aunque moleste, porque la omisión por nuestra parte no parece que sea lo más indicado.
Ante el hecho de la malformación de conciencias y de personalidades, como causa de bastantes problemas que tenemos a nuestro alrededor, debemos comportarnos intentando hacer lo que haría Jesús en cada momento y combatirse desde la fe y el compromiso. Y eso también es enseñar al que no sabe. Especialmente desde el ejemplo propio, nacido de una profunda comunicación con Dios a través de la oración. Porque para Él, ‘nada hay imposible’. (Lc.1, 37).
Que la Santísima Trinidad y Nuestra Señora de de Ocotlán nos bendigan.
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