domingo, 4 de abril de 2010

La Muerte no pudo con Él


Pero si es que tenía que hacerlo así. Era su triunfo total y absoluto. Lo había dicho muchas veces a sus discípulos y amigos: ‘Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para sufrir mucho de parte de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y al tercer día resucitar’. (Mt. 16, 21). Mateo recoge aquí el primer anuncio de la Pasión, y también en (Mt. 17, 22-23) y (Mt. 20, 19) recoge la segunda y tercera vez que lo dijo.

Incluso cuando después de la Última Cena se dirigen a Getsemaní, les dice Jesús: ‘Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche, porque escrito está: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas de la manada. Pero después de resucitado os precederé a Galilea’. (Mt. 26, 31-32). Pero aquello que Jesús quería transmitirles no alcanzaban a comprenderlo. Acaso no era todavía el momento. En cualquier caso, es posible que lo tomaran desde un punto de vista muy superficial o lejano, pero no en su verdadera magnitud.

No obstante, cuando María Magdalena y la otra María van a la tumba de Jesús, se encuentran con el ángel que les dice: ‘Sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí. Ha resucitado según había dicho’. (Mt. 28, 2-7). San Lucas también recoge este momento, con otras palabras, en Lc. 24, 1-12.

Y el mismo Jesús no pierde la ocasión de dirigirse nuevamente a sus amigos después de resucitado y les hace ver cuanto les dijo cuando aún estaba con ellos: ‘Esto es lo que yo os decía estando aún con vosotros: que era preciso que se cumpliera cuanto está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos de mí. Entonces les abrió la inteligencia para que entendieran las Escrituras, y les dijo: Que así estaba escrito que el Mesías padeciese y al tercer día resucitase entre los muertos…’. (Lc. 24, 44-48). ¡No está mal como recordatorio! ¿Verdad?

La Resurrección es el mayor acontecimiento de la Humanidad: Nada menos que un hombre, que sin perder su divinidad, es capaz de vencer la muerte y una muerte de cruz, como nos diría San Pablo posteriormente, y reconciliarnos a todos con el Padre. Genial. Magnífico. Pero cualquier calificativo se queda corto e inadecuado para describir esta increíble gesta divina y humana.



Todas las confabulaciones que se forjaron en el Templo y el Sanedrín, a través de los personajes que creyeron haber triunfado, se vinieron abajo como castillo de naipes construido por manos infantiles. La madrugada de aquel sábado se volvió contra ellos. En vano quisieron acallar las voces de los centinelas del sepulcro. Fue inútil. Ni el dinero con el que sobornaron a los guardias sirvió para nada. (Mt. 28, 11-15). Sus amigos y el Espíritu de Dios se encargaron de ello.

La resurrección del Cristo despojado de sus vestiduras y pobre de solemnidad en el Gólgota, venció desde el Amor y el Perdón a sus propios verdugos. Y la Resurrección supone para nosotros los cristianos y para todas las personas de buena voluntad, el triunfo de la esperanza, de nuestra esperanza personal. La Resurrección de Cristo es una invitación formal a cada uno de nosotros a vencer la muerte del pecado y resucitar con Él nuestro último día. La Resurrección de Cristo supone sabernos inmersos en la fuerza del Espíritu y sentirnos llamados a la Evangelización haciendo presente el Reino de Dios en el mundo a través de nuestra insignificancia y nuestra nada. Es encontrarnos con el Resucitado en cada esquina a través de nuestros semejantes y tener la certeza de que desde la diestra del Padre nos hace un guiño de complicidad para acompañarle en su misión que se perpetúa en cada uno de nosotros con la asistencia de su Espíritu.

Porque si creemos en la Resurrección de nuestro Maestro, Salvador y Redentor, nuestras luchas en la cotidianidad del día a día en nuestro trabajo, en nuestra familia, en nuestra Comunidad, nos llevará a seguir el camino de esa Victoria final que todos anhelamos. Será el triunfo del Amor de Dios en cada uno de nosotros. Será el primer gran paso a la resurrección de todas las personas de este bendito mundo, ya sin egoísmos, envidias, celos ni nada que nos impida seguir las sendas que Dios nos marca, porque la muerte, no es el final, sino el principio de la Vida con un destino común: el Corazón del Padre.

Porque todos estamos llamados a participar de la Resurrección de Jesús el día de nuestra propia resurrección. ‘Creo en la resurrección de la carne y en la Vida Eterna’, dice el Credo. Y San Pablo también nos dice: ‘Y si Cristo no ha resucitado, tanto mi anuncio como vuestra fe carecen de sentido’ (I Cor. 15, 14). Continúa más adelante: "Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo" (I Cor. 15, 21-22). Y de esas expresiones paulinas me parece que todos estamos de acuerdo con ellas.

Oiga. ¿Y cómo será nuestro cuerpo resucitado? Pues mire usted. Ni lo sé ni me interesa, porque me fío totalmente de Dios. Siguiendo a San Pablo, nos transmite algo muy interesante: ‘Según escrito está, “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman”. (I Cor. 2, 9). Por lo tanto, si nos fiamos de Él ahora con nuestras limitaciones, ¿no nos vamos a fiar de Él en ese momento? ¡Pues claro que sí! Personalmente les digo que luego ya no quiero un cuerpo defectuoso, dolorido, con limitaciones,… Quiero un cuerpo como Dios me lo quiera dar en su Reino que, desde luego, habrá superado todos los límites de este mundo y reviente en adoración perfecta al Creador. Y para siempre. Será hermoso ese momento para cada uno de nosotros, como lo fue para Dimas.

Pero antes de terminar no resisto la tentación de tocar un tema que me gusta y me conmueve. Me refiero al “otro” encuentro de Jesús con su Madre. ¿Jesús Resucitado se apareció a su Madre? Nunca me había planteado esa posibilidad y esa furtiva mirada introspectiva la repetí varias veces. Y ya me movió la curiosidad. No recordaba haber leído nada en los Evangelios en ese sentido. Y nada encontré, como habrán podido suponer.

Y sin embargo pensé que me quedaba un camino: pensar, razonar, meditar, orar,… Si Jesús se apareció a otras mujeres, (Mt. 28, 1-10) ; (Mc. 16, 9-10) ; (Jn. 20, 11-18) ¿no iba a aparecerse a su Madre? Si Jesús la quería con locura. Si Jesús la había visto sufrir hasta el desgarramiento íntimo en la Vía Dolorosa. Si Jesús se había visto incapaz da consolarla, de acariciarla, de tantas cosas como un hijo haría con su madre porque sabía que estaba siendo el intérprete de la voluntad de su Padre para redimir la Humanidad, ¿dejaría de ir a buscarla y abrazarse a ella como un loco, con su cuerpo resucitado y glorioso y que su Madre comprendiera ya la realidad de la Misión de su Hijo y el papel que Ella había tenido en la Redención con aquel FIAT ya lejano? ¿Cómo sería el abrazo desesperadamente gozoso, increíblemente alegre, infinitamente feliz, con el que se agarraría a su Jesús, sin apenas creer humanamente lo que estaba viendo y viviendo? ¿Con qué dulzura y cariño le hablaría Jesús transmitiéndole esa paz que solamente Él puede dar?

Ya sé que es dejar volar la imaginación, pero ¿realmente piensan que es una barbaridad llegar a las conclusiones a las que personalmente llegué? Mi fe de cristiano viejo no rechaza esta posibilidad. Al contrario. Me aporta paz, alegría y cercanía de Jesucristo y de su Madre en mi caminar hacia Ellos.

Hoy, en esta alegría de la Pascua, los cristianos saboreamos el triunfo del Resucitado. Hoy que nuestras gargantas enronquecen con el canto del Aleluya, les invito a la meditación gozosa de este Acontecimiento que ha transformado nuestras vidas dándonos una razón de ser y existir en todos nuestros ambientes y con todos los que nos rodean.

Adelante, pues. Dentro de un año volveremos a revivir estos instantes, pero ahora unámonos a Jesús como María estuvo siempre unida a Él. Pero en estos instantes, más que nunca.

A todos ustedes les envío nuestra sincera felicitación Pascual. Que la bendición de Cristo Resucitado y de Nuestra Señora de la Alegría nos acompañen siempre.

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