domingo, 3 de mayo de 2009

La Gracia (III)

Estábamos situados en la actuación de Dios con la Humanidad. Manda a su Hijo que nos transmite los proyectos divinos en relación a nosotros, que unas cuantas personas se preocupan de ir recogiendo a través de los años, les van dando forma y surgen los Evangelios. (Esto se escribe muy pronto, pero transcurrieron varios años para ver estos Libros tal como los conocemos hoy. Acaso toque este tema en alguna ocasión)

Pero surge un problema.: Ese Jesús visible, vuelve a ser invisible al morir en la Cruz y volver junto a su Padre. Es la gran desolación de sus seguidores y de cuantos lo conocen y lo siguen.

Y entonces viene el otro GRAN ACONTECIMIENTO de toda la Historia de la Humanidad: El Emmanuel, el Dios-con-nosotros, o sea, toda la fuerza y la presencia de Dios que se había hecho visible, toma otra forma y empieza a sentir la necesidad de encontrar una nueva forma de continuar su presencia entre nosotros.

De alguna manera Dios quiere volver a encarnarse, quiere volver a nacer, porque necesita ir ampliando más y más su presencia en el corazón humano y concretamente ahora esa nueva encarnación, esa nueva forma de Dios, va a ser cada hombre y cada mujer que viva en el tiempo y en la historia. Vamos a ser todos y cada uno de nosotros porque somos los nuevos destinatarios de la Vida de Dios a partir de la Resurrección.

Cristo Resucitado y Kyrios de la Creación, es el que vive en el hombre de hoy por el poder y la fuerza del Espíritu, el mismo Espíritu que alienta y da vida a esa macroencarnación cristológica que es la Iglesia.

Esa forma de encarnación de la Vida de Dios, de la fuerza de Dios, del Reino divino en definitiva, es el SACRAMENTO. Dios invisible vuelve a hacerse visible a través de unos gestos, de unos signos que son los Sacramentos que nos comunican el Ser Total de Dios a cada uno de nosotros.

En ellos vemos que el Dios que nos ama, que nos perdona, que nos crea y nos re-crea… es fiel con nosotros, es Amor hasta la infinitud y la eternidad. De hecho es la Vida de la Trinidad entera lo que nos quiere dar. Y eso es lo que se nos comunica en cada Sacramento. ESO ES LO QUE LLAMAMOS LA GRACIA.

Pero vamos a ahondar un poco más.

Estando Dios entero en todos y cada uno de nosotros porque quiere, supone que todos los cristianos estamos participando de lo mismo: de la Vida de Dios. Estamos siendo TEMPLOS DE DIOS, como dice San Pablo: “¿Es que no sabéis que sois Templo de Dios y que Dios habita en vosotros?” (I Cor. 3,16). Y para perfeccionar su obra, nos junta a todos en esa magna obra suya que es LA IGLESIA.

Ella forma el corazón, la piel y los huesos de ese Cuerpo místico de Cristo y está escondiendo en su interior el alma de ese cuerpo que es la misma encarnación de Jesús en un nuevo tiempo y en una nueva Historia. Así podemos entender mejor la frase de Jesús : “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo”.(Mt. 28, 20) “ ... y “Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré yo mi iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.(Mt.16, 18)

Totalmente lo contrario, aparentemente, de lo que estamos viendo diariamente en nuestra sociedad sólo con mirar los telediarios y las noticias de la prensa escrita.



Porque la Iglesia no son cuatro paredes a las que vamos a rezar solamente, sino ese gran complejo formado por todos los cristianos que creemos en Dios y que tenemos la fuerza de su Espíritu. Por eso decimos que la IGLESIA SOMOS TODOS LOS BAUTIZADOS.

Y por eso también, los destinatarios de esa nueva encarnación de Jesús somos todos los hombres y mujeres bautizados. A nosotros va a parar toda la fuerza de ese Dios enorme y creador.

A través de la figura de Jesús de Nazaret, resucitado, glorioso y con toda su ilusión y esperanza puesta en todas las personas del siglo XXI y de todos los tiempos, a quienes, como personas libres, nos deja la iniciativa para llevar adelante sus planes y nos hace partícipes en su proyecto creador y salvador.

Y Dios actúa, libera, crea y se derrama en la Humanidad, haciéndose signo, encarnación y Sacramento, que es lo más grande de todo.

Y eso tan grande es excesivo para nuestra imaginación, para nuestra finitud, para nuestro corazón humano, porque dentro de la pequeñez humana, de la pobreza del hombre siempre rodeado de incertidumbres y problemas, el SER total de Dios, profundo, eterno, poderoso, creador y liberador, se entrega y se derrama absolutamente en el interior de su criatura preferida, el Hombre que es su HIJO, porque se niega a perder algo que le ha costado un precio muy alto: la muerte en cruz de su HIJO JESUCRISTO.

Y eso solamente es comprensible desde la perspectiva del Amor y de la Fe. Eso es lo que supone LA GRACIA: la profundidad de la Vida de Dios enraizada en lo más íntimo de nuestro propio ser.

Somos templo de la Santísima Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están haciendo morada en nuestro interior: “Si alguien me ama guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”. (Jn. 14, 23). Y apenas nos damos cuenta de lo que eso significa.

Es el Espíritu de Dios que llevamos dentro el que nos hace gritarle a Dios “¡ABBÁ!”, papá querido que estás dentro de nosotros y que permites que estemos enamorados de Ti como unos locos, con esa locura que Tú nos contagias con tu apasionamiento por nosotros.

Si eso lo tenemos claro, no tenemos más remedio que ser también los heraldos de Dios, gritando en cualquier parte su locura por la Humanidad y por cada uno de nosotros en concreto, porque la Eternidad ha tomado forma y vida en nuestra persona. Ese es el gran misterio. El de la realidad de Dios en nuestra existencia que sigue creando, salvando, a través de nosotros, aunque seamos pequeños, limitados, pecadores, pero sabiendo que Dios está en nosotros, que cuenta con nosotros y que nos transforma
- en sus brazos para abrazar y para sostener a cuantos nos necesiten,
- en sus piernas para seguir caminando por nuestros caminos pedregosos o llevándonos en sus manos cuando el desaliento de la vida nos muerde,
- en su propio corazón para seguir amando a cuantos nos rodean,
- en sus ojos para seguir mirando con ternura,
- en criaturas de una nueva creación surgida de su Resurrección para hacer realidad a través de nosotros sus planes y sus pensamientos.

1 comentario:

euterpe dijo...

Pues sí, señor Maset. SOMOS TEMPLOS DEL ESPÍRITU SANTO. Lo escribo en mayúsculas porque -al menos para mí- la totalidad de esta realidad se escapa de la imaginación. Es un don, y como tal, inmerecido (no hemos hecho nada para ganarlo); pero también poco comprendido y aún menos valorado.
Sin embargo, el tomar conciencia de este don lleva a mejorar la estima propia y ajena, disminuyendo las cotas de autodesprecio a que nos sometemos la mayoría de las personas (por cierto, el autodesprecio es uno de los peores enemigos de la santidad, según dijo una vez un sacerdote).
Como consecuencia, también valoraríamos de otro modo a nuestros semejantes y mejorarían nuestras relaciones interpersonales y sociales.
Imagine a miles de personas tomando conciencia de este inmenso regalo, dejando que cambie su vida y su entorno...
Animo desde este foro a dar las gracias a Dios por el maravilloso modo en que nos ha hecho, por el don de Su gracia y por ser templos vivos del Espíritu Santo.
Un abrazo a usted y a todas las personas que siguen su interesante blog. No se canse.