domingo, 22 de agosto de 2010

Obras de Misericordia (XI): Consolar al triste


Hay ocasiones en que las apariencias nos hacen ver las cosas muy sencillas. Tanto, que las pueden transformar en un simplismo tan agudo que nos desenfoque la auténtica visión de los problemas propios o ajenos.

Digo esto porque cuando se trata de ‘consolar al triste’, nos puede parecer algo muy fácil. Y hasta es posible que lo sea, pero la realidad puede ser muy distinta.

Según el grado de relación que podamos tener con una persona, la confianza, la intimidad, podremos llegar de una manera o de otra, pero siempre conociendo el terreno que pisamos, para procurar no herir más a esa persona en lugar de ayudarla.

La tristeza siempre ha estado y está presente en la vida de las personas. En el Antiguo Testamento ya aparecen unos consejos dirigidos a atender a quien pueda encontrarse en este estado: No abandones a los que lloran, aflígete con los afligidos. No rehuyas visitar a los enfermos, porque con ello te ganarás su afecto. En todo lo que hagas ten presente tu final, y así nunca pecarás’. (Eclo. 7, 34-36).
ORACIÓN DE JESÚS EN GETSEMANÍ.-Andrea Mantegna
El mismo Jesús la sintió en el momento de llegar a Getsemaní: ‘Tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan. Comenzó a sentir pavor y angustia y les dijo: Siento una tristeza mortal. Quedaos aquí y orad’. (Mc. 14, 33-34).

Es horrible estar atravesando momentos en la vida capaces de producir semejantes estados de ánimo. Y nadie es ajeno a los mismos, tanto si los padece en su propia carne como si los vemos a otras personas de nuestro alrededor, en cuyo caso no debemos permanecer ajenos, no solamente como cristianos, sino simplemente como humanos que debemos poner en juego nuestro sentido de la solidaridad con los que sufren.

Conozco el caso de una persona que sabe que la vida se le va. Le dieron un tiempo de tres meses pero ya lleva once ¿viviendo? No tiene fuerza física para nada. Va en silla de ruedas. Su esposa tiene, además de sus propias dolencias, un agotamiento físico y psíquico brutal.

Les hemos visitado varias veces procurando llevar algo de ánimo a sus vidas. Si bien es cierto que se consiguió que recuperase algo del sentido del humor que siempre ha tenido, no se consiguió mucho más.

Ahí nos encontramos con el límite de nuestras posibilidades humanas. Les propuse que les llevasen la Comunión a su casa, incluso la Unción. La negativa fue total. Solamente nos queda la fuerza de la oración y continuar con esa especie de ánimo, de apoyo humano, de que no se sientan solos,…y el resto (que es muchísimo más), ponerlo en manos de Dios. Como dice Santiago:Si alguno de vosotros sufre, que ore; si está alegre, que entone himnos’. (Sant. 5, 13).

Ya ven. No resulta sencillo, al menos para nosotros, pero no por eso se debe abandonar nada, porque el Padre puede actuar cuando quiera y a través de lo que crea mejor. Todos somos sus hijos y para todos desea lo mejor.

Les confieso que a nivel personal sentí una enorme satisfacción cuando este vecino y amigo, dentro de su estado, empezó a meterse conmigo gastándome bromas y sonriendo como podía. Bendito sea Dios.

Otra cosa diferente es cuando fallece una persona que conocemos y vamos a dar el pésame para mostrar nuestra solidaridad y afecto con el dolor que la familia siente ante esta separación terrena.

También es muy difícil. Decir una frase convencional como ‘te acompaño en tu dolor’ o ‘lo siento muchísimo’, podrá estar muy bien socialmente y para salir del paso, pero un cristiano no puede conformarse con eso sabiendo que existe un ‘más allá’.

En cierta ocasión, hace ya muchos años (alrededor de veinticinco), falleció el padre de una amiga nuestra, compañera de nuestro grupo de formación. Acudimos a darle el pésame y en el camino iba pensando en qué le diría, porque evidentemente no debía ser una frase de condolencia para salir del paso, ya que nuestro grado de amistad era fuerte.

Cuando llegamos me puse ante ella y le dije algo que me ‘salió’ en ese momento sin premeditación alguna: ‘Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá. ¿Crees esto?’ (Jn. 11, 25). Se le abrieron unos ojos como platos. ‘Sí, creo. ¡Claro que creo!’, me respondió. Yo añadí: ‘Pues según la misericordia de Dios, tu padre vive con Él’. A partir de ahí nos abrazamos y lloramos todos. Unas semanas después nos dijo que aquello la ayudó realmente en aquel trance. Y yo comencé a pensar en la imposibilidad de que aquellas palabras se me hubiesen ocurrido por mí mismo precisamente en ese momento. Alguien debió ponérmelas en la cabeza.

Actualmente tenemos, al menos en España, un enorme problema social: la crisis económica y la falta de trabajo. Desgraciadamente suele ser habitual que en las familias haya alguno o algunos de sus miembros en paro. Y también existen casos en los que absolutamente todos los miembros de la familia se han quedado sin trabajo, han agotado todos sus recursos y han tenido que recurrir a Cáritas para tener unos alimentos con los que poder vivir mínimamente.

¿Qué se puede hacer aquí? No lo sé. No dispongo de ‘recetas’, pero pienso que además de palabras de aliento y esperanza para que no se sientan solos en ese trance, nos debemos mover para ver si podemos encontrar alguna ocupación, aunque sea remunerada con poco, para ayudarles a sobrevivir. Les puedo asegurar que no es fácil, pero alguna vez sí que se encuentra algo.

Se trata de hacer nuestro lo que dice San Pablo: ‘¿Qué un miembro sufre? Todos los miembros sufren con él.¿Que un miembro es agasajado? Todos los miembros comparten su alegría’. (1 Cor. 12, 26).

Y así podríamos seguir hablando de personas con depresión o de las que conviven con alguien que la padece, que con el paso del tiempo podría transformarse en una losa y acabar con un abatimiento o un desánimo que les amarga y les hace difícil la vida.

¿Qué podemos hacer para paliar estas situaciones? Probablemente seguiremos tropezándonos con nuestras limitaciones personales, pero lo que no debemos ni podemos es permanecer pasivos. Deberemos procurarnos un asesoramiento que nos ayude a encontrar caminos de ayuda y soporte para esas personas.

Y en cualquier caso no podemos olvidarnos de esta definitiva recomendación de Jesús: ‘Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas. Porque mi yugo es suave y mi carga, ligera’. (Mt. 11, 28-30).

(Desde la finalización de esta ‘entrada’ del blog y su publicación han pasado apenas cuarenta y ocho horas. Ayer sábado, por la tarde, recibí la noticia del fallecimiento del vecino y amigo que les comentaba más arriba. Hoy domingo, se ha hecho el funeral en el tanatorio donde estaba. Ha sido un trago muy triste, especialmente cuando su viuda me ha dicho: ‘Ya no te podrá tomar el pelo ni gastarte bromas’. ¿Qué quieren que les diga? Solamente podemos rezar y ofrecer Eucaristías por él pidiendo al Padre que lo haya acogido en su Casa. Lo comprenden, ¿verdad?)

Que Dios Misericordioso y Nuestra Señora del Perpetuo Socorro nos bendigan abundantemente.

1 comentario:

Reporte de Turnos Automatización dijo...

Muy buena reflexión, gracias por compartirla.