domingo, 30 de mayo de 2010

El Padre Nuestro (III)

Estoy convencido que continua siendo responsabilidad del padre de familia llevar a su casa lo necesario para el sustento y alimentación ordinaria de todos los componentes de la misma. Lo que ocurre es que en estos tiempos lo mismo lo lleva el padre, que la madre. O los dos. Y eso está muy bien. Yo me he planteado si cuando Jesús llegó a esta petición estaría recordando los trabajos y esfuerzos de San José para mantener físicamente esa Familia. Acaso el mismo Jesús, cuando José murió, tuvo que tomar las riendas del trabajo en la carpintería para sustentar a su Madre hasta que comenzó su vida pública.

Sagrada Familia.-Autor: Jonh Rogers Herbert

De cualquier forma y sea como fuere, lo que está claro es que esta oración va dirigida a su Padre que está en el Cielo y desde la propia experiencia que como Hijo tuvo con el Padre a través de la oración comunicativa con Él, desea que se lo pidamos.

‘Danos hoy nuestro pan de cada día’. Es cierto que Jesús dijo en cierta ocasión: ‘No os inquietéis por vuestra vida, sobre qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, sobre qué os vestiréis. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad como las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?’ (Mt. 6, 25-26). En definitiva, lo que nos está transmitiendo es que potenciemos la fe en la Providencia del Padre sobre todos nosotros. Pero como dice el refrán, ‘a Dios rogando y con el mazo, dando’. No hemos de esperar que nos solucionen los problemas. Debemos procurar poner los medios para conseguirlo con nuestro trabajo. Y si se tuviera la desgracia de no tenerlo, la Providencia llevaría a través de Cáritas o de otros medios, lo que necesitemos.

Pero hay más. Me parece que todos tendremos claro que a Dios hemos de pedirle todo cuanto necesitamos, si bien Él sabe lo que realmente es necesario y nos conviene a cada uno, pero ¿tenemos claro que también hemos de pedirle luz para conocer a quién debemos ayudar y procurarle ese pan que pedimos para nosotros si otros carecen de él? ¿Hemos pensado que podemos ser instrumentos de los que nuestro Padre se vale para que los necesitados puedan cubrir sus necesidades mínimas o básicas? El Libro de los Proverbios es muy explícito: ‘No me des ni pobreza ni riqueza; dame sólo el alimento necesario’. (Prov. 30, 8),

Están corriendo tiempos en los que todos somos necesarios para todos y la solidaridad mutua debe estar a flor de piel, a flor de pensamiento, a flor de caridad,… Cada vez hay más necesidad para muchas familias y aunque Cáritas se esté empleando a tope no llega a todas partes. Incluso en España se están viendo casos realmente sangrantes. Y lo mismo en todo el mundo. Verdaderamente no podremos llegar a todos los rincones ni tampoco a todos los necesitados, pero a aquellos que estén a nuestro alrededor y podamos hacer algo por ellos, no nos podemos esconder. Isaías, cuando nos habla del tipo de ayuno que quiere el Señor, nos dice ‘que compartas tu pan con el hambriento’. (Is. 58, 7). Y por la cuenta que nos tiene, procuremos no ponernos en situación de oír la voz de Dios diciéndonos: ‘¿Dónde está tu hermano?’ (Gén. 4, 9). Y no podríamos responderle con ‘No lo sé. ¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?, porque con el Creador no se juega y acaso podríamos escuchar algo que no nos gustaría.

Y todavía un poco más. Bueno. En realidad, es un ‘mucho más’. ¿Dónde está nuestra dimensión religiosa, propia de los seres humanos? ‘Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y, sin embargo, murieron. Este es el pan del cielo, y ha bajado para que quien lo coma, no muera’. (Jn. 6, 48-50). Casi no sería necesario aclarar que esto lo dijo Jesucristo, pero es que no se acaba ahí. Sigue diciendo: ‘Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo’. (Jn. 6, 51). Y particularmente revelador por lo que significa de entrañable y sublime para nosotros, son las palabras de la Consagración de la Misa: ‘El cual, el día antes de su Pasión, tomó el pan en sus santas y venerables manos y, levantando los ojos al cielo, a Ti, Dios Padre Omnipotente, dándote gracias, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y comed todos de él, porque ESTO ES MI CUERPO’.




¿Dejaremos de pedirle que nos de ese Pan que nos catapulte a la Vida Eterna? Pues no. Radicalmente, no. Cuando rezamos el Padre Nuestro y llegamos a esta petición, el Pan Eucarístico debe tener una prioridad íntima para cada uno de nosotros. Es nuestra auténtica fortaleza para nuestra vida religiosa y espiritual. Acaso sea la unión más profunda que tengamos con el mismo Dios porque viene a hacer morada en nosotros, a visitarnos, a tener un coloquio personal, a transformarnos en templos vivos de la Divinidad. Ante eso, ¿qué podremos decir o argumentar, sino callar y adorar?

Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden. Una nueva petición al Padre que tampoco tiene desperdicio alguno. Aquí vemos claramente dos partes diferenciadas y complementarias. Y cuando Jesús nos enseñó a rezarlo así, a hacer de este modo la petición, sería por algo. Veamos.

En la primera parte de esta demanda parece claro que nos dirigimos al Padre con la misma actitud del hijo pródigo. Porque ‘Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos y la verdad no estaría con nosotros). (1Jn. 1, 8). Reconocemos nuestros errores y pecados, y pedimos su perdón, porque tomamos conciencia de que su actitud paternal hacia nosotros no merece la respuesta fallida que le estamos dando y es necesario un cambio de rumbo en nuestro comportamiento con Él. Y nuestra esperanza radica en obtenerlo. El mensaje que Jesús transmite a lo largo de su vida es precisamente que Dios nos perdona, nos admite hasta el extremo de que Jesús va a buscar a los que llevan una vida equivocada. Se junta y habla con ellos. Les infunde esperanza en un futuro mejor y más luminoso, aunque cargado de dificultades. Siempre está esperando nuestra vuelta a Él. Hasta ‘setenta veces siete’, porque ‘no necesitan médico los sanos, sino los enfermos’. (Mc. 2,17).

‘Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa’. (Sal. 51(50), 3).Y cuando sentimos el calor de la acogida y del perdón, cuando nos llenamos del abrazo de Dios, también nos llenamos de agradecimiento hacia ese Dios ‘que no quiere la muerte del pecador, sino su conversión’ (Ez. 33, 11). , y siempre está propiciando ocasiones y oportunidades para nuestra vuelta a Él.

Pero todas estas maravillas tienen una condición que Jesús explicita cuando enseña a orar a sus discípulos: como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden. Todo está supeditado a nuestro perdón hacia quien nos está fastidiando, ofendiendo o creándonos problemas. ‘Porque si vosotros perdonáis a otros sus faltas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial’. (Mt. 6, 14). Dios perdona. Dios quiere perdonar. Pero Dios también quiere que en lo que a nosotros respecta, le imitemos en el perdón que le pedimos para nosotros. Quiere que esa vivencia del perdón divino que podamos sentir nos impulse a acoger a los demás sin exclusiones ni condiciones.

Especialmente ilustrativo es el ejemplo que Jesús pone en la parábola del siervo que debía mucho a su señor y éste le perdonó la deuda. Pero cuando ve a uno de sus compañeros que le debía muy poco no le quiso perdonar. La respuesta del señor no tardó en llegar: ‘Mal siervo. Te condoné yo toda tu deuda porque me lo suplicaste. ¿No era de ley que tuvieses piedad de tu compañero, como la tuve yo de ti? E irritado, le entregó a los torturadores hasta que pagase toda su deuda. Así hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonare cada uno a su hermano de todo corazón’. (Mt. 18, 23-35).

Y aquí voy a tocar un tema algo espinoso pero que personalmente tengo claro y que las veces que lo he consultado con quienes sabían más que yo, me han mostrado que no iba descaminado. El hecho de que yo perdone a quien me haya hecho algún daño, ¿implica el olvido? ¿Necesariamente cuando perdono tengo que ‘olvidar’ la ofensa que me han hecho? Bueno. Verán ustedes. Si yo ‘perdono pero no olvido’ en el sentido de recordar los hechos para devolverle el mal, es porque no ha habido un perdón claro, objetivo y de corazón. Esa actitud no nos sirve. No sería honrada ni posiblemente estuviese en la línea de lo que Dios espera de cada uno.

Pero voy a matizar un poco. Desde el punto de vista del ofensor, me parece que si percibe el daño ocasionado y, objetivamente, se da cuenta que debe reparar su error y lo hace en la medida de lo posible, estará haciendo realidad el consejo de Jesús: ‘Acumulad mejor tesoros en el cielo’ (Mt. 6, 20). Si permanece en su recuerdo lo que hizo y no lo quiere olvidar, para no tropezar con la misma piedra, será bueno en tanto le motiva un afán de superación personal.

Desde el punto de vista del ofendido existe una perspectiva distinta. Partiendo de la base de que la memoria es una facultad que tenemos los humanos que actúa independientemente de nuestra voluntad, podemos recordar los hechos que nos hicieron sufrir a causa de una persona concreta. Eso es natural. Lo que no debemos hacer es recordar aquellos hechos con rencor. No es bueno para nosotros. Hay un refrán que dice que ‘agua pasada no mueve molino’. Y es cierto. De lo que ha pasado debemos pasar página y seguir caminando.

Pero si perdono la ofensa y al ofensor, pero ‘no lo olvido’ en el sentido de tenerlo presente yo para no tener el mismo fallo que tuvieron conmigo, analizar el sufrimiento pasado pensando que lo que no quiero para mí no lo debo desear para los demás, podría ser válida esa actitud por lo que conlleva de aprendizaje. Sería una de las lecciones que la vida nos da. Eso supondría buscar mi perfeccionamiento espiritual a través de lo que me aporta como experiencia esa vivencia negativa. Y eso me empujaría a ser mejor.

En definitiva, perdonar es una decisión personal. El Maestro nos marca el camino a través de sus enseñanzas y de su propio testimonio. ‘Si vas a presentar una ofrenda ante el altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y vuelve luego a presentar tu ofrenda’. (Mt.5, 23-24). Es el mismo Jesús, en esa terrible experiencia de la Cruz, quien nos sigue marcando el camino: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’. (Lc.23, 34).

Y siempre, confiemos en Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, como dice San Pablo, y Padre nuestro, que nos quiere con locura y siempre está dispuesto a oírnos y a perdonarnos. Que Él y Nuestra Señora del Rosario nos bendigan.

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