lunes, 30 de marzo de 2009

LAS SIETE PALABRAS DE CRISTO EN LA CRUZ (II)

Tenemos la Semana Santa muy cerca. El próximo domingo ya es Domingo de Ramos y no debo esperar más tiempor para continuar con esta entrada. Comencemos.

Cuarta Palabra. Es el momento de la soledad de Cristo. Se ve solo a pesar de la gente que le rodea contemplando su sufrimiento y que no entiende nada de lo que realmente está ocurriendo allí. ¿Cómo lo va a entender si desde el odio solamente alcanzaban a ver que se lo quitaban de en medio? A la hora nona Jesús siente que la muerte se acerca. Y de nuevo alza su voz desde lo hondo de su Humanidad, con la oscuridad cubriendo la tierra: ‘¡Elí! ¡Elí! ¿Lama sabaktani?’ Que quiere decir: ‘¡Dios mío! ‘¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?’ (Mc. 15, 34)

Le han puesto a la altura de los delincuentes comunes. Un discípulo le ha traicionado y otro, su amigo, le ha negado. A excepción de los que le permanecen fieles al pie de la Cruz, todos le han abandonado. Tal vez por miedo. Acaso por vergüenza. Tal vez por esos sentimientos que nosotros mismos sentimos cuando no le confesamos ante los que nos rodean.

Y esa soledad duele. Y Jesús, como Hombre, siente el sabor amargo de la soledad. Por eso clama a Dios como cualquiera de nosotros hacemos cuando ante uno de los problemas que la vida nos trae nos sentimos solos y abandonados. Impotentes en todo. Es el pequeño sabor de nuestra propia cruz. Es nuestra identificación y solidaridad con el Dios que sufre y redime en su Cruz para nuestra salvación. Es la adhesión del Universo que se une a su Creador como en una nueva cosmogonía.

El grito de Jesús es acaso el recuerdo del versículo 2 del Salmo 22 (21) con el que tal vez hubiese orado en alguna de sus muchas noches de oración comunicativa con el Padre, que ahora se vuelve más oración que nunca y más desgarradora que nunca. El grito de Jesús, como el del profeta Jeremías (Jer. 14, 10-18), manifiesta sentir que ha llegado al límite de su resistencia humana.

El grito de Jesús es… una invitación a la contemplación de esa escena haciendo causa común con ese Varón de Dolores, conocedor de todos los quebrantos, como dice el Profeta Isaías en el Poema al Siervo de Yavé. (Is. 53, 1-12). Y es una invitación a la oración.

Quinta Palabra.- Nos muestra el desbordamiento del dolor y el sufrimiento de Cristo. La sed física lo está torturando. Sabiendo que todo llegaba a su fin y con lo cual se cumplían las escrituras, clamó: ‘Tengo sed’. Y le dieron a beber vinagre en una esponja sujeta a una caña. (Jn. 19, 28-29)

Nuevamente otro Salmo: ‘En mi sed me dieron a beber vinagre’. (Sal. 69 (68), 22). La Escritura continúa cumpliéndose a través de ese soldado romano. Meditando este momento, me vino a la cabeza una de las Obras de Misericordia: ‘Dar de beber al sediento’, no porque el soldado le diera de beber a Cristo, sino por la importancia que tiene para cada uno de nosotros ofrecer agua en un momento oportuno o aceptarla cuando nos la ofrecen. El mismo Jesús en su predicación lo dejó muy claro: ‘Quien de un vaso de agua a uno de estos pequeños por ser discípulo mío, os aseguro que no se quedará sin recompensa’ (Mt. 10, 42).

Personalmente no puedo dejar de pensar en los sentimientos de María que, como Madre, sentiría ante los sufrimientos del Hijo. Y el tormento de la sed no podía dejarla indiferente. ¿Recordaría las veces que había traído agua en sus cántaros para que su Hijo bebiera en sus años de niñez? No me cabe ninguna duda que el mismo Espíritu que la fecundó, le dio la Fortaleza necesaria para superar este amargo trago.

En el cuadro que ilustra esta Palabra aparece le Virgen de pie, lo mismo que en muchísimas otras obras de Arte que representan esta escena (aunque no en todas, ya que en algunas aparece desvanecida). A mí me transmite un ejemplo a seguir ante los problemas que nos rodean. Sin desfallecer, como Ella. Sin abandonar, como Ella. Sin negar al que traspasaron. Como Ella.


Sexta Palabra.- Después de haber probado el vinagre que le dieron con ánimo de calmar su sed, aun dentro de su tormento fue consciente de que su misión había llegado a su fin. Familia, apóstoles, amigos, … todo quedaba atrás. Como en un lamento hacia su propio interior, sabiendo que la voluntad de su Padre la había cumplido, exclamó: ‘Todo está cumplido’ (Jn. 19, 30).

Es el momento de la plenitud del cumplimiento de las Escrituras. Años atrás, al principio de su vida pública como nos cuenta San Lucas 4, 16-30, en la sinagoga de Nazaret leyó y explicó el sentido de las escrituras, concretamente de Isaías 61, versículo 1. Primero se maravillaron de su sabiduría, pero cuando empezó a hablar claro ya les sentó muy mal. Pero entonces, como en este terrible momento en la Cruz, ‘El Espíritu de Yavé descansaba en Él’.

Fue consecuente hasta el último hálito de vida que pudo tener. Y fiel a la gran Misión que el Padre le encomendó. Por eso ‘Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todos nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos’, como dice San Pablo. (Fil. 2, 8-11).

Y para nosotros, es el espejo que nos guía en este desierto de la vida que vivimos. ¡Ojalá nos ayude a que el Espíritu también esté sobre nosotros!

Séptima Palabra.- Es el fin, pero es el principio de todo. Es el momento en que la Historia de la Salvación alcanza su punto álgido. Ya no hay palabras para este momento. Sabe que aun dentro de las apariencias, el Padre está con Él. Y dando una gran voz, dijo: ‘¡Padre!. En tus manos encomiendo mi espíritu’. (Lc. 23, 46).

Estas palabras parece que tienen un antecedente y una situación distinta. Aún en el cenáculo, recién instituida la Eucaristía, Jesús ora al Padre diciéndole: ‘Ahora, Padre, glorifícame con aquella gloria que ya compartía contigo antes de que el mundo existiera’. (Jn. 17, 5). ¿No les parece?

Aquí Jesús ya no dice ‘Dios mío’, sino ‘Padre’. Es la intimidad divina del Hijo con Quien le ha enviado a plenificar la espera de tantos siglos y de tanta Historia. La Humanidad está redimida y la Iglesia fundada sobre la roca de Pedro. El Espíritu que se cernía sobre las aguas en la Creación, comienza a darse a conocer y a actuar más visiblemente. La frase va seguida del versículo 6 del Salmo 31 (30).

Entiendo que para nosotros es una invitación a no temer nuestra propia muerte.

Si Jesucristo se encomienda al Padre y a nosotros nos ha enseñado a llamarlo así, algo impensable para los israelitas contemporáneos suyos, ¿qué miedo podemos tener? La muerte es para mirarla de frente. No en vano San Francisco de Asís la llama ‘hermana muerte’. Se trata de vivir una vida coherente con nuestro bautismo y según el Evangelio, a pesar de los fallos o pecados que podamos tener. El perdón del Padre siempre estará junto a nosotros como hijos pródigos del siglo XXI. (Jesucristo ya instituyó el Sacramento de la Reconciliación para que obtuviésemos el perdón de Dios confiadamente por medio de un sacerdote)

Tanto Santa Teresa de Jesús como San Juan de la Cruz, nos dicen en un poema : escrito por ellos con leves diferencias: ‘Vivo sin vivir en mí. Y tan alta dicha espero, que muero porque no muero’. Tal vez vieron claro que el auténtico futuro está en el Reino que Dimas pidió a Jesús.

Amigos. Estas Siete Palabras son Evangelio puro y duro. Son Buena Nueva encaminada al triunfo del Crucificado: la Resurrección. Esa es nuestra propia razón de ser como cristianos, porque si no, como dice San Pablo,: '…y si Cristo no ha resucitado, tanto mi anuncio como vuestra fe carecen de sentido’. (I Cor. 15, 14).

Ahora…se pueden decir muchas cosas más.
Ahora…se pueden interiorizar o exteriorizar muchas cosas más.
Ahora…se pueden llevar a la vida muchas cosas más.
Ahora…la iniciativa es de todos y cada uno de ustedes y mía propia.

Cada cristiano siempre debe tener una capacidad de riesgo y de liderazgo.

Pero el sacrificio de Jesucristo no nos puede dejar indiferentes. Arriesguémonos por Él, con Él y en Él. Que Él nos bendiga a todos.

2 comentarios:

colectiu dijo...

Impactante nos ha parecido la imagen de Cristo cuando encomienda su Ser al Padre. Aunque hay otras opiniones entre nosotros, esa imagen y palabras son las que se llevan nuestra mirada.
Pedimos a Dios nos conceda, cuando llegue nuestra hora, que podamos exclamar, igual que Cristo, que todo lo que se esperaba de nosotros, lo hayamos cumplido. Y que perdone nuestras limitaciones y faltas de caridad.

Bien, Sr. Maset.

El tío Maset dijo...

La imagen de Cristo, en ese momento culminante, impacta, ciertamente. Por eso es un motivo de especial meditación y contemplación. Es el instante, nada menos, que volver a tener el trao de amistad y de Gracia con Dios. Por eso precisamente los cristianos no debemos temer la muerte. Es el parto a la Nueva y definitiva Vida.
Será el momento de que Dios nos muestre los beneficios que Él ha obtenido a través de nuestra entrega y disponibilidad para cumplir Sus planes y Sus pensamientos. Y en generosidad, nadie gana a La Santísima Trinidad.
Un abrazo a Colectiu.